Nos separan seis meses de los relevos en las administraciones municipales y, en algunos casos contados, de iniciar un segundo periodo de gobierno consecutivo.
Los ganadores de las elecciones, además de esperar las resoluciones de los tribunales electorales, están ocupados en organizar y planear sus futuros gobiernos.
Y los ciudadanos, flotando, mientras van declinando con desgano los ayuntamientos, y esperanzados en que el cambio traiga consigo la materialización de esa mágica esperanza de que todo se va a componer cuando llegue un nuevo gobierno —empezando por el que iniciará en menos de 100 días, en octubre próximo—.
Pero no tenemos manera de medir el desempeño de nuestros gobernantes. No existen medidas o métricas o evaluaciones de desempeño que nos permitan a los mexicanos de a pie revisar los resultados de los administradores públicos o autoridades y de esta manera saber si están haciendo un buen gobierno o uno pésimo.
A ojo de buen cubero podemos calificarlos o calificarlas, sin que tengamos a la mano parámetros reales. Es verdad que existen las encuestas, pero no pasan de ser valoraciones abstractas cuyo sustento es el parecer, el juicio que parte de una idea, pero no tiene elementos materiales concretos para definirse.
La evaluación del desempeño, como proceso utilizado para calificar la eficiencia y eficacia de los proyectos, programas e iniciativas, debería tener metas bien definidas, claras y públicas. Porque estas escalas existen, pero no se utilizan. O si se usan en algún gobierno, se quedan en alguna oficina sellada a piedra y lodo, fuera de la vista o intromisión de la sociedad.
Casi nunca o nunca las conocemos, Por ejemplo, una medición sería la cantidad de metros cuadrados de baches que se van a tapar en un tiempo determinado. La ejecución de las acciones conducentes a cumplir la meta, recopilar, analizar y valorar qué tan “encaminado” está un gobierno, un programa o un responsable de área, para lograr esos resultados, metas y objetivos planteados —cuya definición es el comienzo de todo— es parte de esas métricas. Que de usarse nos servirían para calificar a un gobierno y a su principal responsable.
Pongo otro ejemplo: en cuánto tiempo se debe atender y solucionar un reporte de una lámpara fundida o de una fuga de agua o del camión de la basura que no pasa o de la respuesta policial a una emergencia.
Pero esas mediciones no se hacen. Si acaso, en los informes de gobiernos —las rendiciones de cuentas, ahora tan celebradas— nos dicen qué hicieron, cuántos metros de baches se taparon o cuántas recogió el servicio de limpia … pero no cuánto significan de la meta planteada o de la necesidad existente, que sería una escala más fidedigna de la acción de gobierno.
Y, desde luego, tendría que haber estándares en la tarea de cumplir con la satisfacción de las necesidades primordiales de toda sociedad. Porque no existen o no están estandarizados. Y ya sabes lo que dicen: lo que no se mide no se puede mejorar.
Director del noticiario Así Sucede de Grupo Acir Toluca. Gerente de Meganoticias Toluca.
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