Mauricio Garcés fue una figura del cine mexicano, hombre seductor y mujeriego que en la mayoría de los casos no comprometía la felicidad de las mujeres con las que andaba, era experto en llamar la atención y sabía qué decir de acuerdo con la chica que tuviera enfrente; sus habilidades radicaban en su excesiva seguridad en sí mismo de tener objetivos y ser paciente: “No soy imposible, difícil sí, pero quien persevera alcanza”, dando un giro lógico al proceso de seducción, bajo la idea de ser buscado y no buscar.
La seducción es un proceso de incertidumbre, lleva consigo el cuestionamiento de no saber qué va a pasar después; y para ello tiene que haber un conocimiento pleno de la persona a la cuál se pretende seducir, hay que interpretar señales, formas de pensar, límites, deseos, sentidos y formas de ver la vida. Quien seduce y además es complaciente respeta la individualidad de cada persona. Bajo ese esquema, no cualquiera puede desarrollarse como seductor.
El sentido del sexo que rodea a los jóvenes está sometido a ideologías específicas de inmediatez; en la música el reguetón simplifica la relación sexual, es algo que se tiene, una cosa que entra a la otra.
Los reality shows como “Acapulco Shore” transmiten una silmplificación también insulsa y poco pensada, tener sexo es un sentido de dominación y ventaja frente a los demás, la cantidad de relaciones sexuales proyecta ventaja; aunque eso no involucra conocer a los demás y sobre todo conocerse a uno mismo.
El consumo del sexo se vuelve mercancía, es algo que se tiene, se desecha y se vuelve a tener, pero con otra persona-producto. Pero no hay un disfrute una exploración de los cuerpos que defina lo que nos gusta y lo que nos constituye como inolvidables.
Llevo 7 años en la docencia, y cada año percibo generaciones con sentidos de vida más distantes a los míos. Se centran en su propia felicidad y no en la de los demás, pero sufren cuando son remplazados por alguien más dentro de sus relaciones amorosas; pasan el tiempo en su celular sin buscar algo en específico, dejan que la vida pase mientras ven la pantalla y les llega la muerte, se drogan si haberse sentido presionados o estresados previamente. Hacen cosas por ocio, hasta tener relaciones sexuales.
Inician la segunda década de su vida, han tenido tal cantidad de vivencias sexuales que me resulta inimaginable; pero acuden a sus profesores porque aún no se conocen a sí mismos, exploran cuerpos sin aprender de ellos. No saben cuáles son las habilidades que se sobreponen a lo material. Viven sin asimilar sus experiencias y sin conocerse. No tienen fronteras y no las identifican en los demás, por lo mismo no saben negociar el placer. Hay una crisis existencial en ellos, se ven a sí mismos como productos y no saben ser amantes, ni seductores; todavía piensan que los demás son iguales y ocupan el mismo método para poder ligar. De seguir así, serán unos ancianos sin experiencias de vida, pues la vejez no garantiza el conocimiento, ni los cuerpos explorados la experiencia de un amante.