La figura más emblemática del catolicismo está inmortalizada en la cúpula de la parroquia de San Francisco de Asís la cual recuerda a los vallesanos que él, es inicio y final.
A sus costados, las letras griegas alfa y omega colocadas sobre el firmamento azulado que recubrió la cúpula. Es el Pantocrátor, vigía de los fieles creyentes de este municipio al sur del Edomex.
A partir de él, se explica el mural "Enseñanzas bíblicas, costumbres y tradiciones" del vallesano Ismael Ramos, el cual embellece, con pasajes bíblicos, los muros de la iglesia del centro de Valle de Bravo.
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La creación
Si se ve de frente, del lado izquierdo dónde reposa la letra alfa, es el inicio del mural, la creación, el génesis.
Una mujer de la tercera edad, icónica en las calles del Pueblo Mágico, a cuestas lleva unos alcatraces los cuales representan la dicha del trabajo, el esfuerzo y el sacrificio que es recompensado por Dios.
Un padre abraza a su hijo, inmortalizando el amor fraternal en el que se funda la humanidad. Adán y Eva también aparecen seducidos por la serpiente que envuelve sus cuerpos, dando como resultado el acto de la creación.
Un caballo blanco que representa la fuerza y el coraje. Justo a la mitad, La Peña, emblemático lugar de Valle de Bravo, que es atravesado por el arcoiris de la diversidad.
Pan y peces, cosechas para venta, música, todos emergen en la creación, recordando lo poderoso que es Dios.
Sin ser parte de la pieza artística, una Virgen María coronada de bulto cierra el círculo de la creación y procreación, de la virtud de la vida, y de la dicha de creer en Dios.
Costumbres y tradiciones
Justo detrás del altar donde se oficia la eucaristía, el mural continúa con las costumbres y tradiciones de Valle de Bravo.
Antes de haber tenido una presa como se conoce hoy en día, ese valle enorme que se formaba entre las montañas, era cubierto por sembradíos de maíz, trigo y avena, representados por los aspectos de la agricultura que recuerdan el origen de este municipio.
Los sacramentos de la religión católica también se inmortalizaron en los muros de fe. El bautismo, la comunión y confirmación, el matrimonio, los difuntos, unos tres y unos 15 años, todos están ahí, donde uno se consagra a Dios.
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El efecto visual confunde a dos columnas pintadas detrás de las columnas construidas para soportar la techumbre del templo. Son San Pedro con las llaves y San Pablo con la espada, fundadores de la iglesia católica como Jesus lo pidió. También están los otros diez apóstoles sobre el firmamento dibujado.
Procesiones, santos, monjas y predicadores, todos conviven ahí, en el mural. Mujeres que lloran, una Virgen índigena, palomas y cempasúchil, todos son creaciones de Dios.
El 4 de octubre, el 3 de mayo, el 12 de diciembre y hasta el 2 de febrero, todas las fiestas patronales de Valle de Bravo convergen en esa imagen inmortal.
Apocalipsis
En la Omega, el final de los tiempos. La imagen comienza con un San Pedro perdiendo las llaves de la iglesia, recordando la fragilidad de la religión ante la maldad. Hombres son envueltos por una serpiente que no tiene cabeza, son los vicios, los males, el final de cada uno.
Dolor, enojo, tristeza y frustración son las sensaciones dibujadas en el último momento de la humanidad en la tierra. Niñas y niños son los que sufren por estos males intangibles que se vuelven reales día con día.
Aparecen los caballos negros del apocalipsis, venturosos, triunfantes y vigoroso, han llegado a atormentar a la creación de Dios.
Ahí esta el profeta Juan. Le acompaña una Virgen y un San Miguel Arcángel, generales de la lucha contra el maligno que son la esperanza de la humanidad y la intersección directa con Dios.
Sin intención, sobre el mural se antepone una Virgen del Carmen, la señora de las ánimas del purgatorio a quién se encomienda uno para que el mal no lo perturbe hasta su llegada al cielo prometido por Dios.
Un cristo franciscano, culmina la obra dibujada en la parroquia de San Francisco de Asís. Arrepiente y cree en el evangelio. Se humilde de corazón, misericordioso, pide y concede perdón, así libraremos todo mal.
Esta es la obra de 400 metros cuadrados que los artistas Ismael y Carla Ramos (padre e hija), donaron a Valle de Bravo en el 2016. Desde ahí, los muros de la parroquia hablan, cuentan historia de fe y regalan simbolismo que solo un vallesano puede sentir.