A finales del mes pasado, un grupo de 225 expertos en salud mental diagnosticó al norteamericano Donald Trump con “síntomas de trastorno de personalidad grave e intratable”, lo cual, se dijo, significa una amenaza para la democracia en Estados Unidos.
En una publicación del periódico The New York Times, la organización “Anti – Psychopath PAC” calificó al entonces candidato republicano de “mentiroso, destructivo, engañoso y peligroso”, y de exhibir un comportamiento coincidente con los criterios de valoración narcisista, antisocial y paranoide, todos ellos agravados por su intenso sadismo, síntoma de un narcisismo maligno. Aun cuando los detractores del estudio lo objetan por no haberse examinado primero al paciente, los autores aportan argumentos y destacan su “deber ético” de alertar el peligro que representa el magnate.
Sin embargo, a pesar de estas evidencias, de enfrentar diversos procesos judiciales, entre ellos el de conspiración, de ser hallado culpable en otros y de persistir en el discurso agresivo, racista, misógino e insultante, es prácticamente un hecho el regreso de este individuo a la Casa Blanca, y su partido ganará también el Senado y la Cámara de Representantes.
Sin duda, el resultado presenta un escenario bastante complicado para México, pues ya sea proveniente de la administración vecina o surgidas de aquí, se deberán enfrentar acciones nefastas, derivadas del efecto enloquecedor del poder político asociado a las conductas malévolas. Muy lejos quedará la esperanza de tener gobernantes sensatos y honorables, es decir, prudentes, preparados y de buen juicio, comprometidos con la paz, el bienestar y el progreso de sus naciones.
En muchas partes del mundo se viven tiempos difíciles, en gran parte debido a una profunda crisis de valores, propiciada por élites de mentalidad defectuosa, obsesionadas en someter instituciones y apropiarse de los cargos públicos. El objetivo: ejercer un control totalitario y hacer cualquier cosa, con tal de imponer su voluntad y disfrutar de los presupuestos, los cuales utilizan de manera discrecional e irresponsable, en beneficio propio y de parientes, socios y redes clientelares.
En nuestra sufrida patria la mayoría de la población sufre las consecuencias de la ineptitud y la perversidad. Y del muy amplio conjunto de calamidades inducidas se pueden mencionar desde el cruel manejo de la pandemia, causante de casi 300 mil fallecimientos que pudieron evitarse, hasta la violencia e inseguridad alentada con abrazos a los grupos criminales; la cancelación del seguro popular y el desabasto de medicamentos; los daños a la educación, el manejo irracional del erario y el derroche en obras costosas e inútiles.
Muestra reciente son los 13 mil millones de pesos destinados a la elección de los nuevos integrantes del Poder Judicial. Consecuencia de una venganza absurda y onerosa, cuya repercusión estará no sólo en la injusta pérdida del empleo de miles de profesionales del derecho, sino también en la imposibilidad de invertir ese dinero en la solución de problemas realmente apremiantes.
La carencia de filtros o de un sistema de selección previamente establecido, como son las pruebas psicológicas, psiquiátricas o proyectivas, ha permitido el acceso a los puestos de mando de gente de muy escasa o nula calidad moral e intelectual. Son estos los prototipos auténticos del llamado Factor D, referido a nueve de los rasgos indeseables de la personalidad, donde se incluyen egoísmo, maquiavelismo, psicopatía y sadismo.
Si la sociedad pensante no se organiza y reacciona, los efectos pueden ser aún peores, pues la influencia del mal es cada día más devastadora.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.
Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad de quien las emite y no de esta casa editorial. Aquí se respeta la libertad de expresión.