El mundo ya ha tenido la experiencia. Específicamente en Europa, luego de la crisis mundial del año 2008, los gobiernos, especialmente Alemania, se decantaron por la política de austeridad a ultranza como única alternativa posible para superar la crisis y, se dijo también, para recobrar el camino hacia el crecimiento y la competitividad. Las políticas de austeridad llevaron a dichos gobiernos a ser inflexibles en el equilibrio presupuestal para tener menor gasto público y a ser flexibles con el mercado y los derechos laborales.
Algunos efectos de aquella austeridad son conocidos: el desempleo afectó más a los jóvenes, pero también a los viejos que vivieron épocas de bonanza económica, que habían logrado estabilidad salarial y permanencia en el empleo, así como un futuro promisorio en materia de jubilación. Además las caídas salariales no se compensaron con precios estables o una redistribución de los ingresos que permitieran paliar los ajustes.
Lo anterior, sólo por hablar de los efectos más conocidos que afectaron de manera directa el bolsillo de las personas pero, en resumen, las políticas de austeridad europeas significaron ajustes anticrecimiento a largo plazo, menor productividad y recortes en materia de educación, sanidad y ayudas sociales, lo que también ha colocado en entredicho la viabilidad del Estado de Bienestar y ha llevado a calificar la política europea de un verdadero “austericidio”.
A México llegó la política austericida con la 4T, pero la motivación fue otra: no una crisis económica sino la corrupción rampante. Ha significado un aparente cambio de régimen político regido por la idea de que, para construir, primero hay que destruir, proceso que ha debilitado la institucionalización lograda en el país en las últimas décadas y, en aras de mantener el gasto en programas sociales directos con una clara rentabilidad política, se han desaparecido otros de probada eficiencia y bien evaluados como el Prospera (antes Oportunidades y Progresa).
Una crítica recurrente es que dichos programas respondían a una lógica neoliberal y no sacaron de la pobreza a muchos mexicanos. Lo segundo es cierto, lo primero es debatible. Lo cierto es que los nuevos programas son puramente clientelares y tampoco sacarán de la pobreza a los mexicanos. Lo peor es que el austericidio no ha contribuido, como no lo hizo en Europa, al crecimiento económico del país. Basta con ver el crecimiento 0 de este año y la caída en niveles de inversión y gasto público en el sector construcción.
Un efecto insospechado del austericidio europeo ha sido el éxito de partidos neofascistas, xenófobos, racistas, populistas y contrarios a las libertades. ¿Qué nos depara el futuro con este austericidio practicado en México?
rodrigo.pynv@hotmail.com; Facebook: Rodrigo Sánchez; Twitter: RodrigoSanArce