/ miércoles 16 de septiembre de 2020

Portaleando | Leona Vicario

Aunque el sentimiento no se ha debilitado, hace falta la presencia de la muchedumbre que llena de color las calles y las plazas en todas las ciudades del país. Sin embargo, fiestas populares como la noche del “grito” y el desfile son impensables en estos tiempos.

Las maniobras acrobáticas de arrojados pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana, los programas artísticos y culturales trasmitidos por TV y las reuniones familiares sustituyeron en parte ese derroche de júbilo de que suelen hacer gala los mexicanos.

En los días previos a la fiesta nacional, destacó fuertemente en el medio oficial y en los círculos de la opinión pública una figura femenina que hasta hoy ha estado en un segundo plano del reconocimiento popular, pero cuya vida guarda estrecha relación con Toluca y con las agrestes montañas de la zona sur del Estado de México: Leona Vicario.

Descendiente de familia acaudalada, la inquieta joven se vio arrastrada por el movimiento de independencia hasta el punto de convertirla en la causa de su vida al lado de don Andrés Quintana Roo, pero desde que era soltera gastó parte de su fortuna, abandonó el refugio familiar y estuvo presa en México debido a su mal disimulada adhesión a la lucha de los insurgentes.

Cuando los primeros caudillos de la independencia (Hidalgo, Allende, etc.) fueron abatidos por el régimen colonial y el movimiento buscó refugio en la zona montañosa de Sultepec, Provincia de la Plata, bajo el mando emergente de Ignacio López Rayón, Leona entró en contacto con el grupo conspirador “Los Guadalupe” para enviarles ayuda y pertrechos, entre ellos un modesto taller de imprenta en el que más tarde se imprimió el Ilustrador Nacional, segundo periódico de la insurgencia, primero del Estado de México e indiscutible monumento del periodismo nacional.

Más tarde, casada con Quintana Roo, huyó también a Sultepec y participó en la fundación del Semanario Patriótico con artículos de apasionado apoyo a los combatientes patriotas. En una cueva de los montes de Tlatlaya, durante una persecución, Leona dio a luz su hija mayor, Genoveva, y hubo de entregarse, con su marido, a las tropas realistas.

La famosa pareja fue condenada al destierro en España, pero vivió varios años Toluca reuniendo dinero para un viaje que jamás se realizó, ya que antes de que pudieran pagarlo triunfó el movimiento de independencia y los Quintana Roo vieron coronada su causa.

En la capital del país, hace días, Leona Vicario fue rescatada del olvido y colocada su estatua en el Paseo de las Heroínas. El Estado de México le debe un homenaje al menos similar.

Aunque el sentimiento no se ha debilitado, hace falta la presencia de la muchedumbre que llena de color las calles y las plazas en todas las ciudades del país. Sin embargo, fiestas populares como la noche del “grito” y el desfile son impensables en estos tiempos.

Las maniobras acrobáticas de arrojados pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana, los programas artísticos y culturales trasmitidos por TV y las reuniones familiares sustituyeron en parte ese derroche de júbilo de que suelen hacer gala los mexicanos.

En los días previos a la fiesta nacional, destacó fuertemente en el medio oficial y en los círculos de la opinión pública una figura femenina que hasta hoy ha estado en un segundo plano del reconocimiento popular, pero cuya vida guarda estrecha relación con Toluca y con las agrestes montañas de la zona sur del Estado de México: Leona Vicario.

Descendiente de familia acaudalada, la inquieta joven se vio arrastrada por el movimiento de independencia hasta el punto de convertirla en la causa de su vida al lado de don Andrés Quintana Roo, pero desde que era soltera gastó parte de su fortuna, abandonó el refugio familiar y estuvo presa en México debido a su mal disimulada adhesión a la lucha de los insurgentes.

Cuando los primeros caudillos de la independencia (Hidalgo, Allende, etc.) fueron abatidos por el régimen colonial y el movimiento buscó refugio en la zona montañosa de Sultepec, Provincia de la Plata, bajo el mando emergente de Ignacio López Rayón, Leona entró en contacto con el grupo conspirador “Los Guadalupe” para enviarles ayuda y pertrechos, entre ellos un modesto taller de imprenta en el que más tarde se imprimió el Ilustrador Nacional, segundo periódico de la insurgencia, primero del Estado de México e indiscutible monumento del periodismo nacional.

Más tarde, casada con Quintana Roo, huyó también a Sultepec y participó en la fundación del Semanario Patriótico con artículos de apasionado apoyo a los combatientes patriotas. En una cueva de los montes de Tlatlaya, durante una persecución, Leona dio a luz su hija mayor, Genoveva, y hubo de entregarse, con su marido, a las tropas realistas.

La famosa pareja fue condenada al destierro en España, pero vivió varios años Toluca reuniendo dinero para un viaje que jamás se realizó, ya que antes de que pudieran pagarlo triunfó el movimiento de independencia y los Quintana Roo vieron coronada su causa.

En la capital del país, hace días, Leona Vicario fue rescatada del olvido y colocada su estatua en el Paseo de las Heroínas. El Estado de México le debe un homenaje al menos similar.

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