Borges era un gigante. Es y seguirá siendo. Y quien se atreve, siquiera a mencionarlo, es de llamar la atención. Y a mí, la verdad que Francisco Javier Estrada, me da un gran apretón en el alma cuando leo su libro Borges y su mundo. Pero también en la voluntad y la conciencia.
El hecho de meterse mil veces mil, al intelecto de cada palabra de este genio de la literatura, es de llamar –repito-- excepcionalmente la atención. No cualquiera se atreve, siquiera a mencionarlo. Pero… ¿hacerle un libro? Para nada… pero ¿ocho?, bueno… ¿en qué estaría pensando Paco, me pregunto?
En tomar todos los papelitos que se encontró a lo largo de su vida, en 78 años, e irlos juntando, y como si fuera un rompecabezas, irlos integrando, y al final, ¡qué le salgan todos en orden, compuestos, alineados, con los colores sólidos y en la esquina de hasta debajo del túnel, un Aleph en donde percibe cada infinito lugar del universo!
Bueno, no solo es cuestión de paciencia, que ya a nuestra edad, se nos acaba. ¿Es cuestión de tiempo?, tampoco. ¿Es cuestión de esmero, de audacia? Él dice que no, pero sí, es todo esto, y cuestión de trabajo. De mucho trabajo y esmero.
Conozco a Francisco Javier Estrada desde hace más de 34 años. Tal vez 35. Lo he visto pasar por la vida de varios famosos, rompiendo paradigmas. A un partido completo lo movió. El compone, redacta, edita, publica, pero sobre todas las cosas crea. Pero su vida, la suya, se ha quedado en el entusiasmo de hacer 178 Casas del Poeta, a las que me ha invitado a participar.
Él consigue todo: terreno, casa, muebles, plantas, cocina, comida, hasta perros de guardia. Todo lo tiene perfectamente organizado. Estructurado. Primero mentalmente, luego como una proyección de vida. Y ahora una Editorial que se llama así: “Casas del Poeta. A.C.”
Luego, pues luego se las ingenia en hacerlas y darles nombre. Y al final, como premio a un gran esfuerzo, se saca la foto, con el nombre de la casa. Eso sí: con una placa de barro horneado, de nuestro típico y logrado Metepec. Las llama de mil maneras, de nombres de personalidades viejas, nuevas y algunas eternas. Es y ha sido artífice, creador, resurgidor, apapachador y apoyador de muchos, muchos seres humanos que aquí se encuentran.
Habrá que hacer un libro de lo mucho que tiene que contarse de Francisco Javier Estrada. Además de que es un escritor, es un poeta, un cronista inteligente con el tiempo, sabio. Ya era cronista de Toluca. Ya lo volverá a ser.
Sin embargo, a mi parecer y con todo el amor a su tierra, considero que a ésta a la que tanto ama, ya la rebasó. El no sólo es del Estado de México con sus miles de tierras fértiles, flores, cultura, historia… polifacética: indígena, mestiza, de gente que vino y se quedó: de cabo a rabo y por todos lados, cautivada y cultivada por toda la gente que está aquí.
Si yo tuviera poder, lo pondría a redactar, a hacer la crónica de muchos lugares, típicos y no; industrializados; llenos de flores mágicas, mariposas, tierra fértil, ríos de agua viva, que brilla y corre por los lados en que él camina… Industrias; conglomerados populosos; trenes que van y vienen; de aeropuertos y de cerros rellenos de gente. De vida. De esta vida que has vivido plenamente. Asombro aquel de ver que sí se puede, a la edad que se quiera.
Por supuesto, que esto va dirigido, escrito, abrazado y aplaudido para Francisco Javier Estrada, que algún día sé, me hará mi casa del Poeta. Al fin y al cabo, tengo el honor de ser su amiga. Y en este momento, se me quita esto de Comunicadora Social, porque tuve el privilegio de haber sido Becaria --en el ramo de Poesía--, del Centro Mexicano de Escritores. Y mis maestros queridos: Arreola, Rulfo, Monterde y Elizondo. Nada más. Pero nada menos.
Lo digo en serio. El sí distingue que es un Aleph, y cómo desde allí, se puede ver al universo
gildamh@hotmail.com
Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad de quien las emite y no de esta casa editorial. Aquí se respeta la libertad de expresión.