En tiempos de la pandemia del Covid-19 las manos mazahuas te pueden proteger de algún posible contagio.
Y es que artesanas como Gloria Blas Nazario, vecina del municipio de Valle de Bravo, han aplicado su técnica de bordado mazahua para elaborar cubrebocas.
La innovación no ha sido fácil, pero ella como miles de emprendedores y empresas del Estado de México han cambiado su producción para adaptarse a la nueva normalidad que genera la pandemia de Covid-19.
“Yo veo que la gente compraba muchos (cubrebocas) por todos lados, entonces yo pensé por qué no hago cubrebocas”, narra la artesana mazahua.
De esta forma tomó la tela cuadrillé y cortó pedazos de 23 centímetros de largo por 15 de ancho, creando sus primeros cubrebocas, sencillos, de una sola capa, que con el tiempo fue perfeccionando para ofrecer mayor protección.
Después está la tarea de hilvanar estos artículos, los cuales son su apuesta para completar el gasto diario. Con múltiples colores de hilo crea las figuras que representan a la cultura mazahua como el pájaro, venado, estrella, muñeca o flor.
Estos íconos irán por delante, simulando la sonrisa de la boca con un gesto cultural poco usual, llevarán una cubierta interior para evitar el contacto directo con el virus que tanto aqueja. Gloria también sigue hilvanado servilletas, centros de mesa, cintos o rebozos. Sigue manteniendo viva su cultura.
Ella es una de las artesanas que vieron como los turistas o compradores se iban conforme avanzaba la pandemia.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo Cultural de México (ENCCUM), en México hay al menos un millón 738 mil personas que se dedican a la producción de alguna artesanía textil. El 12% de estos artesanos son hombres, mientras que el 88% son mujeres.
Como ocurre en la ruta de la creación artesanal, Gloria tiene una desventaja. Su habilidad con las agujas y el hilo se refleja en la elaboración semanal de 20 cubrebocas aproximadamente, los cuales son vendidos en los portales de Valle de Bravo, a un costado del jardín central.
En una lona de plástico los tiende sobre la banqueta, empaquetados en una bolsa de celofán para cubrirlos del polvo de la vía pública.
“Son cubrebocas, pregunte, por ver no se cobra”, ofrece a los transeúntes que pasan por la banqueta en esa esquina de Arcadio Pagaza y González Bocanegra
Cada cubrebocas lo vende en 50 pesos, que al compararse con la tarea artesanal, se convierte en una gratificación simbólica.
Sin embargo, ella no se arredra, por el contrario, se ha convertido en una promotora del uso del cubrebocas. Incluso cuestiona a los turistas que se resisten a utilizarlos.
“Esas personas que no lo quieren usar, uno que no cree, pero la mera verdad muchas personas se están muriendo ¿no? Hay que usarlo.
“Hay unos que no quieren comprender por lo mismo que no quieren valorar su vida, hay que aprenderlo, porque si no vamos a aprenderlo no vamos a vivir”, señala.
Su satisfacción es que quien le compra los cubrebocas será un exhibidor temporal de las raíces culturales de los mazahuas. Y además protegerán su vida. Con ese aliciente, ella continúa hilvanando en las calles de Valle de Bravo.