Con una inscripción total que alcanza el techo de 90 mil alumnos y un sistema mixto que combina actividades presenciales y a distancia, la Universidad Autónoma del Estado de México inicia un nuevo ciclo y, a la vez, una nueva década de su prolongada y brillante historia.
No fue posible que el nuevo año escolar se programara conforme al mismo sistema que los anteriores, por razones ampliamente conocidas, pero, a pesar de la contingencia, no habrá retraso en la formación de nuevos profesionales que se incorporen a la vida productiva.
Todas las facultades reinician actividades luego de que se llegó a un acuerdo de levantamiento de huelga entre la Rectoría y los alumnos de la facultad de Ciencias de la Conducta que mantuvieron cerradas las instalaciones durante seis meses y una semana. En función de ese acuerdo existe un plan conjunto para buscar solución a los problemas que afectan la vida de ese espacio académico.
El nuevo sistema de trabajo va a requerir mayores esfuerzos de la comunidad universitaria, pues a la par de las innovaciones técnicas es necesario que los alumnos cuenten con dispositivos electrónicos adecuados, pero la universidad ha declarado que permanecerá atenta para subsanar este tipo de problemas.
La educación universitaria puede y debe ser elitista en cuanto a resultados académicos, puesto que representa el nivel más alto de la especialización profesional, pero no así en cuanto a razones de índole social o económica, puesto que es una institución pública que fue creada hace casi dos centurias con la misión de promover la educación superior entre los jóvenes mejor dotados en sus aptitudes para el estudio.
En el Instituto Científico y Literario, antecedente histórico de la Universidad, existía un fondo de becas que beneficiaba a estudiantes de origen humilde como lo fue en su momento Ignacio M. Altamirano, originario de Tixtla, Guerrero, llamado a figurar como uno de los mexicanos más destacados del siglo XIX.
Había en aquel tiempo una ley benéfica que obligaba a todos los municipios del Estado de México a enviar al Instituto a un alumno becado “de condición humilde y de preferencia indígena”. Y Tixtla era uno de esos municipios.
En la Universidad actual, la mayor parte de los alumnos gozan de algún tipo de beca, elemento indispensable de vida institucional; sin embargo, ni el Instituto ni la Universidad han ostentado el poder –que corresponde al estado y a la sociedad misma− de superar las carencias de la sociedad, lo cual no significa que la máxima casa de estudios, como lo ha hecho saber a través de sus autoridades, se desentienda de los problemas de sus estudiantes al iniciar un nuevo ciclo escolar.