/ viernes 17 de mayo de 2024

Gane quien gane, los partidos pierden

Los procesos electorales federal y locales están entrando en su última etapa previo al día de la elección y mientras en algunos casos pareciera que los resultados ya están más que definidos y la jornada de votación será una especie de mero trámite, en otros la incertidumbre genera niveles de tensión que amenazan con detonar la violencia; como en todo este tipo de situaciones, habrá equipos ganadores y perdedores pero, en definitiva, quienes ya pueden contabilizarse una derrota segura son todos los partidos políticos por igual.

Si algo ha caracterizado a este muy raro y fuera de lo común proceso electoral es la forma en la que todos los partidos han batallado en la definición de sus candidaturas, lejos de años anteriores en los que la definición de las candidaturas se asumía con disciplina casi castrense y se trabaja en pos del elegido por cada caso; en esta ocasión las militancias hicieron escuchar no solo su malestar sino también sus represalias luego de haber sido ignoradas en la toma de decisiones.

En las casas de campaña de los respectivos candidatos y candidatas, los “búnkers”, o “cuartos de guerra” suman y restan estimaciones de votos en función de las agrupaciones que puedan convencer para recibir su apoyo o con las que, por alguna razón, hayan tenido diferencias insalvables que les signifiquen algún tipo de pérdida.

En cualquier caso, los dirigentes de grupos que en otras ocasiones se cohesionaban bajo el escudo de algún partido, hoy toman a sus seguidores para ofrecerlos, algunos al mejor postor, otros, abiertamente a quienes deberían ser opositores pero que, debido al manejo interno de la selección de candidatos, generaron la suficiente animadversión como pagarles con la misma moneda pero el día de las urnas.

El fenómeno no es exclusivo de un solo municipio o distrito, por el contrario, se repite y presenta en distintos lugares y bajo diversas circunstancias aunque con dos grandes generalidades que podrían explicar ciertas “sorpresas” que eventualmente se presentarían en los resultados de la elección del 2 de junio.

Por un lado están los grupos que abiertamente se han manifestado para apoyar a un candidato que no forma parte de su partido político o a quien, de manera definitiva, se suman ya sea como parte de su estructura o como parte de una agrupación nueva que cambia de colores en función de encontrar un mejor espacio para atender sus intereses y alcanzar sus objetivos.

Bajo este escenario, las respectivas campañas tienen un trabajo relativamente sencillo: al saber quiénes apoyan o no a su rivales, pueden estimar un conteo de votos que les indique de manera más o menos cercana su ubicación en la contienda y, así, no solo fiarse de las encuestas sino que pueden tener punto de contraste, precisamente, para contrastar si hay lógica en los números que les están entregando o no.

El problema radica en la otra gran generalidad que se está observando en estos procesos electorales y es que los inconformes que no están de acuerdo con las candidaturas presentadas por sus partidos están dispuestos a apoyar a sus rivales pero sin abandonar las filas del instituto político en el que actualmente militan, por el contrario, haciéndolo con toda la intención de que sus dirigencias los valoren y sopesen la calidad de la estructura con la que cuentan.

En este sentido, los acuerdos se están realizando “por debajo del agua”, a través de representantes quienes acuerdan apoyos electorales, no necesariamente a cambio de alguna dádiva, prebenda o favor; a veces simplemente bajo la advertencia de que se trata de un apoyo por la coyuntura pero que no significa una alianza a largo plazo, en otras se deja abierta la posibilidad a un apoyo mutuo posterior y hay algunas, las menos, en las que el apoyo representa el inicio de un trabajo en conjunto que puede llegar a representar acuerdos que prosperen a beneficios en caso de obtener el triunfo.

En cualquier caso los acuerdos se están dando a partir de negociaciones entre los atores políticos y no entre los partidos, que eran los que, en otros tiempos, se encargaban de llevar a cabo las negociaciones y fijar los alcances y los límites de lo que cada una de las partes se comprometía a realizar; eran los institutos políticos los que avalaban, o no, que se permitiera el apoyo de un grupo disidente de otra institución y quienes autorizaban que dicho apoyo se llevara a cabo sin que estas estructuras tuvieran que renunciar a sus militancias.

En este proceso, los partidos ya no tienen el peso que llegaron a tener en ocasiones anteriores y la razón de esto quizás se deba a la determinación de no apoyar a todos los candidatos por igual, incluso, de advertirles que contarían con el registro pero nada más, dejando en absoluta libertad a los contendientes para actuar debido a que, al no ser un peso específico en el tema de los recursos o de las acciones, se han convertido en “padrinos” de nombre pero sin mayor influencia en las decisiones de campaña.

Al negar el apoyo con recursos o materiales para la campaña, quedaron relegados a segundo plano en la elección, se han convertido en meros acompañantes, en los arrendadores de un membrete que hoy puede ser de utilidad a los contendientes que estarán en la boleta el 2 de junio próximo pero que podría no serlo en los siguientes comicios dependiendo de las conveniencias, además, de los actores políticos, ya ni siquiera de los institutos.

Sea cual sea el resultado de la jornada electoral del 2 de junio, los partidos ya pueden declararse perdedores. Perdedores de aquella fuerza que les permitía imponer estrategias, cambios y hasta instrucciones a los equipos en campaña quienes no tenían mayor opción que acatar y asumir; así muchas presidencias municipales o diputaciones locales se definían en las mesas de dialogo entre dirigentes o entre amigos y los candidatos no podían más que recibir la orden y abandonar o dejarse ganar por instrucción superior.

En este proceso electoral, aunque los partidos hayan querido imponerse a sus militancias en la designación de candidatos desde las cúpulas, los militantes operan y trabajan para demostrare el verdadero poder de esas instituciones está en las bases, en las estructuras que, con su voto, mandarán un mensaje muy claro a sus dirigencias: sin ellos, las cúpulas no son nada lo que significa una derrota en términos de poder y control de los dirigentes respecto a las bases que encuentran un empoderamiento inusual en la toma de decisiones que muy difícilmente querrán volver a soltar.