La Prueba Internacional de Evaluación de Estudiantes, comúnmente conocida como PISA por sus siglas en inglés (Programme for International Student Assessment), es un programa de evaluación comparativa desarrollado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Esta evaluación se lleva a cabo cada tres años y tiene como objetivo principal medir el rendimiento académico de los estudiantes de 15 años en áreas clave como lectura, matemáticas y ciencias.
La prueba PISA se realiza de manera simultánea en varios países y regiones del mundo, lo que permite comparar el desempeño educativo entre diferentes sistemas educativos y culturas. Desde su inicio en 2000, la prueba PIS ha proporcionado una valiosa información sobre el estado de la educación a nivel internacional y ha generado debates sobre políticas educativas en todo el mundo.
Nuestro país participa en la prueba desde su primera edición y aunque los resultados han sido medianamente estables, se percibe una tendencia a la baja; una caída que al gobierno federal no le ha gustado por lo que se ha planteado, ya en dos ocasiones, la posibilidad de dejar de participar en el ejercicio argumentando que la evaluación es “neoliberal”, uno de esos términos que en su explicación han sufrido el reduccionismo propagandista que le brinda el nivel de una especie de “el coco” para adultos.
No obstante existen varias razones por las cuales es importante evaluar a los estudiantes a través de la prueba PISA como, por ejemplo, la comparación internacional, pues permite medir el rendimiento académico de los estudiantes entre diferentes países y regiones. Esto proporciona información valiosa sobre las fortalezas y debilidades de los sistemas educativos en todo el mundo, lo que puede servir de base para implementar políticas educativas más efectivas.
También ayuda a identificar tendencias ya que al realizar la prueba PISA cada tres años, se pueden observar patrones de resultados en el tiempo identificando el rendimiento educativo de los países participantes. Esto permite monitorear el progreso, retroceso y resultados de los cambios aplicados en los sistemas educativos, así como identificar áreas que requieren atención y mejora.
Definitivamente es un valioso instrumento para el desarrollo de políticas educativas pues los resultados de la prueba PISA proporcionan a los responsables políticos y a los expertos en educación, información objetiva y comparativa sobre el rendimiento de los estudiantes en diferentes áreas. Esta información puede utilizarse para desarrollar y mejorar políticas educativas que promuevan un mejor rendimiento estudiantil y una mayor equidad en la educación.
Al ser un comparativo internacional también brinda elementos para una mejor preparación para el futuro, pues en un mundo cada vez más globalizado y competitivo, los sistemas educativos deben preparar a los estudiantes para los desafíos de un mundo que aún no existe, que está en pleno proceso de construcción. La prueba PISA evalúa habilidades clave como el pensamiento crítico, la resolución de problemas y la colaboración, que son fundamentales para el éxito en el mundo laboral y la participación ciudadana.
Un factor muy importante es que propicia la equidad educativa, ya que la prueba PISA también examina las diferencias en el rendimiento académico entre diferentes grupos de estudiantes, como aquellos de diferentes niveles socioeconómicos o de origen étnico. Esto ayuda a identificar desigualdades en el sistema educativo y a desarrollar estrategias para abordarlas y promover una mayor equidad en la educación.
En este sentido, podemos recordar casos relativamente “sorprendentes” en los que algunas escuelas públicas de escasos recursos han logrado sobresalir del resto en los resultados mientras que instituciones privadas, de mayor nivel adquisitivo, han resultado por debajo del promedio y aunque esta no ha sido una generalidad sino casos de excepción, lo cierto es que hay la diferencia no es demasiado sensible entre un modelo y otro.
También es importante tener en cuenta que la prueba PISA no evalúa únicamente el conocimiento académico de los estudiantes, sino también su capacidad para aplicar dicho conocimiento en situaciones del mundo real. Por lo tanto, los resultados de la prueba proporcionan una visión integral del rendimiento educativo de los estudiantes y de la efectividad de los sistemas educativos en prepararlos para los desafíos futuros.
La aversión del gobierno a las evaluaciones no es reciente, recordamos que en 2019, recién comenzando el sexenio, la Secretaría de Educación Pública anunció que como parte del modelo educativo denominado “nueva escuela mexicana” los primeros grados de primaria no tendrían ninguna evaluación para acreditar el conocimiento y basta con que los estudiantes se presenten a sus clases para pasar, un mecanismo que flexibilizó todavía más un modelo de evaluación en el que los menores no pueden reprobar el curso sin el consentimiento previo de los padres o, dicho de otro modo, aunque los niños no tengan el conocimiento necesario si los papás no quieren, no repiten año.
El resultado de estas medidas es inivultable: en los últimos 15 años, en el área de lectura, México obtuvo 425 puntos en 2008 su mayor puntaje desde 2000, pero en 2022 bajó a 415; en matemáticas nuestro país obtuvo 419 puntos, su mayor puntaje desde 2000, pero en 2022 bajó a 395. La prueba PISA de la OCDE estimó que el rendimiento educativo en matemáticas se vio profundamente dañado durante la pandemia por Covid-19 y se obtuvieron resultados que no se veían desde 2002. En ciencias, el área de medición que estima el desarrollo futuro de los estudiantes y su capacidad de generar nuevo conocimiento, desde 2007 a 2015, México obtuvo una tendencia estable de 416 puntos, pero en 2019 subió a 419 y en 2021 volvió a caer hasta 410; el punto más bajo en todo el proceso de la historia.
Si bien el gobierno mexicano no reconoce el uso de la prueba PISA para el desarrollo de políticas educativas y mucho menos para la evaluación del modelo de la “nueva escuela mexicana” (sea lo que sea que eso signifique) lo cierto es que la participación ha dejado en evidencia que México ha sufrido un retroceso importante en la capacidad de impartir el conocimiento a los menores y que quizás eso modelo propuesto no cumple con los objetivos mundiales de aprendizaje, lo que significa una desventaja para los mexicanos del futuro respecto al desarrollo del resto del planeta.