Simón Núñez es un artista atípico. Originario de San Antonio La Isla, asegura que es un campesino del color, pues él siembra pigmentos y de ahí salen inmensas combinaciones e ideas.
Su acercamiento al arte surgió desde niño. En su pueblo, rememora, casi todos se dedicaban a las artesanías de madera y a los tapetes, de estos últimos comenzó su gusto por los colores, las formas y los trazos.
“Hay tapetes tradicionales del pueblo, que es pegar estambre sobre yute, en el cual representas diferentes figuras, entonces, yo desde niño vi esos colores y las formas, ahí comencé a querer aprender. A los seis años ya hacía estos tapetes para vender, desde ahí supe lo que quería ser. Además, tenía una libreta donde dibujaba”, expresa.
Y así, desde muy temprana edad, Simón comenzó su trayectoria artística. Antes que escribir o leer, asegura, aprendió el lenguaje del dibujo.
El artista afirma que a lo largo de su carrera ha tenido grandes maestros que lo han influenciado, como Augusto Escamilla, Fernando Cano o Juan Holguín, sin embargo, guarda especial cariño por una maestra que le ha enseñado con paciencia, amor y que también le ha mostrado el camino: la necesidad.
“La necesidad ha sido mi maestra siempre, nunca quiero dejar de tenerla, porque ella me da el hambre de color, de forma y nunca me lleno, siempre estoy buscando con qué alimentarme artísticamente”, afirma Simón.
“Los grandes del pueblo”
Al pintar, señala Simón, siempre tiene presente una frase que uno de sus hermanos le enseñó: “Las cosas se hacen bien”. Esta máxima le ha ayudado a perfeccionar sus obras; precisamente en esa búsqueda de la calidad fue que viajó a Estados Unidos, para explorar con nuevos materiales que le ayudaran a plasmar sus creaciones, sin embargo, no obtuvo ningún resultado que le gustara.
Al regresar a su pueblo se dio cuenta que ese lienzo tan anhelado siempre lo había tenido en casa: el costal de henequén, con el que, dice, tiene un vínculo desde siempre.
“El costal representa mucho para mí. Mi papá apilaba los costales y mi mamá nos decía a mis hermanos y a mí que vendiéramos los costales, y lo que vendíamos era para la comida. Además, éramos 12 hermanos y en invierno no había cobijas para todos, por ello, a mí me tapaban con costales, entonces, siempre tuve ese contacto físico con este material”, rememora.
El joven pintor asegura que el costal es un material que exige mucho, pues para llegar al detalle se tiene que pintar una y otra vez. Además, dice, siempre lo escucha, lo acaricia, estudia y entra en contacto con su propia naturaleza, es así como elige qué rostro pintar sobre él; sobre todo, respeta las fisuras que los costales pudieran tener, porque ellas, afirma tajante, representan “lo roto de la vida”.
“Yo dejo que el costal me hable, su color no lo tapo, es el color que le doy a la piel de las personas que retrato”, señala.
Una vez descubierto el lienzo sobre el que quería pintar, Simón se preguntó qué debía pintar en esos costales, y se dio cuenta que quería plasmar la historia de su pueblo, y esa historia sólo podría ser narrada a través de los rostros de aquellas personas mayores que nunca han salido de su sitio de origen, que son el alma de San Antonio La Isla.
“Yo veía a las personas mayores del pueblo, y me conmovía ver cuánta experiencia, qué conocimiento tienen, qué no han visto sus ojos, pero más que el rostro, era un terreno que me permitía ver la historia del pueblo, una historia de vida. Yo quería pintar a esas personas que solo tienen el bello oficio de vivir”, enfatiza.
De esta manera, Simón comenzó una serie de retratos sobre costal, y en ellos buscó reflejar las alegrías, tristezas y el polvo que cubrían las facciones de los campesinos. Fue en 2018 cuando esas obras fueron expuestas en la exhibición “Los grandes del pueblo”. En homenaje, el artista invitó a las personas que había pintado, las cuales se sorprendieron, pues nunca se les dijo que serían retratados.
“Quería hacer algo muy de tierra, muy de México, yo no quería hacer cosas europeas, yo quería hacer algo de México, del mundo y de mí, y encontré en el costal y en los rostros la forma de expresarlo”, dice Simón.
Arte, su salvación
Cuando se le pregunta qué significa el arte en su vida, Simón no duda en responder que es su salvación.
Asegura que él venía de una necesidad del hambre y el arte lo salvó, lo alimentó y también lo transformó, pues en una sociedad de la que nunca se sintió partícipe, cayó en depresión, y fue el arte quien lo rescató.
“Yo no quería vivir en ese mundo, porque veía que las personas se hacían daño, se mataban, entonces el arte me ayudó a entender y también a compartir, por eso ahora soy maestro, y a mis alumnos les enseñó a ser libres, a mirar las cosas de forma distinta”, señala con franqueza.
Finalmente, el arte se convirtió en un refugio para Simón, y es a través de él que puede expresar de dónde viene, cuál es el camino que ha recorrido y lo que falta por hacer en el mundo de la pintura, porque, dice, su mejor obra aún está por hacerse.