En sesión programada para las 11:00 horas del día de hoy se tiene previsto votar el dictamen en comisiones de las reformas presidenciales relacionadas con la eliminación de los siete órganos autónomos que tienen como objetivo vigilar y evaluar el trabajo del gobierno desde la sociedad civil y que son resultado de 30 o 40 años de luchas sociales que, paradójicamente, serán borradas de un plumazo por la izquierda aunque esta “izquierda” no es la misma que luchó por ellas.
Una de las materias escolares que menos gusta a los mexicanos, tristemente, es la historia y eso nos hace caer en aquella máxima de estar destinados a repetirla. Eso es lo que pasará con la votación en comisiones de la propuesta que propone eliminar a los órganos autónomos que surgieron como una propuesta para acabar con el presidencialismo priísta que ahora está de vuelta en su máxima expresión, pero vestido de un rojo más quemado.
En las décadas previas a la administración de la abundancia imaginaria de José López Portillo, el presidencialismo priísta se encontraba en su máximo apogeo, todo, absolutamente era controlado por el gobierno, lo que le daba al Presidente en turno una potestad cuasimonárquica respecto a cómo debía operar el país.
La justificación de esta situación se encuentra en la etapa que se conoce como “El Milagro Mexicano” un momento en la historia del país donde la bonanza, el desarrollo y el crecimiento no se encontraban en la cabeza de un líder delirante que al mismo tiempo que aseguraba que defendía al peso “como un perro” tomaba las peores decisiones en materia económica que inauguraron la etapa de las crisis sexenales en las que, transición tras transición la crisis estaba presente (como la que dicen que se avecina para octubre).
Eran los tiempos de la posguerra, mientras las potencias se encontraban enfrascadas en la medición de fuerzas y la lucha para acabar con el expansionismo alemán (en dos ocasiones), los países del Tercer Mundo (así se les llamaba entonces, antes del eufemístico “en vías de desarrollo”) aprovechaban para llenar el vacío de producción generado por este hecho.
México, como país tercermundista que era y vecino del que había logrado imponer sus condiciones en el terreno económico, aprovechó sustancialmente la situación proveyendo a su potencia más cercana de todo lo que necesitara tanto para su guerra como para los años posteriores en los que debía volver a poner en marcha su economía y recuperarse de esta situación.
Son los tiempos de la generación conocida ahora como “baby boomers”, los hijos de la posguerra que vieron un crecimiento (un boom) de nacimientos resultado de esta visión de bonanza y próspero futuro; en México esta etapa permitiría que la gente también se contagiara de esa felicidad y sentimiento de prosperidad que hacía que, apoyada por el discurso anticomunista posterior, se le tolerara todo al gobierno porque, a final de cuentas, todo estaba bien.
El problema comenzó cuando la potencia se recuperó y empezó a depender menos de su vecino y más de sí mismo y del refinamiento de su propio expansionismo comercial que era respaldado por el poderío militar, herencia de las guerras pasadas. Los gobiernos mexicanos no encontraron la forma de mantenerse en el camino del desarrollo y lentamente el estilo de vida comenzó a degradarse y ser cada vez más complicado.
Llegaron los aires de cambio y después de las crisis ocasionadas por el “Boom Petrolero”, el intento del control de precios en los productos y cambio de divisas que impactaba directamente en los bolsillos de las familias mexicanas, el esfuerzo por mantenerse en el poder se volvió cada vez más grande y costoso.
Miguel de la Madrid pasó de noche por la Presidencia pero abrió la puerta a la tecnocracia y llegó el turno para Carlos Salinas quien, acompañado de un grupo formado en el extranjero, pusieron en práctica todas las enseñanzas del neoliberalismo que permitieron frenar la caída y cerrar con la última de las crisis de fin de sexenio, la de 1994 que, además, no solo fue económica sino también social y cultural.
Después de Salinas, Ernesto Zedillo puso en orden las finanzas, y dejó la mesa puesta para la transición del poder; al final de su periodo no hubo crisis económica y además hubo cambio de partido en el poder obligado por la sociedad civil que había ganado espacios más que importantes para que esta transformación del país se llevara a cabo.
Tras el fraude electoral de 1988 ejecutado por Manuel Bartlett desde la Secretaría de Gobernación, el gobierno se vio forzado a crear el Instituto Federal Electoral, un organismo autónomo y ciudadano que se encargaría de organizar y llevar a cabo las elecciones en nuestro país, pieza fundamental para la transición democrática del año 2000.
Después de él vino el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI) que obligaría al gobierno a transparentar sus gastos y manejo de recursos siendo el más recurrente el relacionado con sueldos de mandos altos y medianos, pero que también permitió el acceso a gastos y cuentas que nos dieron oportunidad de conocer casos como la “estafa maestra”.
Ante su buen desempeño llegaron también los reguladores de Competencia Económica, de Telecomunicaciones, los de Evaluación de Política y Desarrollo Social entre otros que igualmente sirvieron para que los ciudadanos vigiláramos el actuar del gobierno y evitar la vuelta al pasado.
Hoy, a las 11:00 horas, la Comisión de Puntos Constitucionales prevé la discusión del dictamen a la reforma constitucional que elimina siete órganos autónomos: Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH), Comisión Reguladora de Energía (CRE) y Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación con lo que estaremos listos para dar el salto al pasado y regresar al presidencialismo priísta más recalcitrante.
Sí, el cuento de Augusto Monterroso suena a profecía porque seguramente una vez pasada la embriaguez de sentir que al sacar al partido se ha cumplido una venganza a todas las ofensas del pasado nos daremos cuenta de que efectivamente: sí, al despertar el dinosaurio seguirá ahí, más vivo y fortalecido que nunca; ojalá que ese despertar no sea demasiado tarde.