El pasado 30 de junio Francia celebró la primera vuelta de sus elecciones legislativas. La extrema derecha lidereada por Marine Le Pen obtuvo el 33% de la votación y dejó en tercer lugar al partido del presidente Macron, el cual alcanzó apenas el 21%. Frente a esos resultados, algunos análisis se apresuraron a presagiar el inevitable triunfo de la extrema derecha, criticando al mandatario galo por haber convocado anticipadamente a elecciones sin existir una obligación constitucional.
En este espacio disentimos de aquel pronóstico fatalista. Además de que todas las elecciones se dan en contextos casi impredecibles, los sistemas de segunda vuelta o balotaje, pueden comprometer cualquier diagnóstico.
Los resultados de la segunda vuelta confirmaron el argumento central de esta columna: los sistemas electorales importan tanto en el comportamiento del electorado como en las alianzas estratégicas de los competidores. La elección parlamentaria francesa, a dos vueltas, genera incentivos para generar alianzas en la antesala de la segunda. De ahí que el porcentaje de votos obtenidos por cualquier partido en la primera ronda no puede ser interpretado automáticamente como un predictor del número de escaños que obtendrá en la cámara baja.
Los datos son ilustrativos. Se elige una diputación por cada una de las 577 circunscripciones. De ese universo, apenas 76 fueron decididas en la primera ronda. Es decir, aquellas candidaturas que obtuvieron más del 50% en la primera vuelta, no tuvieron que ir a una segunda. La enorme mayoría de los escaños fueron decididos el domingo siguiente, en segundas vueltas en las que compitieron las dos, tres o cuatro candidaturas que obtuvieron arriba del 12.5% en la primera.
La amenaza real de que la extrema derecha ganara fue una variable decisiva que posibilitó los acuerdos estratégicos que siguieron a la primera ronda. En efecto, a días que conoció la contundente victoria del “Rally Nacional” de Le Pen en la primera vuelta, su propuesta de Primer Ministro ya empezaba a esbozar su plan de gobierno ante los medios y a referir quiénes podrían ser sus primeras designaciones para el gabinete.
Fue en ese punto que la estrategia del centro macronista y la izquierda tomó un eficaz giro estratégico. Unos y otros conformaron un “Frente Republicano” aglutinado para vencer a sus principales opositores: el “Rally Nacional”. En el Frente pactaron la renuncia de aquellas candidaturas distritales con menores probabilidades de triunfo, dejando únicamente a quienes tuvieron mejores resultados. En total renunciaron 311 candidaturas, con lo que en cada demarcación el voto anti-derecha se concentró en una y sólo una candidatura.
La estrategia funcionó. Al final de la segunda vuelta el Frente Popular de izquierda obtuvo la bancada más numerosa (180), mientras que la agrupación macronista se alzó con 159 escaños. La extrema derecha tendrá el tercer lugar en cuanto al tamaño de su bancada (142), a pesar de haber obtenido el mayor número de votos en ambas rondas de votación. Los sistemas electorales cuentan.
En los próximos días, la alianza centro-izquierda que triunfó deberá resolver una nueva negociación: definir quién será el o la primera Ministra.
Sólo si el espíritu cooperativo que tuvieron en la fase electoral permanece al momento de formar gobierno conseguirán la estabilidad democrática que buscan.