/ jueves 2 de noviembre de 2017

HistoriaDeTerror || Las doncellas del agua

En mi pueblo cada vez que llega la época de lluvias las abuelas encienden veladoras para que sus hijos y sus nietos no vayan a perderse entre las crecidas de los arroyos y no es porque no sepan nadar, son otros los peligros que acechan a lo largo de las corrientes de agua.

Yo siempre creí que eran chismes, historias que las abuelas cuentan a sus nietos alrededor de las fogatas para entretenerlos cuando empieza a caer la noche y ya nos los dejan alejarse de las casas.

Como no fui buen estudiante y me reprobaron varias veces en la prepa, mi papá me dijo: “aquí no quiero holgazanes, te me pones a trabajar, ahí están las placas y la tarjeta de circulación de un taxi, mañana pasas por el carrito al taller de don Juan, porque ya lo mandé a pintar y si no traes dinero para tu comida y para cubrir tus gastos, ni te me presentes”.

Y ya sabe usted, señorita, con eso de ganarse uno un peso más, pues a veces llegaba ya muy noche a la casa y como en el campo muchas veces, cuando llueve mucho, pues no se puede circular en los coches, tuve que dejar el mío en un paraje donde todos los vecinos dejábamos nuestros vehículos.

Pues verá, eran cerca de las 12:00 de la noche cuando iba cerquita del río cuando alcanzo a mirar a tres jóvenes bañándose en el río, cuando se dieron cuenta que las observaba voltearon y al mirarme se rieron entre ellas; su risa parecía el sonido de una campana de cristal y empezaron a hacer señas para que me acercara.

Primero me quedé paralizado, pero unos segundos después pensé ¿y por qué no?, pero cuando apenas había dado tres pasos que escucho las voces de mi papá y de mi mamá, ella me gritó Ricardo, Ricardo vente pronto porque va a empezar a llover de nuevo.

Se imagina cuál sería mi sorpresa que al voltear ya no vi a las muchas, estaban un poco lejos de la orilla y no había dónde esconderse; sin embargo, nada le dije a mis viejos, iban a pensar que estaba loco o que había bebido, así que no les conté.

Como quince días después iba yo por la vereda y de repente, como de casualidad, alcanzo a ver a mi primo, Lencho le decíamos porque se llamaba Lorenzo, iba caminando rumbo al río donde había yo visto a las tres bellas jóvenes, pero por más que me apuré para alcanzarlo no pude.

¡Ay! señito, ni me lo va a creer, pero cuando doy la vuelta en la veredita alcanzo a ver al Lencho, se había metido al río y estaba junto a las muchachas, nada más las alcanzó y tocó el hombro de una de ellas y las tres se transformaron de una manera que ni se imagina.

En esos tiempos yo apenas rebasaba los 20 años, tal vez por eso lo que vi me causó tanto daño, estuve en cama, con calenturas de casi 40 grados, deliraba y tenía unas pesadillas que me hacían gritar como loco, tanto que mis papás pensaban ya en internarme en un sanatorio para enfermos mentales, porque ni siquiera podía articular o hilar palabras, sólo sonidos horribles.

Por aquellos días llegó de visita a la casa un amigo de mi papá, hacía años que había partido del pueblo y al verme y oírme gritar le dijo a los viejos que yo había visto a las doncellas del agua y pidió que me trajeran a una curandera-yerbera que a él lo había ayudado.

Después de que la señora en cuestión me hizo unas limpias con hierbas, incienso, copal y velas, una tarde me puse a platicar por primera vez en mucho tiempo, pude contarles a todos que las doncellas del agua se habían transformado en una especie de víboras más parecidas a las anacondas que están en las enciclopedias.

El caso es que cuando Lencho tocó el hombro de una de ellas, los ojos se le pusieron rojos, parecieron elevarse en el agua y ya en forma de víboras, con los hocicos muy grandes y abiertos, enrollaron el cuerpo de mi primo entre las tres y lo llevaron al fondo del río en medio de un remolino que se formó en el centro.

Yo me quedé ahí por horas, hasta que mis viejos fueron a buscarme al camino y me encontraron con el miedo más atroz pintado en la cara, llorando y balbuceando, porque cuando uno ve morir a un ser humano, pues encomienda su alma a Dios, pero en este caso, cuando tres seres horribles se llevan a su pariente para alimentar al río ¿qué hace uno?, dígame ¿qué?

En mi pueblo cada vez que llega la época de lluvias las abuelas encienden veladoras para que sus hijos y sus nietos no vayan a perderse entre las crecidas de los arroyos y no es porque no sepan nadar, son otros los peligros que acechan a lo largo de las corrientes de agua.

Yo siempre creí que eran chismes, historias que las abuelas cuentan a sus nietos alrededor de las fogatas para entretenerlos cuando empieza a caer la noche y ya nos los dejan alejarse de las casas.

Como no fui buen estudiante y me reprobaron varias veces en la prepa, mi papá me dijo: “aquí no quiero holgazanes, te me pones a trabajar, ahí están las placas y la tarjeta de circulación de un taxi, mañana pasas por el carrito al taller de don Juan, porque ya lo mandé a pintar y si no traes dinero para tu comida y para cubrir tus gastos, ni te me presentes”.

Y ya sabe usted, señorita, con eso de ganarse uno un peso más, pues a veces llegaba ya muy noche a la casa y como en el campo muchas veces, cuando llueve mucho, pues no se puede circular en los coches, tuve que dejar el mío en un paraje donde todos los vecinos dejábamos nuestros vehículos.

Pues verá, eran cerca de las 12:00 de la noche cuando iba cerquita del río cuando alcanzo a mirar a tres jóvenes bañándose en el río, cuando se dieron cuenta que las observaba voltearon y al mirarme se rieron entre ellas; su risa parecía el sonido de una campana de cristal y empezaron a hacer señas para que me acercara.

Primero me quedé paralizado, pero unos segundos después pensé ¿y por qué no?, pero cuando apenas había dado tres pasos que escucho las voces de mi papá y de mi mamá, ella me gritó Ricardo, Ricardo vente pronto porque va a empezar a llover de nuevo.

Se imagina cuál sería mi sorpresa que al voltear ya no vi a las muchas, estaban un poco lejos de la orilla y no había dónde esconderse; sin embargo, nada le dije a mis viejos, iban a pensar que estaba loco o que había bebido, así que no les conté.

Como quince días después iba yo por la vereda y de repente, como de casualidad, alcanzo a ver a mi primo, Lencho le decíamos porque se llamaba Lorenzo, iba caminando rumbo al río donde había yo visto a las tres bellas jóvenes, pero por más que me apuré para alcanzarlo no pude.

¡Ay! señito, ni me lo va a creer, pero cuando doy la vuelta en la veredita alcanzo a ver al Lencho, se había metido al río y estaba junto a las muchachas, nada más las alcanzó y tocó el hombro de una de ellas y las tres se transformaron de una manera que ni se imagina.

En esos tiempos yo apenas rebasaba los 20 años, tal vez por eso lo que vi me causó tanto daño, estuve en cama, con calenturas de casi 40 grados, deliraba y tenía unas pesadillas que me hacían gritar como loco, tanto que mis papás pensaban ya en internarme en un sanatorio para enfermos mentales, porque ni siquiera podía articular o hilar palabras, sólo sonidos horribles.

Por aquellos días llegó de visita a la casa un amigo de mi papá, hacía años que había partido del pueblo y al verme y oírme gritar le dijo a los viejos que yo había visto a las doncellas del agua y pidió que me trajeran a una curandera-yerbera que a él lo había ayudado.

Después de que la señora en cuestión me hizo unas limpias con hierbas, incienso, copal y velas, una tarde me puse a platicar por primera vez en mucho tiempo, pude contarles a todos que las doncellas del agua se habían transformado en una especie de víboras más parecidas a las anacondas que están en las enciclopedias.

El caso es que cuando Lencho tocó el hombro de una de ellas, los ojos se le pusieron rojos, parecieron elevarse en el agua y ya en forma de víboras, con los hocicos muy grandes y abiertos, enrollaron el cuerpo de mi primo entre las tres y lo llevaron al fondo del río en medio de un remolino que se formó en el centro.

Yo me quedé ahí por horas, hasta que mis viejos fueron a buscarme al camino y me encontraron con el miedo más atroz pintado en la cara, llorando y balbuceando, porque cuando uno ve morir a un ser humano, pues encomienda su alma a Dios, pero en este caso, cuando tres seres horribles se llevan a su pariente para alimentar al río ¿qué hace uno?, dígame ¿qué?

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