Cuenta la leyenda que allá, a mediados de la década de los noventas, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari acuñó una frase memorable de la política a la mexicana: “ni los veo ni los oigo”.
La leyenda cuenta que se refería a los legisladores del entonces naciente —y hoy piltrafa— Partido de la Revolución Democrática que le lanzaron toda clase de críticas. Cerraba el sexenio salinista y aquella frase dibujó de cuerpo completo la actitud del gobernante frente a sus opositores más acérrimos.
Pero también dibuja una actitud constante de la clase gobernante, sin importar el partido ni la época, hacia sus críticos o quienes no comparten su visión del mundo —como diría Lorenzo Meyer—. Periódicamente, esta expresión se repite públicamente. En los dichos o en los hechos. Apenas hace un año el presidente Andrés Manuel López Obrador expresó aquello de “no oigo” cuando le preguntaron por la desaparición de cinco jóvenes en Lagos de Moreno, Jalisco. Y en la vida pública de los partidos políticos.
Ahí está el PRI: ni ve ni oye. El partido que mantuvo un poder omnímodo durante casi un siglo, no aprendió la lección de la elección. El partido bajo la conducción de Alejandro Moreno Cárdenas perdió de todas, todas: alcanzó 5.4 millones de votos, menos del 10 por ciento del total de la votación del 2 de julio. Y tendrá entre 15 y 18 legisladores —17, según los especialistas—. Y ni hablar de la gubernaturas perdidas. En esas condiciones, los priistas decidieron mantener el rumbo y reelegir a su actual dirigente.
Ni ven ni oyen. Seguirán en el derrotero que los encaminó al estrepitoso fracaso, con la carga a cuestas de un enorme desprestigio muy actual. El PRI es el partido más rechazado por los mexicanos en todas las encuestas. Y los priistas decidieron seguir por el mismo sendero.
Lo que añora administrar Alejandro Moreno Cárdenas es aquel “control” de una estructura al que se le atribuye la efectividad electoral, y que está visto que ya no existe, diluida entre las actuales élites que se han quedado con el cascajo. Incapaces de recomponerse y autocriticarse, flamígeras con sus disidentes y ajenas a los intereses y preocupaciones populares.
Hasta los priistas del más rancio abolengo consideran que su partido perdió su conexión con el pueblo. Ahora es un partido de élites que sobrevive de recordar de las glorias del pasado, las de aquellos políticos dicharacheros, capaces de comerse un taco junto a un comal y un pulque a media plaza pública y al mismo tiempo departir en los establecimientos de postín. Las de los que sabían el nombre de pila de sus interlocutores y no se escamaban con un abrazo con olor a polvo, y que el pasto que veían con más frecuencia no era el del campo de golf, sino el de la besana.
Perdieron la brújula y todavía no la encuentran. Ni siquiera saben cómo ser oposición o cómo construir un liderazgo desde la oposición. El escenario en el que ellos y ellas son la minoría y se enfrentan a un poder casi absoluto, les es desconocido, extraño e incomprensible. Tal vez por eso le cedieron el comando de su partido a un aspirante a dictador, que quiere conducir su partido sin atisbo de crítica u oposición.
Director del noticiario Así Sucede de Grupo Acir Toluca. Gerente de Meganoticias Toluca.
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