Después de la jornada electoral del 2 de junio, el PRI sigue analizando y tratando de entender lo que pasó y lo que significa para su futuro la aplastante derrota en las urnas; por un lado surgen las voces que hablan de refundación y hasta de un cambio de marca, extinguir al PRI y dar paso a otra cosa, algo que seguiría siendo el PRI pero sin ser el PRI; por el otro, otra corriente que apunta por la consolidación de las fuerzas, la “limpieza de sangre”y la renovación de todos los cuadros en todos los niveles para dar paso a nuevas caras.
Este fin de semana, en todo el país, los priístas se reunieron para discutir en sus sedes estatales, básicamente los mismos temas: declaración de principios, programa de acción, estatutos y código de ética partidaria. Nada que involucre un análisis a fondo sobre el actuar de su dirigencia nacional en el pasado proceso electoral, el exceso de protagonismo de “Amlito” Moreno usando los recursos de la campaña para promocionar su imagen personal en contraposición a la solicitud abierta y tácita de su candidata de apoyo por la ausencia de recursos.
Los priístas vuelven a las andadas, asegurando que no hay espacio para autocomplacencias ni autoengaños pero autoengañándose con foros que no abordan el epicentro del sismo político que destruyó su ilusiones (o quizás alucinaciones) de triunfo el pasado 2 de julio; no hay un análisis frontal y crítico sobre los hechos, sobre los resultados, sobre los datos duros que les permitan conocer su realidad, la realidad en la que se encuentran y de la cual deberían partir para la toma de decisiones sobre su presente y futuro.
Por un lado, la elección pasada no fue totalmente destroza para los priístas, se esperaba un resultado que rondara el millón de votos y lograron casi un millón 400 mil votos; lo que es una pérdida mínima respecto al millón 700 mil que obtuvieron en 2023; sin embargo, fueron el único partido, de los ocho participantes, que perdió votantes entre una y otra elección, todos los demás , incluidos el PRD y Nueva Alianza, crecieron.
La caída que no fue tan desastrosa en el número de votos fue terrible en los resultados definitivos. De los 45 diputados locales en disputa el PRI logró ganar en las urnas la fabulosa cantidad de dos (Elias Rescala y Mariano Camacho); y de las 125 presidencias municipales los priistas obtuvieron cinco sin considerar los 20 que les aportó la alianza; de estos candidatos ganadores, a saber, ninguno recibió la llamada de sus dirigencias nacional o estatal para felicitarlos por el triunfo obtenido y no olvidemos que “en política, la forma es fondo”.
Los priístas mexiquenses mantienen la ya no tan rigurosa disciplina partidista y pese a todo, con su millón 400 mil votantes, representan la cuarta parte de los 5.5 millones de votos que obtuvo el tricolor en la elección federal, no obstante siguen con la cabeza gacha frente a una dirigencia nacional que no se ha cansado de mantenerlos con la bota en el cuello y relegándolos a lugares secundarios, así quedó demostrado en la asignación de las diputaciones y senadurías plurinominales.
Los liderazgos priístas que lograron triunfos en la pasada elección y, más aún, los que evitaron que la derrota fuera humillante en muchos municipios, algunos de ellos aún en la pelea de los votos en los tribunales, no han sido reconocidos por ninguna de las dirigencias, por el contrario, pareciera que fueron resultados incómodos, que le estorban porque resulta que no son, precisamente, parte de sus grupos o, peor aún, parte de grupos antagónicos a los que quisieron denostar por la derrota de 2023.
Bajo este escenario y mientras la militancia priísta se mantenga dócil y mansa ante las acciones de dirigencias que parecen que se mantendrán impunes pese a la seguidilla de derrotas (que en el caso del nacional suman la perdida de gubernaturas y cientos de municipios a lo largo de todo el periodo) y no solo eso, se premiarán a sí mismos con asignaciones plurinominales para garantizar que, además de todo, la inmunidad del fuero los aleje de la rendición de cuentas, demostrando que el cinismo sigue siendo la marca de la casa.
Las asambleas municipales y estatales que se realizaron este fin de semana parecen nada más que una simulación para llegar a la nacional con la firme convicción de seguir por el mismo camino que los ha llevado a una de las peores crisis de su historia, en cuyo caso, este podría no haber sido el fondo que debía tocar el partido ante la falta de reconocimiento y aceptación de los nuevos liderazgos que han emergido (quizás lo más correcto sea decir que han sobrevivido) de la elección del 2 de junio.
Habrá que esperar lo que ocurra en la asamblea nacional pero seguramente ninguna sorpresa: Alejandro Moreno dejará la presidencia en manos de algún liderazgo afín al que pueda seguir mangoneando desde su cómodo escaño en el Senado, los liderazgos estatales, impuestos por él mismo, continuarán avalando las decisiones que hundirán todavía más al partido en el ostracismo de la sociedad mexicana.
En consecuencia, los nuevos liderazgos que siguen siendo ignorados y hasta desdeñados por su propio partido empezarán a buscar nuevos horizontes, quizás s¡usándose a otros tantos en Morena o quizás apostándole al crecimiento que ha manifestado Movimiento Ciudadano a quien se mira como una buena opción a futuro, tanto para 2027 y con mayor seguridad para 2030.
El priísmo se encuentra, muy probablemente, en la encrucijada más compleja de su historia, una refundación y cambio de marca podría permitirles una oportunidad de reinventarse, como ocurrió en 2012 cuando se inventó “el nuevo PRI” que permitió darle una lavada de cara al partido y alejar, aunque sea momentáneamente, la imagen de las malas prácticas políticas y sociales de su imagen pero para ello deberán reconocer sus errores y tener la humildad para dar paso a los nuevos liderazgos, aquellos que no forman parte de las cúpulas o de las familias partidistas pero que tienen todo el respaldo de la gente.
Einstein decía que su definición de locura consistía en hacer las mismas cosas y esperar resultados diferentes y el PRI está en medio de una crisis de locura en la que continua haciendo las mismas cosas que lo han llevado hasta el sitio donde está pero esperando que esta vez las cosas, por alguna razón, esta vez sean diferentes. En fin, resta esperar hacia donde los llevan sus asambleas pero difícilmente sean la solución a sus problemas mientras las dirigencias sigan secuestradas por quienes les han dado los resultados que los tienen donde están.