A decir de Luis Antonio Muñoz en su libro Homo musicalis (La esfera de los libros. Madrid, 2022) nuestra primera emisión vocal suele ser en forma de llanto y a partir de ahí nos familiarizamos con los sonidos guturales que se van desarrollando hasta ir formando un sistema más complejo que se irá convirtiendo en un lenguaje articulado.
Ese sonido primigenio que se define y constituye como un equilibrio de creación armónica fundamental para el proceso evolutivo, que otorga herramientas de defensa, pero también para la procreación, se va amoldando y transformando en composiciones rítmicas apoyadas por instrumentos musicales de manufactura rudimentaria de las que emanaban sonidos para que las primeras sociedades humanas se entendieran y se organizaran de mejor manera.
Las condiciones sociales a lo largo de la historia de la humanidad son las que han ido moldeando las composiciones musicales. En todos los ámbitos que componen la sociedad, la música ha estado presente con cánticos primigenios, pasando por coros religiosos de adoctrinamiento, música clásica y todos sus derivados, grandes orquestaciones hasta llegar a agrupaciones de espíritu contestatario que inician con el jazz y aterrizan en la música de protesta como la trova, el punk, el rock y todos sus subgéneros.
Por allá del año 1600 se presentaba la ópera más antigua de la que se tiene conocimiento Eurídice de Jaco Peri que se presentaba al público con músicos pagados para interpretar la mencionada ópera. Pero desde los tiempos de Pitágoras ya se contrataba a los músicos para la interpretación de ciertas melodías.
Las empresas musicales llevan existiendo entre nosotros desde hace muchos años y el ejemplo más claro es la empresa Zildjian que fue fundada en Estambul en 1623 que actualmente tiene su sede en Massachusetts llevada por la misma familia y que es la principal productora de platillos y accesorios para batería.
La ópera nace como un espectáculo para las clases pudientes y de manera paulatina se fue popularizando de tal manera que llegó a comercializarse para poder estar al alcance de todo público y continuar con el cobro masificado de las presentaciones en vivo.
A lo largo de la historia de la música las presentaciones en vivo han sido el sustento para la gran mayoría de los músicos y una gran fuente de ingresos tanto para organizadores y representantes.
Hubo una época en que los ingresos económicos se veían reflejados por la venta de discos, esas ventas que redituaban en millones de dólares para los artistas que vendían una exorbitante cantidad de discos.
Con la transición de formatos para la escucha de la música en casa; discos de acetato, casetes y discos compactos se generó una dependencia para el disfrute de la música a domicilio pagando por el trabajo una gran cantidad de personas que están detrás de una producción musical.
Actualmente las plataformas de reproducción musical como Spotify y anexas ofrecen por cierta cantidad de dinero mensual todo un mundo de opciones musicales que prácticamente es inabarcable. Los puristas prefieren y seguirán disfrutando el sonido de los discos de vinil, casetes o incluso de sus discos compactos; aunque la venta de estos formatos se vino a pique gracias a la accesibilidad que dan las plataformas musicales digitales.
Si bien es cierto, como fue desde las primeras presentaciones en vivo de las agrupaciones musicales en las que se vendían las presentaciones, actualmente esas prácticas que vienen del siglo XVII siguen tan vigentes que se siguen practicando; tan es así la oferta de conciertos y festivales es apabullante y que gracias a eso la industria musical y los artistas siguen a flote; pues de la venta de discos difícilmente podrían subsistir.