En gran medida, el futuro de México depende de la educación y bienestar de cerca de 40 millones de niñas, niños y adolescentes. En consecuencia, es obligado fortalecer la misión de las familias y el compromiso de la sociedad y del Estado, para encauzar correctamente el desarrollo de los chicos en todas sus potencialidades, mediante una instrucción de calidad y con valores, dentro de los cuales estaría el ideal de convivir de manera solidaria y empática con sus semejantes.
Sin embargo, ante las condiciones de violencia e inseguridad permitidas por gobiernos nefastos, la población se encuentra en una situación de riesgo, inestabilidad e incertidumbre, y ello ha repercutido fuertemente en los sectores de menor edad, al adquirir una mentalidad muy especial, caracterizada por la inconsciencia y la falta de objetividad al llevar a cabo sus acciones, muchas de ellas contrarias a los buenos sentimientos, e incluso vinculadas con hechos delictivos de diversa magnitud.
Una muestra de lo anterior se conoció en días pasados, con el fallecimiento de una alumna del tercer grado de una escuela secundaria de Teotihuacán, como resultado de los golpes recibidos en la cabeza durante una pelea con una de sus compañeras. De la información publicada destacan varias cosas, empezando por la indiferencia de las autoridades del plantel y de los padres de la víctima, al no solucionar con oportunidad y eficacia las denuncias de acoso; en seguida, la crueldad mostrada por la agresora y la irracional actitud de los espectadores, hasta la criminal negligencia de quienes en el hospital atendieron y dieron de alta a la lesionada, sin percatarse de la gravedad del caso.
Aunque el maltrato entre pares no es algo raro en las escuelas, en el nivel secundaria esto se ha venido incrementando en forma exponencial y, según datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia, la principal manifestación del fenómeno del bullying es ahora el daño físico, y en seguida se tienen los ataques verbales y psicológicos, aunado a la violencia registrada en las redes sociales, donde existen otras situaciones indeseables, consistentes en los mensajes de burla, amenazas, insultos, difusión de mentiras e invasión de las cuentas electrónicas.
En una etapa de tantos cambios, motivados por la construcción de la identidad, los jóvenes requieren de una orientación adecuada y de una visión de futuro, donde predominen los ejemplos y modelos positivos. Pero, sobre todo, necesitan aprender a comprometerse con el bien común, de modo que puedan asumir la responsabilidad de construir un mundo mejor. Si exaltan los falsos valores e imitan lo malo de los adultos, entonces el porvenir será igual o peor.
Es en esta etapa cuando se obtienen los aspectos fundamentales de la conducta, y si eso se hace correctamente, es posible cimentar una existencia plena y más satisfactoria. Pasar por alto o demeritar los aspectos esenciales, como lo es la premisa de cultivar las relaciones personales, sólo contribuye a radicalizar los desajustes sociales y a fomentar entre las nuevas generaciones la absurda voluntad de hundirse en la barbarie y el salvajismo.
Por eso, el propósito de la buena educación no es sólo formar profesionales calificados, sino también seres humanos con principios, amantes de la cultura y de la vida sana, siempre dispuestos a ayudar a los demás y capaces de consolidar en su entorno el sentido de pertenencia colectivo.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.