De acuerdo con lo decretado por las autoridades federales, este lunes, 1 de junio, el país volverá a la “nueva normalidad”; esto es, a las actividades normales que los mexicanos realizamos todos los días, interrumpidas por la pandemia, bajo las condiciones que para cada caso las autoridades señalen.
Lo anterior no debiera de preocuparnos, si la reactivación de la vida social y económica fuera en las mejores condiciones como lo recomienda la OMS; pero no es así: los países europeos, como Alemania, Italia, España, Inglaterra y muchos otros, se encuentran en plena etapa de reactivación, es decir, de regreso a la “nueva normalidad”, después de que sus estadísticas muestran de manera clara y contundente que la enfermedad del coronavirus ha sido controlada y que sus contagios y defunciones se encuentran en pleno descenso. En el caso de México, es todo lo contrario: en lo más alto de la escala de la enfermedad y con una letalidad del 11.0%, que es la más alta del mundo, es cuando regresamos a la reactivación económica y social. ¡Increíble! Pero cierto.
Pese a las afirmaciones reiteradas de López Obrador y de López Gatell, en el sentido de que “la sana distancia ha funcionado” y de que el coronavirus “ha sido domado”, tratando de justificar con ello el regreso a la “nueva normalidad”, la realidad es otra: la pandemia ha venido creciendo fuera de lo esperado. Según los pronósticos del sub Secretario de Salud, bajo los cuales se planeó todo para regresar a la “nueva normalidad”, la pandemia alcanzaría entre el 6 y 8 de mayo “el pico” más alto y de ahí la curva se aplanaría hasta terminar. Los cálculos de Gatell simplemente fallaron, y con ello todas las expectativas.
El día 8 de mayo, día en que Gatell aseguraba que el coronavirus alcanzaría su parte más letal, hubo 1,906 nuevos contagios para sumar un total de 31,522, y 199 defunciones para llegar a 3,160; pero como la curva no se aplanó, según lo pronosticado, el número de contagios y defunciones ha seguido creciendo hasta llegar el viernes 29 de mayo, a 84,627 contagios y 9,415 defunciones, cifras inmensamente más elevadas de las previstas, duplicando a China, origen de la enfermedad, tanto en contagios como en defunciones.
¿Por qué fallas tan garrafales? ¿Acaso México no es capaz, con todo y su equipo de expertos y científicos -como gusta en llamarles López Obrador- de pronosticar un número medianamente cercano a la realidad? Pues por lo visto ¡no! El gobierno federal no fue capaz de ello, ni siquiera en el número total de defunciones, el cual sería no más de 8 mil –según sus cálculos más pesimistas- y sin embargo, la cifra de muertos podría ser tres veces más grande.
Desde mi sitio de observación en me que me encuentro recluido, observo que desde el inicio se cometieron errores: las medidas fueron tardías e insuficientes, centralistas y arrogantes. López Obrador con su consabido egocentrismo, y López Gatell con su acentuada sumisión, se olvidaron de los Estados, como instancia necesaria para el éxito de cualquier acción en un sistema federal. Se olvidaron también de la iniciativa privada, como si los empresarios no fueran parte indispensable de la solución. El Presidente se agandalló la solución del problema. Alguna vez lo oímos decir: “la pandemia me cayó como anillo al dedo”. Ante la soberbia del Centro, gobernadores y empresarios han hecho lo que pueden.
Ahora, en lo más álgido de la pandemia, lo que nunca debió ser, el gobierno federal ha da luz verde para regresar a la “nueva normalidad”, sin una idea clara de lo que se debe hacer, pero sobretodo, sin la unidad de las instancias que debieran actuar bajo un solo frente y, lo peor, sin la credibilidad de los mexicanos.