La semana pasada se llevó a cabo la ceremonia conmemorativa del CCXII aniversario de la primera edición de “El Ilustrador Nacional”, en Sultepec, estado de México, y en la misma fecha se festejó el Día del Periodista Mexiquense.
En la demagogia oficial de la ocasión, no podía faltar la referencia a los lugares comunes, en el sentido de estar garantizada la libertad de expresión, así como el respaldo al trabajo periodístico y el compromiso de acercar la información a la ciudadanía, sin censura alguna.
Obviamente, la actividad tiene una gran relevancia, pues se encarga de orientar a la gente a través de diversos canales, en intervalos determinados de tiempo, con respecto a los hechos más sobresaliente de su localidad, de su nación y del mundo. En las sociedades modernas, llamadas también del conocimiento, la dependencia de los medios masivos es mucha, sobre todo cuando los acontecimientos se dan a conocer a partir de datos ciertos, oportunos e imparciales; es decir, con criterios de rigurosidad y profesionalismo.
En México las condiciones son difíciles, si se trata de cumplir con el deber de publicar las verdades. Por tradición, las opiniones incómodas al poder y las denuncias bien fundamentadas se descalifican, y sus autores son sujetos de presiones, amenazas o represalias, al grado de sufrir lesiones o hasta perder la vida. Precisamente ahora, desde las alturas del oficialismo, se radicalizan las burlas, agresiones y persecución hacia quienes no se unen al coro de alabanzas y se atreven a exhibir la ineptitud del régimen, las costosas ocurrencias, el tráfico de influencias y la corrupción e impunidad.
Conscientes de su responsabilidad social, los pocos seguidores de esta línea rechazan la de enajenar conciencias y convertirse en voceros de un sistema político; de ocultar o justificar deficiencias y hacerse cómplices, o de pretender controlar voluntades y deformar la realidad. Por el contrario, van más allá de únicamente presentar los sucesos, de solo referir la noticia, y se interesan en analizar el contexto, indagan e identifican antecedentes, muestran las influencias que hubiesen tenido personajes y circunstancias, e incluso mencionan las posibles consecuencias.
Ante procesos electorales importantes, por ejemplo, el del próximo 2 de junio, se valora la presencia de esa prensa digna, preocupada por generar una cultura cívica del mayor nivel y formar entre los lectores esquemas de pensamiento crítico, con la capacidad de reconocer lo veraz y no aceptar las consignas de la propaganda mentirosa y perversa. La propia evolución de una sociedad requiere de mentalidades analíticas y debidamente informadas, a fin de darle fortaleza y rumbo a la vida democrática.
En síntesis: el indispensable cambio que se requiere para tener un país en mejores condiciones de progreso, justicia y equidad, implica crear un conjunto de factores donde la libertad de expresión sea un valor primordial e intocable. Tomando en cuenta la alarmante actualidad de la nación, es verdaderamente absurdo soslayar o idealizar desde un medio de comunicación el estado de violencia e inseguridad; de pobreza y marginación; de los pésimos servicios de salud y educación; de deshonestidad y nepotismo; de incompetencia en los puestos de mando y de muchas otras muestras del desastre, a costa de lo cual se beneficia, políticamente y económicamente, un amplio sector de malos mexicanos, cobijados por la estructura oficial.
Comentario final: Los contribuyentes exigimos una Toluca con agua, sin baches ni basura, ordenada y segura.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.