El próximo miércoles se conmemora el 114 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana; origen de la transformación de las estructuras políticas y sociales del país.
De acuerdo con lo establecido en el Plan de San Luis, suscrito por don Francisco I. Madero en octubre de 1910, el día 20 de noviembre de ese año, desde las seis de la tarde, los ciudadanos de la República deberían tomar las armas para arrojar del poder a quienes en ese momento gobernaban.
De esta manera inició el movimiento mediante el cual se derrumbó un régimen de esclavitud y explotación de una amplia mayoría de los mexicanos. El hambre de pan, de tierras, de justicia y libertad de inmediato cobró fuerza, y apenas seis meses después, al tomar la plaza de Ciudad Juárez los revolucionarios y combinarse otros factores internos y externos, se firma el convenio de suspender las hostilidades en todo el territorio nacional y se pacta la renuncia del presidente Porfirio Díaz, cuya permanencia en el cargo había sido de más de 30 años.
Así, mientras el destino del viejo dictador era el exilio, Madero entra triunfante a la ciudad de México, el 7 de junio del siguiente año, aclamado por miles de personas. En seguida prepara su campaña a la presidencia, misma que obtuvo de manera inobjetable, entrando en funciones el 6 de noviembre de 1911.
Por desgracia las circunstancias empezaron a rebasar al ahora llamado apóstol de la democracia, y en los meses posteriores su prestigio sufrió una marcada declinación, tanto por los desaciertos cometidos y la exigencia de sus seguidores de cambiar con rapidez el estado de cosas, como por los ataques de sus enemigos, magnificados y deformados por una prensa puesta al servicio de los más ruines intereses.
Desde luego, el error mayúsculo fue poner al mando del ejército a Victoriano Huerta, quien, apoyado por el embajador norteamericano, pronto lo traicionaría y lo mandaría asesinar, junto con el vicepresidente José María Pino Suárez, después de hacerlo prisionero y obligarlo a renunciar. Debido a esto, los jefes rebeldes se volvieron a unificar, la mayor parte en el Ejército Constitucionalista, el cual, sobre todo con los triunfos militares logrados en la zona norte del país, en poco tiempo logó deponer al usurpador.
Sin embargo, por las diferencias surgidas en la Convención de Aguascalientes, resulta inevitable el enfrentamiento entre dos poderosos bandos: los convencionistas, liderados por Francisco Villa y Emiliano Zapata, y los constitucionalistas, encabezados por Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. Con la victoria de estos últimos los combates concluyen, y luego inicia la tarea de reconstrucción de la vida pública, a partir de una nueva Carta Magna.
Entre las principales causas internas que incentivaron el conflicto armado, se cuentan la desigualdad social y la concentración de la riqueza en unos cuantos; el despojo de tierras a los campesinos y la creación de latifundios; la ausencia de libertad política, al ser impuestos y no elegidos los representante de los tres niveles; la falta de libertad de expresión y el uso de la fuerza ante cualquier manifestación de inconformidad; la carencia de protección laboral de obreros y gente del campo, y la mínima cobertura educativa, con el 80 por ciento de la población analfabeta.
A más de un siglo, la pregunta obligada es: ¿se han logrado los objetivos de esa lucha sangrienta, donde murieron casi un millón de personas y hubo enormes daños? Sin duda la respuesta es no, en gran parte debido a la ineptitud, corrupción y maldad, predominantes en las distintas administraciones, aunque hoy a todo eso se le suman los ataques y el desprecio a la justicia, la paz y las libertades; a la división de poderes, la democracia y el progreso nacional.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.
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