Doña Blanca, hoy octogenaria, seguía pasando y viviendo la semana santa como lo aprendió en su familia desde que era niña. En primera, nunca había dejado de vivir en el centro, ese centro hoy plagado de tiendas y franquicias que solo hacen que huela mal la ciudad en comparación con los olores que ella recuerda de niña, olores al pan recién horneado de la panadería de Los Portales de los señores Larregui, y más tarde los de Millán (que luego fueron de los del millón porque los pusieron muy caros) que se combinaban con los olores a café del señor y Carmelita Liho o el del Rey y si mal no recordaba del restaurante Impala. A ella, la verdad, no le gustaba la Toluca de hoy pues como que había perdido su esencia…en fin, pero ella, una toluqueña de cepa seguí viviendo la semana santa con el itinerario que le había enseñado su mamá…le daba coraje que lo que era una semana de duelo para los verdaderos cristianos se haya convertido en pura pachanga, borracheras, y días de fiesta…y nada de duelo por la muerte y pasión de Jesús.
Pero ella sí que lo hacía, ayunaba todos los días, no comía carne roja los viernes, se tapaba la cabeza con su velo cuando iba a la iglesia, compraba su cruz de palma y luego iba a que se la bendijeran y la ponía en la puerta de su casa para que la protegiera todo el año. Recordaba que todos los altares de las iglesias estaban cerrados con grandes cortinas moradas o purpura, los santos cubiertos, y se hacían procesiones adentro y en su casa no se escuchaba radio ni se veía televisión…todo era silencio, duelo y oración. Era una verdadera semana santa…pero ella seguía firme con su itinerario de siempre, el de todos los años, el de toda su vida.
Domingo de Ramos, en el que se celebraba la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén y ella se iba, como siempre, a la Veracruz para tener su palma bendecida.
Lunes Santo, que es la Unción de Jesús en casa de Lázaro y también en donde Jesús expulsa a los mercaderes del Templo de Jerusalén, ahí solo iba a misa.
Martes Santo, cuando Jesús anticipa a sus discípulos la traición de Judas y las negaciones de San Pedro, ambos lo niegan, pero se acerca la profecía.
Miércoles Santo, cuando el horrible de Judas Iscariote conspira con el Sanedrín para traicionar a Jesús con treinta monedas de plata, un miserable y por eso ella disfrutaba tanto, cuando era niña, de la quema de los judas que vendían en el mercado 16 de septiembre.
Jueves Santo. Lavatorio de los pies, la Última Cena, la eucaristía y la oración y arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Como desde niña hacia la visita de las siete casas por las iglesias de Toluca y recuerda que su papa le daba siete monedas de veinte centavos, uno por cada iglesia y los daba de limosna y a cambio le daban un panecito en miniatura que luego compartía con sus hermanos además de una cruz de palma chiquita. Y las visitaba como siempre: la primera iba a la Veracruz como Jesús al huerto, la segunda al Carmen que correspondía a la visita de Jesús a la casa de Anás, la tercera al tercer orden o la casa de Caifás, la cuarta al Ranchito o casa de Pilato, la quinta era la visita a la casa de Herodes y la hacía en Santa Clara, la recordaba la segunda visita a casa de Pilato y la hacia en San Diego y la ultima que significaba la visita al santo sepulcro la hacían en San Juan Chiquito….a todas iba con su mantilla como le enseño su madre.
Viernes Santo, en que, hacia un gran ayuno y abstinencia total para tener presente la prisión de Jesús, los interrogatorios de Caifás y Pilato, la flagelación, la coronación de espinas, el Vía Crucis, la Crucifixión y la sepultura de Jesús.
Sábado Santo, quien le gustaba porque jugaba a guerritas de agua con sus hermanos o a echarle a los vecinos, pero su madre le recordaba la soledad de María. Era la víspera de Pascua, y finalmente el Domingo de resurrección.
Doña Blanca, terminaba la semana en silencio, en un duelo sincero y rezando como siempre su rosario…los tiempos actuales con su cinismo no los entendía…” el placer en estos días no es sino pecado”, pensaba.
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