/ miércoles 11 de noviembre de 2020

Portaleando | Los túneles

Aunque la versión de que en Toluca existió alguna vez una vasta red de túneles y pasadizos secretos que comunicaba a los templos y otros edificios religiosos no ha sido descartada en forma contundente por un estudio serio y documentado que trascienda del claustro académico, puede decirse que los vestigios relacionados con tales instalaciones han desparecido en su totalidad.

En el imaginario popular existió durante mucho tiempo la creencia de que el túnel de mayor extensión en la ciudad era el que llegaba desde la vieja casona de la familia Serrano, conocida como el Beaterio, hasta el convento del Carmen, en otro extremo de la ciudad, con la sacristía del antiguo convento de San Francisco que ocupaba el actual perímetro de Los Portales.

Otras leyendas hablan de una intensa comunicación bajo tierra entre varios templos de la ciudad, incluidos los de algunos barrios como eran San José El Ranchito, La Merced y probablemente San Bernardino.

El caso es que no todas estas instituciones ocuparon espacios coloniales porque no todas se desarrollaron en la misma época.

Además: ¿qué propósito pudo justificar el alto costo de tales obras, cuya construcción habría exigido un esfuerzo extraordinario y la máxima discreción de los toluqueños, quienes, por fuerza, tendrían que haberse enterado de los pormenores de una obra tan visible e importante que, guardadas las proporciones, habría alterado la vida de la los habitantes como la construcción de una línea del Metro de la Ciudad de México.

Ni Guanajuato ni Puebla ni Taxco, ni otras ciudades que tuvieron una vida religiosa tan exuberante durante la época colonial podrían presumir de haber tenido una red de túneles tan eficiente.

Hace varios años, un equipo interdisciplinario de investigadores universitarios asumió la tarea de indagar lo que había de cierto en el fondo de estas conjeturas tradicionales. Sus integrantes consultaron fuentes documentales, realizaron entrevistas e hicieron observaciones con el propósito de llegar a la verdad, pero desgraciadamente el libro o el reporte en que plasmaron sus conclusiones no tuvo la divulgación necesaria.

Parece ser que su principal conclusión apuntó en el sentido de que en varios puntos de la ciudad, efectivamente, hubo casas y edificios religiosos que contaron con subterráneos de escasa extensión a manera de escondites y refugios para escapar al asedio de grupos armados de revolucionarios y asaltantes que causaban frecuentes sobresaltos a la población aprovechando las frecuentes convulsiones políticas y sociales del país entre las que destacaba la violencia y arbitrariedad de zapatistas y carrancistas, que deben ser recordadas en estos días que estamos en vísperas de un aniversario más de la revolución mexicana que será celebrado la semana próxima.

En el imaginario popular existió durante mucho tiempo la creencia de que el túnel de mayor extensión en la ciudad era el que llegaba desde la vieja casona de la familia Serrano, conocida como el Beaterio, hasta el convento del Carmen, en otro extremo de la ciudad, con la sacristía del antiguo convento de San Francisco que ocupaba el actual perímetro de Los Portales.

Otras leyendas hablan de una intensa comunicación bajo tierra entre varios templos de la ciudad, incluidos los de algunos barrios como eran San José El Ranchito, La Merced y probablemente San Bernardino.

El caso es que no todas estas instituciones ocuparon espacios coloniales porque no todas se desarrollaron en la misma época.

Además: ¿qué propósito pudo justificar el alto costo de tales obras, cuya construcción habría exigido un esfuerzo extraordinario y la máxima discreción de los toluqueños, quienes, por fuerza, tendrían que haberse enterado de los pormenores de una obra tan visible e importante que, guardadas las proporciones, habría alterado la vida de la los habitantes como la construcción de una línea del Metro de la Ciudad de México.

Ni Guanajuato ni Puebla ni Taxco, ni otras ciudades que tuvieron una vida religiosa tan exuberante durante la época colonial podrían presumir de haber tenido una red de túneles tan eficiente.

Hace varios años, un equipo interdisciplinario de investigadores universitarios asumió la tarea de indagar lo que había de cierto en el fondo de estas conjeturas tradicionales. Sus integrantes consultaron fuentes documentales, realizaron entrevistas e hicieron observaciones con el propósito de llegar a la verdad, pero desgraciadamente el libro o el reporte en que plasmaron sus conclusiones no tuvo la divulgación necesaria.

Parece ser que su principal conclusión apuntó en el sentido de que en varios puntos de la ciudad, efectivamente, hubo casas y edificios religiosos que contaron con subterráneos de escasa extensión a manera de escondites y refugios para escapar al asedio de grupos armados de revolucionarios y asaltantes que causaban frecuentes sobresaltos a la población aprovechando las frecuentes convulsiones políticas y sociales del país entre las que destacaba la violencia y arbitrariedad de zapatistas y carrancistas, que deben ser recordadas en estos días que estamos en vísperas de un aniversario más de la revolución mexicana que será celebrado la semana próxima.

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