Para Gerardo Murillo, Carmen Mondragón fue su Paricutín personal; ella y el vulcanólogo y paisajista, vivieron un amor violento, por momentos casi letal, durante cinco años. Su relación era un péndulo entre el amor más salvaje y los celos incontrolables de Nahui Olin, no obstante, la efervescencia amorosa ese lustro fue muy productivo en términos artísticos, dicen que ella terminó se encontrar su paleta y su estilo en compañía del especialista en aeropaisajes del valle de México.
23 de enero de 1978
A cuarenta y dos años de la tarde en que el volcán dejó su materialidad física para convertirse en mito, continúa siendo rechazada hasta hoy por quienes se resisten a aceptar la autonomía total de la mujer. Pero la leyenda de Nahui Olin cuenta con pocos y muy selectos seguidores, el primero es Tomás Zurián, su biógrafo. También Adriana Malvido, Beatriz Espejo, Elena Poniatowska y Patricia Rosas Lopátegui han rescatado de un olvido absurdo la vida y obra de Nahui Olin, ellas conforman parte de ese grupo de mujeres dedicadas a integrarlas a la Historia.
La mirada verde
Casi transparente, de Nahui Olin sigue enamorando, nada más pregunten a Tomás Zurrían la aventura desencadenada al ver una fotografía, de una joven mujer con el cabello corto y mirada inquisitiva ¿quién puede dudar de las citas del Destino?
La misma tarde en que el volcán dejaba de existir, un joven restaurador, Tomás Zurián, recibía como obsequio una fotografía enmarcada en una sala, cuando visitaba a un coleccionista de arte para valuar parte de la obra de Gerardo Murillo.
Por esa mirada, Zurián se convirtió en el mayor coleccionista de la obra plástica de Nahui Olin, a él se debe la exposición Nahui Olin, La mirada infinita, de 2018 en el Museo Nacional de Arte, con 250 piezas de dibujos al lápiz, sobre cartón, lienzos y fotografías de la musa y modelo hechas por Antonio Garduño y Edward Weston, los dos mejores fotógrafos de la segunda década del siglo pasado. No obstante, su obra no ha sido reeditada…
Musa, modelo, poeta
Pintora, caricaturista, pianista, maestra —Nahui Olin, la mujer del sol—, la que iba todas las tardes a la Alameda Central de la Ciudad de México, agitaba el contenido de una bolsa de papel de estraza para convocar a los gatos que bajaban presurosos de los álamos, brincaban de los edificios, subían de los sótanos para acercarse a ella y comer la carne que Nahui Olin compraba con su sueldo de profesora de dibujo, en escuelas primarias de su colonia para alimentarlos.
De ella ¡qué incongruencia! hoy prefieren mencionar siempre que pueden, el anecdotario negativo: el deterioro físico, la pérdida de la magnífica turgencia de su piel, la leyenda urbana tejida en torno a una pretendida locura; pero se resiste la opinión pública a conocerla, a leer su poesía, a apreciar su pintura, su paleta, su estilo, su entrega artística a la poesía y al arte, porque también fue pianista y compositora.
Imperdonable
Es también (además del único compromiso que tuvo en vida: su libertad), su talento poético, descubierto por ella a los diez años. Dueña de una inteligencia excepcional y con intereses intelectuales muy poco frecuentes en una mujer tan joven, Nahui Olin incorpora a su poesía como lo expone, Tomás Zurián, su biógrafo y el mayor especialista en la vida y obra de la mujer del sol, explica una poesía que se distancia voluntariamente de los temas ‘femeninos’:
“Nahui Olin empleaba en sus escritos un lenguaje moderno y como muchas alusiones a la ciencia de la época, con términos y conceptos como logaritmo, átomo, fibras microscópicas, vibración eléctrica, matemáticas, electromagnetismo, inercia, astro que gravitan en el espacio, galaxias, desgaste molecular del universo, mares repletos de misterio, radiactividad, energías cósmicas, un infinito de infinitos, moléculas, intraatómico, etc. Ella, como hicieron los escritores y pintores futuristas en Europa y los estridentistas en México, utilizó un lenguaje científico y tecnológico”
A la joven Carmen Mondragón Valseca siempre le gustó cultivar su inteligencia, amó leer y escribir, de hecho, intercalaba su actividad como artista gráfica, entre la lectura y la escritura. Nunca dejó de escribir, pero su obra espera lectoras e investigadoras para hacer posible nuevas ediciones para sus cinco poemarios y los dos aún inéditos a más de cien años de haber sido escritos.