La noticia le dio la vuelta al mundo con gran celeridad; el sábado, en cuestión de minutos, la imagen ya estaba en prácticamente todos los teléfonos celulares: el candidato a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, había sido objeto de un ataque durante un mitin en Pensilvania, un estado clave en las elecciones de ese país y que aún no se define por uno u otro bando; quizás por esta razón, la sombra de la duda surgió y la hipótesis del autoatentado cubre un proceso electoral, de por sí, ya manchado por las demandas y el antecedente de violencia en el cierre de la administración del propio Trump cuatro años atrás.
La polémica ha acompañado siempre al otra vez candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos; ocho años atrás, Trump impuso una agenda que fue más allá de lo disruptivo y rayó en los límites de la ilegalidad; totalmente opuesta al discurso de fraternidad, unidad y civilidad que los demócratas habían popularizado como imagen de los estadounidenses del nuevo siglo; el candidato neoyorquino dio marcha atrás y aprovechó para darle voz a un enorme sector que había sido cancelado, el del estadounidense receloso de su país, el supremacista, el racista y sobre todo; el ultranacionalista.
La combinación de factores entre una Hillary Clinton que no supo o no pudo conectar con las comunidades de clase media y media baja bajo el estandarte de la unidad y la integración, y un Donald Trump que a través del discurso de odio y el racismo encontró la forma de exacerbar sentimientos que hasta entonces se pensaban expurgados y exorcizados de la vida de los estadounidenses, fue más que suficiente para entregarle el país a un hombre capaz de dinamitar el mundo solo para demostrar que puede hacerlo.
Así se le vio en su papel de mandatario, centrado en demostrar poderío y fuerza más que en integrarse al concierto mundial; en consecuencia, Estados Unidos perdió presencia y sobre todo relevancia en el ámbito internacional y, al mismo tiempo, abrió la puerta al crecimiento de países como China y Rusia que aprovecharon la situación para aumentar su influencia en regiones en las que les estaba costando más trabajo penetrar.
Paradójicamente, el candidato que prometió “hacer grande a América de nuevo”, logró debilitarla en lo internacional sin genera mayor desarrollo interno o tener un crecimiento que se pudiera considerar de importancia para la nación de las barras y las estrellas; no obstante, al igual que en otras regiones del mundo, sus seguidores lo siguieron apoyando hasta el último minuto de su administración porque logró personalizar en su imagen todos los sentimientos de abandono y rechazo que se había construido hacia ese grupo.
La administración Trump (como suelen llamar los estadounidenses a sus periodos de gobierno) cerró con un incidente de violencia que solo se había visto en las series de televisión o películas de acción holliwoodenses: un asalto al edificio sede del Poder legislativo, El Capitolio, símbolo fundamental de la democracia de ese país, un ataque de los fanatizados seguidores del todavía mandatario que buscaban de una u otra forma hacer que se mantuviera al frente de la Presidencia y del que aún no se ha esclarecido si el propio Donald organizó o instruyó.
La derrota del neoyorquino en las urnas en 2020 hacía pensar que ese periodo, además de pasar a la historia como uno de los capítulos más oscuros de ese país, había quedado atrás y que vendría una especie de resurgimiento de la imagen de Estados Unidos, tanto en el ámbito internacional como al interior pero la figura de un presidente Joe Biden débil y bastante gris que, incluso, en algunos momentos llegó a inquietar a las élites gobernantes por dar muestra de severos problemas de salud, dio oportunidad al renacimiento de un Donald Trump renovado que, además, llega bajo la figura de haber vencido en tribunales a sus detractores.
En los últimos cuatro años, no hubo, entre los republicanos, una sola figura que pudiera conformar un contrapeso interno a los seguidores de Trump, por el contrario, su base parece haber crecido luego de haber estructurado una narrativa que lo llevó de la victimización por las amenazas legales, que, al mismo tiempo, le sirvieron para hacer frente en la parte legal a las acusaciones en su contra pero que, aún con sentencias que le pudieran perjudicar, tener la posibilidad de utilizar ese resultado para justificar una especie de confabulación en su contra, una historia que su conspiranóicos seguidores aceptarían sin dudas.
Esa tendencia a dramatizar, a construir narrativas de estoicismo y heroicidad en torno a Trump contrapone su historia personal que está enmarcada por intentos desesperados para eludir el servicio militar que, de 1964 hasta 1968, le llevó justificar de cinco maneras diferentes el presentarse para acudir a la defensa de su país en la guerra de Vietnam; siendo la última una excusa médica de espolones en los huesos de los talones que “mágicamente” desparecieron posteriormente y de las que en los últimos años el republicano no recuerda detalles.
Es la misma razón que lleva a los detractores del exmandatario a dudar del atentado del pasado 13 de julio en Pensilvania; hay quienes afirman que una bala del calibre de un rifle de asalto AR-15 no le hubiera hecho un corte en la oreja sino que se la habría destrozado, también, hay dudas sobre el atacante y los disparos en los que, sorpresivamente, ninguno impactó en la figura del nuevamente candidato.
El ataque a Trump tendrá un impacto directo en las tendencias electorales pero mucho de ello dependerá de cuál de las dos narrativas pueda imponerse sobre la otra: si se trató de un atentado legítimo al expresidente, su base electoral crecerá y la elección podría haber quedado definida por ese simple hecho; si, en cambio, una investigación independiente demuestra que se trató de un autoatentado, es muy probable que el apoyo los indecisos se defina en contra del republicano y la elección se cargue hacia el lado demócrata muy a pesar de si Joe Biden consigue, de nueva cuenta, la nominación.
El resultado de la elección estadounidense puede impactar en nuestro país de distintas formas y más todavía ante la posibilidad de una revisión del TMEC, una negociación que será muy diferente dependiendo de quién quede al frente del gobierno estadounidense y que en el caso de ser el republicano le da mayor seriedad a la posibilidad de que uno de los más importantes tratados comerciales del mundo se venga abajo, generando un impacto bastante negativo para la economía de los tres países involucrados, pero principalmente del nuestro.