En abril, el llamado mes de la lectura, nuevamente se habla de la necesidad de adquirir este hábito, si con él se desea mejorar el proceso educativo. Sin embargo, más allá de los discursos oportunistas y demagógicos, el tema debiera abordarse con la mayor seriedad posible, pues sus beneficios en el ser humano no pueden limitarse solamente al trabajo escolar, sino reflejarse en la ampliación de la cultura, en potenciar la inteligencia y en alcanzar la libertad intelectual.
La trascendencia de leer buenos libros es obvia, y en general se traduce en una evolución de la vida, personal, familiar y comunitaria. Por eso, en un país con los índices de ignorancia del nuestro, el asunto no puede seguir siendo motivo de recomendaciones de temporada, y por el contrario identificarse con una política permanente de esfuerzo conjunto, donde se reconozca a plenitud su significado, entre otras cosas para abatir el analfabetismo funcional de millones de mexicanos, causante de llevar al poder a populistas destructores y corruptos.
Cuando en el sector oficial no se abusaba tanto de la mentira, estudios de la propia Secretaría de Educación Pública reconocieron la incapacidad del sistema, pues por la indiferencia y el desapego de las nuevas generaciones siete de cada diez alumnos no leen en forma correcta y, como consecuencia, los niveles de comprensión son muy bajos. Con respecto a los estudios superiores, los porcentajes refieren 4.5 libros leídos al año y eso, en un estudiante universitario, es algo irrelevante.
La llegada de las nuevas tecnologías complica aún más el panorama, al tenerse a gente de todas las edades conectadas a Internet durante varias horas al día, y cuyo entretenimiento en redes sociales es la principal actividad. Desde luego, no se trata de negar las extraordinarias ventajas de un recurso de semejante naturaleza, sino de hacer ver los aspectos negativos al adoptarse ese medio de manera inadecuada, dejándose estimular por la lectura somera, el pensamiento apresurado, distraído y superficial, con el riesgo de ver afectada la capacidad de razonar profunda y creativamente.
En una sociedad donde el éxito va de acuerdo con las posibilidades de consumo, la acumulación de bienes o el nivel de poder alcanzado, para muchos el ser lector constante es igual a perder el tiempo, o una desviación en el camino de ser productivos. Incluso, en el interés de un alto número de dirigentes oscurantistas, característica predominante en estos tiempos de tragedia, representa un peligro el hecho de que, a través del estudio y de la adquisición de conocimientos, se consolide un pensamiento racional y una actitud propositiva e independiente.
La formación liberal es indispensable en una democracia, pues ello permite a los ciudadanos asumir de mejor modo sus responsabilidades. El arte de leer bien, con claridad y visión crítica, está en relación directa con las expresiones de una aptitud superior, de una mente autónoma y disciplinada, dado que la buena lectura modifica la organización del cerebro, amplía la capacidad de pensar, de deducir y comprender, favoreciendo, en suma, el desarrollo intelectual del individuo.
En esta sufrida nación las razones se acumulan, ante la necesidad de construir y fortalecer una sociedad lectora, analítica y bien informada, decidida a combatir los despropósitos de esos liderazgos mediocres y déspotas, refugiados en la exageración de una propaganda engañosa y perversa.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.