La semana pasada, el pleno del Senado de la República decidió reelegir para un periodo más a la señora Rosario Piedra Ibarra, al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
Esta resolución se da después de un proceso sumamente desaseado, y manda un nuevo mensaje del oficialismo, en el sentido de seguir dando la espalda a las demandas de justicia de tantas víctimas del abuso de poder.
Sin embargo, de este lamentable hecho se infieren también otras lecturas, derivadas de la influencia ejercida por un liderazgo de nivel superior, obstinado en imponer su soberbia y autoritarismo sin límites. En primer término, está la situación humillante de la actual titular del ejecutivo, al negarle la oportunidad de optar por un perfil de mejores características, y exigir la sumisión de los legisladores de Morena y sus aliados de los partidos Verde y del Trabajo. Las mentiras y justificaciones expresadas en las conferencias mañaneras no cambian una realidad: la doctora y científica porta la banda presidencial y tiene el bastón de mando, pero en esta ocasión tampoco lo mostró, y otra orden fue plenamente acatada por una obediente mayoría.
En segundo lugar, vuelve a manifestarse la ausencia de esa cualidad humana llamada dignidad, vinculada, entre otras cosas, con la rectitud, honorabilidad, sensatez y decoro de las personas en la manera de comportarse. El atributo identifica a alguien de elevada moral, sentido ético y acciones honrosas, y debiera ser una condición imprescindible en las y los políticos. Quienes ignoran o desprecian esto, no les interesa respetar a los demás y se creen, junto con los de su clase, seres destinados a imponer sus caprichos e ideas absurdas.
Por desgracia, la dignidad pierde vigencia, e incluso se le quiere reducir al orgullo de serle fiel al amo y aplaudir las intenciones de llevar al país a un modelo excluyente y totalitario, donde no tengan cabida la división de poderes, los contrapesos institucionales, ni los organismos defensores de los derechos y las libertades de los mexicanos. Toda disidencia es condenable, es traición a la patria y merece ser sancionada, por no aceptar mansamente las innovadoras formas de control.
Una tercera lectura permite corroborar el predominio de otra ocurrencia sexenal, consistente en llevar a los cargos públicos a gente leal en un 99 por ciento y apta en el uno restante. Los valores, el compromiso social, la vocación de servicio y la preparación académica, profesional y cultural es algo detestable, y se prefiere empoderar a mujeres y hombres ineptos e ignorantes, de escaso entendimiento, pero arrogantes y majaderos; cómplices de proyectos aberrantes y de una destrucción histórica.
Por eso, la consigna de ratificar a quien, durante 5 años, fue probadamente incapaz de cumplir con la encomienda de enaltecer a la CNDH, combatiendo con firmeza los excesos e injusticias de las distintas autoridades. En estos años de los peores abusos, su actitud servil a los deseos presidenciales motivó que ninguna organización no gubernamental la apoyara y, por el contrario, presentaran argumentos suficientes para descartarla.
A pesar de todo, los siervos validaron el pésimo legado de la señora Piedra, la colocaron entre las finalistas, solaparon la farsa de presentar una carta apócrifa con la supuesta recomendación del obispo emérito Raúl Vera, y el hecho de quedar en el último lugar de las 15 evaluadas, con calificación reprobatoria en temas tan fundamentales como experiencia y conocimientos en la materia, autonomía e independencia política o partidista, y razonamiento crítico en las respuestas.
Por este tipo de nombramientos el país va rumbo al despeñadero, obviamente, a paso de ganso.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.