/ viernes 12 de julio de 2024

Las formas PRImero

Quizás una de las máximas de la política mexicana más conocida y repetida es aquella en la que Jesús Reyes Heroles logró definir de manera muy clara y contundente que, en ese terreno, todo lo que se hace adquiere un significado que trasciende más allá de la simple acción que se manifiesta y adquiere un valor más allá de ese hecho, un concepto complejo que se resume básicamente así “en política, frecuentemente, la forma es fondo” y que con el paso de los años ha perdido el relativizo de la frecuencia para asentarla en el absolutismo de todas las acciones.

Cuando se habla de Reyes Heroles se menciona que era un profesor, historiador, jurista y político mexicano y, en lo personal, más allá de filias y fobias ideológicas, de partidos, grupos y otros demonios, me parece que ello limita la visión de lo que este hombre representó para la política mexicana, porque a fuerza de reflexionar, se volvió un filósofo de la política mexicana generando ideas y conceptos que terminaron por darle estructura a un andamiaje que se iba construyendo sobre la marcha.

Personas como Reyes Heroles ya no hay muchas en la política nacional que, en consecuencia, esta se ha vuelto más pragmática y hasta dogmática; prácticamente ya no hay cabida para la reflexión; no por que no haya tiempo sino porque parece ya no haber interés en entenderla lo que la ha convertido en un mero vehículo de ascenso y descenso a los espacios del poder público.

Todo esto viene a colación porque si había políticos que entendían, no solo el significado de esta frase, sino su relevancia e importancia de aplicación consciente en estos terrenos, es precisamente el PRI; casi se podría decir que ese era el sello de la casa, la marca de clase que los distinguía de los otros partidos en donde, por no guardar “las formas”, se generaban los enconos y las malas interpretaciones que terminaban por quebrarlos por completo.

Hoy el PRI olvidó la importancia de las formas y arrastrados por la ambición pragmática de su actual dirigencia, comete errores que antes solo eran visibles en sus opositores, en los partidos que tenían que seguir las reglas de los tricolores porque ellos, como primeros jugadores, inventaron el juego, impusieron las reglas y controlaban el tablero.

Bajo la conducción de Alejandro Moreno Cárdenas, el PRI perdió su mística… o mejor dicho, la ignoró por completo. La ambición omnipotente de tener el control del partido en “el cielo la tierra y en todo lugar” cerró las opciones de diálogo en entidades donde aún mantenía cierto nivel de fortaleza y generó fracturas que terminaron por romper estructuras que se habían solidificado con los años y que, de tajo, fueron hechas a un lado para imponer a los cercanos, a los incondicionales, a los serviciales de la presidencia nacional.

“Los priístas somos institucionales” decían los viejos liderazgos, era el mantra que se repetía elección tras elección en todo el país cuando los acuerdos internos no les favorecían o cuando, después de una seria medición de fuerzas, había un vencedor que no solo ganaba la posición sino que, al hacerlo de forma honesta y directa, también ganaba el respeto y apoyo del vencido; esa era la tradición política priísta que los había encumbrado y mantenido por muchos años en el poder, eso es parte de lo que se rompió en los últimos cinco años con Moreno Cárdenas.

El Estado de México no era el último bastión del priísmo solo por mantener un gobierno siempre tricolor desde la fundación del PNR, también lo era porque era el último estado en donde los protocolos y los usos y costumbres partidistas se seguían manteniendo; la última entidad en donde “la forma es fondo” no solo tenía un significado sino que se practicaba como suprema lex y así lo notaban quienes, provenientes de otras entidades, destacaban el respeto y cuidado a las formas que le daban fondo a las acciones políticas.

El priísmo mexiquense se contagió de pragmatismo, se dejaron atrás las formas y en el pecado llevaron la penitencia; para ser concretos, previo al proceso electoral, más allá de la revisión puntual de resultados, uno de los criterios de selección de candidaturas tuvo que ver con identificar a quienes podrían solventar una campaña porque del partid no se vería un solo peso, simplemente, como en ocasiones anteriores, algunos espectaculares, un poco de publicidad y un puñado de utilitarios acompañados de la bendición y nada más.

En el descuido de las formas, el proceso fue atropellado, se descosió a unos para privilegiar a otros y cuando llegaron los triunfos y las derrotas, se notó la ausencia del liderazgo, de la llamada de consuelo o de felicitación para fortalecer el ánimo de los vencedores o para reconfortar a los vencidos. El vacío y nada más.

Y después, cuando se aspira a la reelección, entonces llega la llamada para presentarse inmediatamente a las oficinas de la dirigencia para dar instrucciones precisas de comenzar a trabajar, se manda traer en horas hábiles a los alcaldes y sus equipos que discretos mantuvieron las reuniones en lo privado pero se les exhibe desde la dirigencia porque la urgencia de demostrar fortalece antecede a la legalidad, descuidos en las formas que, ante el descarte de la novatez, muestran un fondo de presión y ansiedad.

El priísmo mexiquense se acerca un momento crucial para la supervivencia del partido en la entidad y en el país; con su millón de votos obtenidos en la elección nacional, ostentan una quinta parte de los sufragios obtenidos en el país, no hay otro estado que, según el PREP, le haya aportado esa cantidad de votos nacionales al partido y, aún así, fueron desdeñados para las plurinominales y sus dirigentes acusados, sin pruebas pero sin dudas, para justificar su expulsión.

La forma es y seguirá siendo siempre fondo, se cuide o no de ella. Ahora son las dirigencias estatal y nacional las que, en la forma, mandan un mensaje que tiene fondo de desdén a la militancia mexiquense que, en la ausencia de un liderazgo que asuma ese rol, aún no define si está dispuesta a seguir tolerándolo, porque una cosa es la disciplina partidista y otra el sometimiento pueril.

Se vienen tiempos de negociación en donde las dirigencias nacional y estatal podrían no tener las mejores cartas. Es obvio que ellos necesitan el apoyo de la militancia mexiquense por sus números, su volumen, su masa; el mensaje del resultado electoral para quien sepa leerlo fue muy claro: en lo local (municipios y distritos) se alcanzaron 1 millón 400 mil votos, pero en lo nacional (presidencia) se perdieron 400 mil sufragios: un tercio de los militantes que dicen “apoyamos en lo local pero no en lo nacional”, la pregunta que queda en el aire es ¿necesitan las bases tricolores lo que estas dirigencias les están ofreciendo? Ese es el quid del asunto.

Quizás una de las máximas de la política mexicana más conocida y repetida es aquella en la que Jesús Reyes Heroles logró definir de manera muy clara y contundente que, en ese terreno, todo lo que se hace adquiere un significado que trasciende más allá de la simple acción que se manifiesta y adquiere un valor más allá de ese hecho, un concepto complejo que se resume básicamente así “en política, frecuentemente, la forma es fondo” y que con el paso de los años ha perdido el relativizo de la frecuencia para asentarla en el absolutismo de todas las acciones.

Cuando se habla de Reyes Heroles se menciona que era un profesor, historiador, jurista y político mexicano y, en lo personal, más allá de filias y fobias ideológicas, de partidos, grupos y otros demonios, me parece que ello limita la visión de lo que este hombre representó para la política mexicana, porque a fuerza de reflexionar, se volvió un filósofo de la política mexicana generando ideas y conceptos que terminaron por darle estructura a un andamiaje que se iba construyendo sobre la marcha.

Personas como Reyes Heroles ya no hay muchas en la política nacional que, en consecuencia, esta se ha vuelto más pragmática y hasta dogmática; prácticamente ya no hay cabida para la reflexión; no por que no haya tiempo sino porque parece ya no haber interés en entenderla lo que la ha convertido en un mero vehículo de ascenso y descenso a los espacios del poder público.

Todo esto viene a colación porque si había políticos que entendían, no solo el significado de esta frase, sino su relevancia e importancia de aplicación consciente en estos terrenos, es precisamente el PRI; casi se podría decir que ese era el sello de la casa, la marca de clase que los distinguía de los otros partidos en donde, por no guardar “las formas”, se generaban los enconos y las malas interpretaciones que terminaban por quebrarlos por completo.

Hoy el PRI olvidó la importancia de las formas y arrastrados por la ambición pragmática de su actual dirigencia, comete errores que antes solo eran visibles en sus opositores, en los partidos que tenían que seguir las reglas de los tricolores porque ellos, como primeros jugadores, inventaron el juego, impusieron las reglas y controlaban el tablero.

Bajo la conducción de Alejandro Moreno Cárdenas, el PRI perdió su mística… o mejor dicho, la ignoró por completo. La ambición omnipotente de tener el control del partido en “el cielo la tierra y en todo lugar” cerró las opciones de diálogo en entidades donde aún mantenía cierto nivel de fortaleza y generó fracturas que terminaron por romper estructuras que se habían solidificado con los años y que, de tajo, fueron hechas a un lado para imponer a los cercanos, a los incondicionales, a los serviciales de la presidencia nacional.

“Los priístas somos institucionales” decían los viejos liderazgos, era el mantra que se repetía elección tras elección en todo el país cuando los acuerdos internos no les favorecían o cuando, después de una seria medición de fuerzas, había un vencedor que no solo ganaba la posición sino que, al hacerlo de forma honesta y directa, también ganaba el respeto y apoyo del vencido; esa era la tradición política priísta que los había encumbrado y mantenido por muchos años en el poder, eso es parte de lo que se rompió en los últimos cinco años con Moreno Cárdenas.

El Estado de México no era el último bastión del priísmo solo por mantener un gobierno siempre tricolor desde la fundación del PNR, también lo era porque era el último estado en donde los protocolos y los usos y costumbres partidistas se seguían manteniendo; la última entidad en donde “la forma es fondo” no solo tenía un significado sino que se practicaba como suprema lex y así lo notaban quienes, provenientes de otras entidades, destacaban el respeto y cuidado a las formas que le daban fondo a las acciones políticas.

El priísmo mexiquense se contagió de pragmatismo, se dejaron atrás las formas y en el pecado llevaron la penitencia; para ser concretos, previo al proceso electoral, más allá de la revisión puntual de resultados, uno de los criterios de selección de candidaturas tuvo que ver con identificar a quienes podrían solventar una campaña porque del partid no se vería un solo peso, simplemente, como en ocasiones anteriores, algunos espectaculares, un poco de publicidad y un puñado de utilitarios acompañados de la bendición y nada más.

En el descuido de las formas, el proceso fue atropellado, se descosió a unos para privilegiar a otros y cuando llegaron los triunfos y las derrotas, se notó la ausencia del liderazgo, de la llamada de consuelo o de felicitación para fortalecer el ánimo de los vencedores o para reconfortar a los vencidos. El vacío y nada más.

Y después, cuando se aspira a la reelección, entonces llega la llamada para presentarse inmediatamente a las oficinas de la dirigencia para dar instrucciones precisas de comenzar a trabajar, se manda traer en horas hábiles a los alcaldes y sus equipos que discretos mantuvieron las reuniones en lo privado pero se les exhibe desde la dirigencia porque la urgencia de demostrar fortalece antecede a la legalidad, descuidos en las formas que, ante el descarte de la novatez, muestran un fondo de presión y ansiedad.

El priísmo mexiquense se acerca un momento crucial para la supervivencia del partido en la entidad y en el país; con su millón de votos obtenidos en la elección nacional, ostentan una quinta parte de los sufragios obtenidos en el país, no hay otro estado que, según el PREP, le haya aportado esa cantidad de votos nacionales al partido y, aún así, fueron desdeñados para las plurinominales y sus dirigentes acusados, sin pruebas pero sin dudas, para justificar su expulsión.

La forma es y seguirá siendo siempre fondo, se cuide o no de ella. Ahora son las dirigencias estatal y nacional las que, en la forma, mandan un mensaje que tiene fondo de desdén a la militancia mexiquense que, en la ausencia de un liderazgo que asuma ese rol, aún no define si está dispuesta a seguir tolerándolo, porque una cosa es la disciplina partidista y otra el sometimiento pueril.

Se vienen tiempos de negociación en donde las dirigencias nacional y estatal podrían no tener las mejores cartas. Es obvio que ellos necesitan el apoyo de la militancia mexiquense por sus números, su volumen, su masa; el mensaje del resultado electoral para quien sepa leerlo fue muy claro: en lo local (municipios y distritos) se alcanzaron 1 millón 400 mil votos, pero en lo nacional (presidencia) se perdieron 400 mil sufragios: un tercio de los militantes que dicen “apoyamos en lo local pero no en lo nacional”, la pregunta que queda en el aire es ¿necesitan las bases tricolores lo que estas dirigencias les están ofreciendo? Ese es el quid del asunto.