Dice el adagio: “no hay plazo que no cumpla, ni deuda que no se pague” y aunque lo segundo todavía está en plan de “veremos” para muchos candidatos que no terminan de liquidar los adeudos con aquellos ciudadanos e incluso proveedores a quienes todavía falta por liquidar servicios o productos prestados en la campaña; lo cierto es que el plazo llegó y la elección ocurrió con varias sorpresas que derribaron mitos que se daban por hechos previo al día de la jornada electoral.
El primero de estos mitos electorales que en algunas casas de campaña se dieron como hechos y que casi les cuestan (o a algunos sí les costaron) la elección es el relacionado con “los partidos ya no son tan importantes, se han vuelto un mero trámite para el registro, la gente vota por el candidato”. Grave error.
Es cierto que las encuestas para conocer el perfil de los votantes señalaban que estos definían su voto más por el candidato que por el partido que lo postulaba pero el resultado de la elección demostró lo contrario. El mensaje de campaña lanzado por los candidato de Morena surtió el efecto deseado, sus seguidores se fueron todo por el partido sin importar quienes eran los candidatos y el resultado sorprendió a algunos y casi ocasiona la deroga de otros.
Es el caso de Almoloya de Juárez, por ejemplo, en donde se pudo observar que previo a la campaña, el candidato de la alianza PVEM-Morena-PT, Adolfo Jonathan Solis Gómez popularmente conocido como “El Chiquillo”, era repudiado por los propios militantes morenistas quienes, incluso marcharon hasta Palacio de Gobierno estatal para pedirle a la gobernadora que lo cambiaran; la decisión se mantuvo y en la campaña aparecieron los videos en los que los vecinos le reclamaban y hasta lo insultaban reclamándole que ya había sido alcalde y que no había dado buenos resultados; sorpresivamente, y al menos en los datos del PREP, fue el ganador.
La gente en Almoloya de Juarez no votó por el candidato sino que siguió la instrucción del partido “votar cinco de cinco”, con lo que sorprendió a propios y extraños, aunque después vinieron los reclamos por falta de pago; “haiga sido como haiga sido”, diría el nuevo clásico, Solis Gómez obtuvo el triunfo y aunque la definición muy posiblemente termine en tribunales, el morenista, al menos en el conteo previo, lo habría logrado.
Otro caso similar es el de San Mateo Atenco, en el que al arranque de la elección ni los militantes morenistas ni los habitantes del municipio en general se sentían conformes con la candidatura de Jorge Luis Bobadilla Bustamente “El Boba”; no obstante, el día de la elección ese cinco de cinco casi le da el triunfo y a pesar de que posteriormente le fallaron las matemática a él y todo su equipo; terminó aplicando un “casi te gano” a la alcaldesa con licencia y candidata de la alianza PRI-PAN-PRD-NA, Ana Muñiz Neyra, quien incluso después del recuento solicitado por su contendiente, terminó ganando con un margen ligeramente mayor.
Esta elección dejó demostrado que los partidos siguen teniendo un peso específico e incluso pueden tener un impacto negativo; el resultado en la contienda presidencial solo se puede entender bajo la óptica de la mezcla de dos factores: lo hecho por Morena para asegurar sus votos y el repudio generalizado que siguen arrastrando el PRI y el PAN como partidos que genera que los votantes busquen cualquiera otra opción, dejándolos, casi literalmente, con el apoyo de sus militancias y nada más.
Otro mito importante que se vino abajo es esta idea que se construyó de que una alta participación significa una mayor posibilidad de la oposición de ganara al partido oficial que se expresó en la campaña bajo la solicitud del llamado insistente al voto como medida para contrarrestar el voto corporativo del partido en el poder.
Como pudimos observar, una participación de casi 61% a nivel nacional y 64% a nivel estatal; no representó en absoluto una votación en contra del partido en el poder, por el contrario, representó el interés del oficialismo por salir a manifestarse en las urnas, eso sí, bajo el argumento construido desde el gobierno de que esto se trataba, también, de un plebiscito que calificaron la gestión gubernamental, con lo cual, los seguidores del Presidente se manifestaron en las urnas para calificar positivamente a su “cabecita de algodón”.
Pero el mito que sea el que más dolorosamente haya impactado es que ya no se necesita tanto dinero para ganar una elección, muy por el contrario, aquellas enseñanzas del profesor de Santiago Tianguistenco y cuya estatua se yergue en el acceso a Toluca por el Paseo Tollocan (eso sí, un poco en el descuido y el olvido), Carlos Hank González, quien decía que "un político pobre es un pobre político" resonaron en los resultados electorales.
El derroche de recursos claro que tuvo un impacto en el resultado y no solo en el gasto de campaña; desde antes con lo erogado en la promoción de la imagen para la precampaña, los acuerdos internos, los favores gastados y los gastos inexistentes que sí existieron y que, en su conjuntos terminaron por inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro.
El objetivo de la legislación electoral para que las elecciones no se definan por la cantidad de dinero que se gasta en ellas, quedó muy atrás y ahora ha regresado ese mecanismo en el que los candidatos y los partidos gastan al por mayor (lo reconozcan o no, y más aún, lo informen a los institutos electorales o no) generando que la balanza se incline poco a poco a su favor y que en el conteo de votos triunfe quien invirtió más y no necesariamente, el que haya tenido una mejor oferta político.
Parafraseando al profesor Hank, “un candidato pobre es un pobre candidato” o al menos lo es bajo este esquema en el que la legislación ha sido rebasada por los partidos y los propios candidatos y en la que el gasto de campaña ahora no solo es inconmensurable, además se ha vuelto opaco y hasta invisible para los órganos electorales.
Aún resta mucho por analizar conforme vayan quedando en firme los resultados de la elección pero una cosa queda clara y es que, pese al paso del tiempo, los procesos electorales en México siguen siendo muy parecidos a como lo eran hace 30 o 40 años; lo cual, por cierto, pone en riesgo el discurso de que los órganos electorales son necesarios, pero como diría la noventera “Nana Goya”: “esa es otra historia”.