Corría el año 1630 en la Nueva España. En un pequeño poblado de mayoría indígena, cerca del volcán al que llamaban Xinantécatl, que en náhuatl significa el señor desnudo, empezaban a desarrollarse actividades agrícolas y comerciales impulsadas por los españoles que llegaban y que, poco a poco, fueron integrando a una sociedad mestiza.
Era la época de la Colonia y el poblado se llamaría Toluca.
En esa pequeña ciudad, que sería años después centro de comercio importante de la región, dominaría la religión católica que convivía, entre desconfianzas y recelos, con las creencias y costumbres de los pueblos indígenas que la rodeaban. De la alimentación se fueron introduciendo productos a los que estaban acostumbrados los españoles y poco a poco se fueron combinando con los productos utilizados por los habitantes indígenas. Eso sucedía también con los postres y los dulces.
Así le paso a los dulces de alfeñique.
Y me cuenta, nuestro cronista emérito de Toluca, Gerardo Novo, que “el alfeñique, por tratarse de un dulce de origen musulmán no logró la visa de entrada, como otras creaciones de la dulcería colonial mexicana, a los monasterios que eran los productores principales de los dulces de la Nueva España”.
O sea, el dulce de alfeñique no era de origen cristiano, “sino mudéjar” (árabe) que se fue adaptando con los productos regionales y de la época.
Por eso fue, dice la leyenda, que en esa año de 1630 un hombre de nombre Francisco de la Rosa dirigió una carta a la Corona española solicitando permiso para elaborar un dulce hecho de azúcar, huevo y un ingrediente propio de la región y poder venderlo en la calle Real (hoy independencia en la ciudad de Toluca).
Ya elaborado fuera de los conventos y vendido el alfeñique empezó a ser vendido y conocido en toda la escala social y poco a poco incorporado a la tradición del día de muertos.
Cuenta Fray Francisco de Ajofrín, monje capuchino, en su Diario de viaje a la Nueva España (1763-1764), que al andar por estas tierras “…y antes del día de los difuntos venden mil figuras de ovejitas, carneros, etcétera de alfeñique y la llamaban ofrenda, y es un obsequio que se ha de hacer por fuerza a los niños y niñas…”
Y Guillermo Prieto, ese escritor y liberal mexicano, escribía (1878): “llorar ala muerto, enterrar el hueso, comprar la fruta, disponer la ofrenda, pasear la plaza, estos era muchos placeres o muchas seducciones para un día de lágrimas. En las bizcocherías y panaderías se vendían y venden en en cantidades fabulosas tortas de muerto….la sabrosísima jalea de tejocote y los alfeñiques que recorrían toda la escala social”…
…y esa es la historia del inicio del dulce de alfeñique (continuará si el lector así lo desea)
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