A lo largo de los últimos años, en mis conferencias sobre liderazgo y cambio cultural en distintas universidades, he enfatizado que en los países de Iberoamérica existen construcciones mentales que se levantan como obstáculos terribles en nuestro camino al desarrollo económico y al combate a la pobreza.
Una parte de estas concepciones se relaciona con un marcado derrotismo y falta de entusiasmo de mucha gente: algo que en gran medida se asocia con una torcida visión sobre la relación entre esfuerzo y riqueza. Este derrotismo, que permea la mentalidad de muchos en América Latina, es nefasto y explica en gran medida nuestros altos, permanentes y corrosivos niveles de pobreza material y espiritual.
Como un antídoto a esta mentalidad derrotista, recomiendo ampliamente la lectura de un libro escrito hace varias décadas por Paul Getty, magnate petrolero de vida interesantísima, que en su momento fue el hombre más acaudalado de los Estados Unidos y que hoy se conoce por el fabuloso legado cultural y artístico que donó a su Fundación, además de la película Todo el dinero del mundo, que exhibió en el 2017 uno de sus aspectos menos atractivos.
El título del libro al que me refiero es How to be rich, o cómo ser rico. En primera instancia este título levantará sospechas, porque en México tendemos a despreciar la riqueza por presuponer que toda fortuna tiene un origen ilegítimo. En su obra, Paul Getty rompe con esta visión y nos comparte sus puntos de vista sobre este tema tan importante. Los primeros capítulos ofrecen una interesante narración de cómo este empresario logró establecer un emporio petrolero a través de la perseverancia y el trabajo duro. Después, nos aconseja cómo administrar la riqueza generada por las empresas para que trascienda en beneficio de la sociedad.
Para ilustrar uno de los puntos fundamentales de su obra, en el que me enfocaré en este artículo, Getty reflexiona sobre un cierto superintendente a cargo de sus operaciones alrededor de Los Ángeles, California, a quien se refiere como George Miller, quien mostraba cualidades sobradas para cumplir con sus responsabilidades.
No obstante, cada vez que Getty visitaba las instalaciones de su empresa en la región, encontraba grandes oportunidades de mejora: procesos lentos, riesgos industriales, excesos injustificados de personal, desperdicio de materiales, etcétera. En opinión de Getty, el señor Miller pasaba demasiado tiempo en las oficinas centrales y sólo unas horas a la semana supervisando las operaciones en el campo.
Un día, cansado de esta situación, Paul Getty reclamó a su superintendente, haciendo un recuento pormenorizado de cientos de oportunidades de mejora y externando su frustración y sorpresa de que alguien tan competente como el señor Miller hubiera dejado pasar todos esos detalles. El señor Miller sólo atinó a responder: “Es que usted es el dueño y en esa capacidad tiene una percepción distinta que la mía”.
La epifanía para Getty fue fulminante e inmediatamente propuso al señor Miller un nuevo esquema de trabajo que contemplaba una participación directa en las utilidades de las operaciones que supervisaba.
Después de 60 días ocurrió un milagro: Getty volvió a las distintas instalaciones supervisadas por el señor Miller y no encontró un solo problema, ni uno. Ahora el señor Miller pasaba todo el tiempo en el campo y se impacientaba sobremanera si algún asunto lo hacía acudir a las oficinas.