Me parece que en las grandes crisis del hombre, suele exhibirse lo mejor y lo peor del ser humano: la entrega que lo ennoblece o el egoísmo que lo abomina.
La pandemia del Covid-19 que tuviera su origen en Wuhan, China, hace cuatro meses, y que en la jornada del viernes pasado acumulaba 2.79 millones de personas contagiadas en el mundo y cerca de 182 mil personas muertas, y que en México ese mismo día alcanzaba la cifra de 12,872 casos positivos y 1,221 defunciones, ha ocasionado, como en las grandes crisis, hechos de gran dramatismo que lastiman los sentimientos más profundos del ser humano, como es el que miles de personas mueran sin poder estar cerca de sus seres queridos, y que su familiares más cercanos ni siquiera los puedan ver por última vez.
A pesar de lo “inhumano” que pudiera ser el negarle el último adiós a la víctima del coronavirus, los familiares y amigos y la sociedad en general, aceptan tal situación, toda vez que deviene de una imperiosa necesidad de prevenir males mayores. Sin embargo, en nuestro país, incomprensiblemente se han venido dando hechos, lamentabilísimos, que por lo inhumano de sus propósitos pone a la vista, lo peor de quienes los protagonizan, ya sea por ignorancia ancestral, como pareciera que son la mayor parte de los casos, o, sin ser ignorantes, por haber llegado al límite de su incompetencia.
Ubico entre los primeros, las agresiones de las que han sido objeto el personal hospitalario –médicos, enfermeras, enfermeros y camilleros- que exponiendo en riesgo su salud y su vida, así como las de sus familiares, atienden con profesionalismo a los infectados de coronavirus que llegan a los nosocomios donde prestan sus servicios. Mientras en otros países, que por siglos nos aventajan en humanismo, reconocen a sus médicos y enfermeros, en México los agredimos.
Muy a pesar de que seamos “un pueblo sabio”, según apreciación política del presiente López Obrador, seguimos siendo en el fondo un pueblo semisalvaje; no hemos podido dejar las fuerzas atávicas que nos atan a nuestro pasado remoto; sólo así se puede explicar los insultos, las amenazas y los ataques a las enfermeras y a los médicos y personal administrativo; no concibo que alguien pueda espetar “¡maldita enfermera, nos trajiste el coronavirus!”.
Dentro de esos ataques incluyo las amenazas de quemar un hospital si era destinado a la atención de enfermos de coronavirus o de quemar a los enfermos de coronavirus que se atendieran. Los hechos tienen un origen distinto: la primer amenaza fue inferida por parte de los pobladores de Axochiapan, Morelos; y la segunda, por parte del personal de un hospital del IMMS en Michoacán.
Los casos expuestos, como muchos otros que se han presentado o que se presentarán en lo que falta de la pandemia en México, deben ser condenados por la sociedad en general, como lo han hecho las autoridades en su momento.
Por último, no puedo dejar de refutar, aunque esté en vías de corregirse por su intemperancia jurídica, ética y moral, la “Guía Bioética” aprobada por el Consejo de Salubridad General, máxima autoridad en la atención de la pandemia, y donde se encuentra lo más notable del conocimiento y de la experiencia que tenemos en México. La famosa Guía Bioética, repudiada, preveía que: ante la eventualidad de tener que atender a una persona joven y una de la tercera edad, debía de preferirse al joven que tiene por delante toda una vida. ¿¡Habrase visto!?