Derivado del uso excesivo de las redes sociales y el Internet, las nuevas generaciones se caracterizan por la carencia de vocabulario, escribir con faltas de ortografía y sustituir frases completas por un mínimo de letras.
Algunas personas justifican esta situación, y recomiendan no coartar la libertad de expresión de las y los jóvenes, sin importar su manera de comunicarse, pues con eso, dicen, tienen la oportunidad de ser ellos mismos, con su propia esencia, al hacerlo de forma más simple, usando los llamados emojis o emoticones y pocas palabras en sus mensajes electrónicos. Sin embargo, el asunto no es tan trivial, según lo han mostrado organismos como la Real Academia Española, al alertar sobre las consecuencias de esa costumbre, donde destacan la baja comprensión lectora, la escasa fluidez expresiva, el nulo interés por la literatura de calidad y hasta los problemas escolares debido a las deficiencias en el aprendizaje, sobre todo de determinadas asignaturas.
Ya desde finales de la década de los noventa del siglo pasado, el investigador italiano Giovanni Sartori se refería a la nociva influencia de la televisión en la naturaleza del ser humano, pues al producir imágenes y anular conceptos ese medio lograba atrofiar la capacidad de abstracción de mucha gente, y con ello su potencial de entendimiento. Una de sus obras más emblemáticas, “Homo Videns: la sociedad teledirigida”, publicada en 1997, no sólo generó una gran polémica, sino también dio lugar a una serie de reflexiones, al afirmar el autor, entre otras cosas, que cuando el individuo pierde la habilidad de abstraer se vuelve sumamente limitado para racionalizar y queda reducido a lo simbólico, por lo cual poco o nada puede aportar al mundo creado por el homo sapiens.
Asimismo, en el texto se comentaba el efecto del televisor en los niños, quienes lo veían antes de aprender a leer y escribir, y así, al educarse en la cultura de las formas, de las figuras y de la evasión fácil, existía el alto riesgo de entrar desde pequeños en una crisis de pérdida del interés en el conocimiento, y con una conducta ajena al gusto por la palabra escrita.
Después de casi tres décadas el panorama ha empeorado, pues hoy en día es común ver cómo el Internet, la telefonía celular y las redes sociales se apropian de la libertad de mucha gente, de su tiempo, de sus modos de expresarse y de comportarse. Incluso, en sociedades con las características de atraso de la mexicana, estos medios de comunicación, información y entretenimiento se constituyen en un fenómeno destructor de la cultura, del intelecto y de una buena cantidad de valores, cuyo aporte en cuanto a darle un mejor sentido a la existencia es incuestionable.
Por supuesto, no se trata de descalificar los grandes avances de la ciencia y de la tecnología. Se reconocen sus beneficios y su destacada contribución a la vida moderna. Lo malo ocurre cuando se usan para satisfacer a legiones de seres sometidos, hipnotizados, adormecidos en la fascinación e idolatría de modelos absurdos, también causantes de ampliar las diferencias de expectativas y hábitos con las otras generaciones.
En resumen: confiar en la avanzada cibernética la solución de todos los problemas cognitivos, es resignarse a ver disminuida la capacidad de construir estructuras superiores de análisis, razonamiento y sabiduría. Parafraseando al escritor Mario Vargas Llosa, cuanto más nos dejemos seducir por las inteligentes máquinas, más tontos seremos.
Comentario final: Los contribuyentes exigimos una Toluca con agua, sin baches ni basura, ordenada y segura.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.