La semana santa, siempre me trae, recuerdos encontrados. La playa, el tiempo de descanso, la arena, el reencuentro familiar después de meses de trabajo. La oportunidad de conocer nuevos lugares. En Semana Santa, he acampado en Casitas, Veracruz, donde la playa del campamento se llenaba de cangrejos por la noche, mientras la brisa marina acariciaba la tienda y uno disfrutaba de la paz de la familia, con una fogata y comida. Tambien conocí Caleta, ese hermoso poblado de Michoacán, entre Cárdenas y San Blas, disfrutando la vista de los acantilados y caminar por la arena. Uruapan, Comalcalco y Morelia, no escaparon a mis travesías, antes de ser peligroso visitarlos y mi bello Estado de México, acampando en la cascada Velo de Novia, en Valle de Bravo, en cascada Castor por la Marqueza, disfrutando unos tacos de obispo en el mercado de Tenancingo, o unos de cabeza de res en Valle de Bravo, recorriendo su laguna y observando a los arrojados parapentistas.
Semana Santa, me hace recordar su origen, cuando alguien me invitaba a buscar huevos de pascua y pregunté ¿qué tienen que ver los huevos con la pascua y los conejos?, nadie sabía que “Pascua”, significa pasar de largo y que es una fiesta celebrada por los Judíos, en recuerdo a su salida de Egipto, cuando Dios mando la última plaga al pueblo del Delta del Nilo, por no dejar salir del reino a su pueblo a pesar de la plaga de ranas, tabanos, agua convertida en sangre y peces muertos entre otras. Plagas enviadas una tras otra, para motivar a Faraón, para que liberara a los judíos, quienes estaban por reconocerse, como el pueblo escogido de Dios.
El anuncio del castigo, si el rey desobedecía parecía no preocupar al soberano y la plaga llegó. Los hebreos, en sus casas obedeciendo, cocinaron pan sin levadura, sacrificaron un cordero sin mancha, compartieron pan en familia y comieron, con la sangre del cordero, cubrieron el dintel de sus hogares y se encerraron en ellos.
De noche, el Angel de Dios, atravesó el reino, matando a los primogénitos de todos los habitantes, menos los que habitaban en una casa marcada con la sangre, allí, el emisario de Dios, pasaba de largo. Después de la muerte de los primogénitos, Faraón dejo salir al pueblo, luego los persiguió, ahogándose parte de su ejército, en las aguas del mar rojo.
Eso recordaban los judíos, en los días de la crucifixión de Jesús. La importancia de obedecer a Dios para recibir sus bendiciones, el ser fiel, honesto, no engañador, misericordioso. Pero, no lo hicieron así, con engaños sus líderes religiosos y políticos, engañaron a Israel, atraparon al maestro y lo enjuiciaron para matarlo y liberarse de su influencia negativa sobre los poderosos sacerdotes del pueblo y la estabilidad social de la tetrarquía.
No importó que el fuera bueno, que hiciera milagros, sanando enfermos, dando vista a ciegos, haciendo caminar a cojos, levantando muertos y perdonando pecados. No querían arrepentirse, querían vivir como hasta entonces y prefirieron el pecado, la mentira y la pobreza antes que obedecer, amar y proteger a su maestro, Jesucristo.