Esa noche terminamos de jugar ajedrez. Fue una partida que duró algo más de una hora mientras conversábamos sobre las últimas noticias de los acontecimientos políticos de México y de España. Al terminar el Embajador Pichardo me dijo “desayunamos temprano y luego nos vamos a la Embajada, ¿te parece Alex?”, le respondí, “si Embajador, que descanse”.
Esa misma noche lo vería solo horas después.
Días antes había llegado yo a España, atendiendo su invitación, como Consejero Político de nuestra misión diplomática en ese país. Con la generosidad que lo caracterizaba, me invitó a pasar unos días en su casa que era la residencia de la Embajada de México en Madrid. “Alex, me dijo, no vale la pena que vivas solo, vente a la residencia hasta en tanto llega tu familia…ah! tus gastos corren por tu cuenta”, recuerdo me dijo con una sonrisa que no me sorprendió pues sabía lo cuidadoso que era con los recursos públicos. Un gesto que siempre agradeceré. Me dio un cuarto modesto, no era un hombre de grandes lujos, pero tuve, una vez más, la oportunidad de convivir muy cerca de él y de conversar de política, de administración, de literatura, de economía así como de los personajes públicos españoles.
Esa noche me fui a mi habitación y recuerdo leía el Alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca. El sueño me venció y me quedé con el libro entre mis manos. Cerca de la madrugada escuché que tocaban a mi puerta. Me desperté sobre saltado. Era el embajador. Abrí la puerta y vi su rostro con un gesto de gran preocupación, tomándose la barbilla me dijo, “Alex, ha ocurrido algo terrible en México, mataron a Luis Donaldo”. La noticia me impactó. No pude decir nada. Continuó con una expresión que mezclaba la emoción y el aplomo, “el día de mañana tendremos a toda la prensa española en la Embajada y debemos ser muy claros sobre la información que debemos dar y tener claro el sentimiento que esto produce en el pueblo de México, en nuestra historia y la fortaleza de nuestras instituciones frente a este hecho que nos duele”. Esa madrugada, y ya luego durante muchos días después, analizamos los hechos que se sucedían a gran velocidad, en México y en la opinión pública internacional. No era posible conciliar el sueño.
Ahí pude apreciar, aún más, la claridad que tenía como político en situaciones complejas. Reflexionaba sobre hechos similares en la historia de la humanidad haciendo referencia a la historia, a nuestra historia, y a la literatura también. Encontraba referentes que permitían dar claridad a los acontecimientos. Ahí aprendí, al observarlo, el valor de la historia y de la intuición política para tomar una decisión que ayudara al país.
Semanas después regresamos a México. El asumió nuevas responsabilidades y lo acompañe en momentos muy complejos de la historia reciente del país.
Ignacio Pichardo Pagaza sabía combinar su vocación intelectual con su vocación política. Ambas siempre las tuvo presentes en su actividad como servidor público. Sería como el hombre de estado ideal que imaginaban los clásicos griegos.
Siempre me gusto su sentido de Estado y su convicción de impulsar y de mejorar, sin hacer nunca alarde de ello, de las condiciones, de vida de los más marginados de la sociedad. Iba a las zonas más pobres: En Ciudad Nezahualcóyotl, entonces el municipio más pobre del país, se mezclaba con la gente tratando de resolver problemas y permanecía ahí días, durmiendo en un colchón que colocaba en la camioneta que lo transportaba; se metía al lodo del Valle de Chalco porque sentía vergüenza de las condiciones en las que vivía la gente y escuchaba pacientemente sus reclamos; también bailaba en las fiestas populares al ritmo de los sones en el sur del Estado de México y se sentaba en las mesas más sencillas a comer lo que le ofrecían y nos hacía correr entre las montañas y colinas del Estado de México cada vez que visitaba una comunidad. Representaba el mejor sentido de la política: servir sin estridencias, y si, con amor al prójimo pero también a la naturaleza.
Más allá de su vasta vida en el servicio público, Pichardo Pagaza tenía la virtud política de construir consensos y acuerdos. Nunca creyó en el conflicto como espacio para solucionar problemas ni en la denostación del contrario para construir la unidad de la sociedad, del Estado o del país. Era un hombre que creía que el mejor camino para construir a las sociedades lo era el de la fraternidad, el respeto y la justicia para el que menos tenía. Nunca buscó culpar ni a personas ni al pasado de los problemas que le correspondía resolver.
“Alex, recuerdo me decía cuando terminaba su gestión como Gobernador, la calificación de un gobernante al final es la de la gente: es bueno a malo, el resto es inútil”.
Un hombre cuyo pensamiento y consejo hoy hará falta.
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