El próximo lunes se cumplen 55 años de la mayor represión estudiantil en México, y aún no se escribe la verdadera historia de la masacre y de los ataques en las distintas etapas del movimiento.
Por ejemplo, no existe una explicación satisfactoria del porqué de las decisiones extremas del oficialismo, no se conoce el número real de víctimas y tampoco si hubo algún castigo a los responsables de ese genocidio.
En uno más de los casos de intolerancia y autoritarismo gubernamental, el miércoles 2 de octubre de 1968 una gran cantidad de personas perdieron la vida, bastantes resultaron lesionados y hubo numerosos detenidos y desaparecidos, cuando participaban en un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, del entonces Distrito Federal.
Hacia finales de julio de ese año, una pelea entre alumnos de dos Vocacionales y los de una escuela particular motivó la intervención del cuerpo de granaderos, a consecuencia de lo cual resultaron varios heridos y ocupado con violencia uno de los planteles. Ante los excesos de la policía las protestas no se hicieron esperar, y así el conflicto fue escalando, hasta derivar en movilizaciones extraordinarias, con miles de manifestantes saturando el zócalo capitalino, donde se contaban no sólo estudiantes, académicos e intelectuales, sino también amas de casa, obreros y profesionistas.
Las respuestas del gobierno fueron el bazucazo a la puerta de la Preparatoria de San Ildefonso, la toma de Ciudad Universitaria y del Instituto Politécnico Nacional por el ejército, la detención de algunos líderes y las agresiones a los participantes en las marchas. Mientras en los sectores tradicionales se justificaba y alentaba la represión, otros se oponían a tales actos, destacando el Ingeniero Javier Barros Sierra, en ese tiempo Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien con dignidad y valentía defendió la institución, condenó la violación a la autonomía y se opuso a las demostraciones de brutalidad y abuso de poder.
La tragedia se pudo haber evitado, de anteponerse la apertura y el diálogo razonado y directo, pues el pliego petitorio presentado por el llamado Consejo General de Huelga era posible de negociar. Sin embargo, las altas autoridades prefirieron reafirmar la intransigencia, y el desenlace lo anticipó el propio presidente de la República, cuando dijo: “Hemos sido tolerantes hasta extremos criticables, pero todo tiene un límite y no podemos permitir que se siga quebrantando el orden jurídico, como a los ojos del mundo ha venido sucediendo”.
Si bien el movimiento del 68 ha merecido diversas interpretaciones, donde se mezclan verdad, falsedades e hipocresía, la consigna de no olvidar ese funesto 2 de octubre ha mantenido vivo el recuerdo de los sacrificados esa noche y en esos días. Como parte dolorosa de nuestro pasado, en su momento sirvió para expresar el malestar social existente, particularmente el de los jóvenes, y más tarde contribuyó a que en México se conquistaran otras libertades y se lograra desacralizar la imagen presidencial.
Por eso, la sangre derramada de quienes murieron al desafiar un régimen nefasto jamás podrá quedar en el olvido, y las enseñanzas de la terrible experiencia deben ahora enfocarse hacia el objetivo de defender las instituciones, ejercer la democracia y evitar la destrucción del país. El compromiso de una comunidad instruida es impulsar la unión del pueblo, trabajar en favor de las mejores causas y luchar contra las injusticias cometidas por esta plaga de gobiernos irresponsables, prepotentes, corruptos y muy mentirosos.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.