Hace un par de años vi un documental en Netflix que me inspiró a cocinar: Cooked. Me marcó el pensar que la cocina es un ritual social, es decir que la comida se prepara para los demás y es una forma en la cual civilizamos lo que consumimos, contamos historias con la comida, heredamos recetas.
Comencé asando carne, calculando los puntos de cocción. Presté atención a los aromas de la comida, descubrí que cuando un hogar mexicano huele bien se debe a los ajos y las cebollas asándose sobre un comal, el olor es espectacular. Entendí que la clave de la cocina mexicana está en esos dos ingredientes al grado de no poder pensar en un platillo sin esos dos elementos.
Posteriormente realicé salsas con tomates y tomatillos, experimentaba con la cantidad de sal y pimienta; le preguntaba a mi madre y también a mi abuela. Sus indicaciones estaban relacionada a los tiempos, el orden de los ingredientes, las cantidades; aunque esto último lo fui determinando en la medida que fuera probando lo que preparaba. Las madres mexicanas son excelentes administradoras, saben hacer mucho con tan poco.
Cuando me fui a vivir solo a Puebla, el gusto por la cocina se fue acrecentando. Tenía que cocinar para ahorrar dinero aunque con el paso del tiempo descubrí que también me relajaba hacerlo. En una ocasión preparé unos camarones para unos Tacos gobernador sin embargo me percaté que había gastado demasiado en la comida de un día ya que no son nada económicos. Había gastado más que si hubiera ido a una cocina económica. Me faltaba mucho para alcanzar la habilidad de las madres mexicanas, cocinar no me generó ningún ahorro.
Tiempo después me aventuré a hacer un entomatado de res con chambarete y lo hice como lo recomendó mamá, hierbas de olor fue la clave en el guiso; esta vez agregué algo que no estaba en la receta, salsa inglesa. Aunque el corte de carne tardó en cocinar, me gustó tanto que quería que alguien más lo probara pero no había nadie con quién compartir, estaba solo. Viví lo que el documental me había dicho, cocinamos para los demás. Y nos gusta que los demás se maravillen con el alimento que hemos preparado.
El principal desafío del buen cocinero es el tiempo, es difícil hacerlo cuando la vida laboral nos consume el día. Por eso una que otra vez recurría a la comida a domicilio, las aplicaciones en los celulares vuelven posible ese servicio.
Lo primero que pude descubrir es que a menudo las aplicaciones suelen enviar pedidos gratis aunque no es suficiente ya que los precios de la comida incrementan hasta en un 20%. La solución es pedir comida que pueda durar unos dos o tres días, los medios kilos de carne o pollo pueden constituir la mejor opción.
El otro consejo es aprovechar las promociones que lanzan las aplicaciones, aunque Uber Eats, por ejemplo, suele ser mañoso y busca restarte 50 pesos en la compra mínima de 150; pero haciendo el pedido ningún alimento te puede ajustar a gastar exactos 150 pesos, tienes que pedir más para hacer válida la promoción.
Con todo esto me di cuenta de que la rutina cada vez nos hace más vulnerables a consumir cualquier cosa, con tal de seguir trabajado. El tiempo de disfrutar es valioso, busquen los alimentos que más les gusten, los que disfrutan, preparen la comida en sus casas y compartan; el ser humano trabaja para comer, lo demás es secundario.
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