El distanciamiento social durante la pandemia del Covid-19 nos recuerda el papel crucial que juega el tacto en nuestro bienestar, es clave para la vida humana y su carencia debilita el sistema inmunológico, influye en el ritmo cardiaco, presión sanguínea y nivel de las hormonas de estrés.
Los psicólogos tienen un término para los sentimientos de privación y abandono que experimentamos al perder el contacto con las demás personas: “hambre de piel”, perder el contacto de la piel es probablemente una de las fuentes de trauma que hará del mundo por venir una experiencia difícil.
Diversos especialistas resaltaron en un artículo publicado en el portal Infobae titulado El poder del tacto: ¿es éste el sentido que más extrañamos durante la pandemia?, la importancia de este sentido que ahora más que nunca se valora su importancia.
Dacher Keltner, un sociólogo de la Universidad de California en Berkeley, se preocupa por el impacto a largo plazo del distanciamiento social en las personas porque considera que el tejido de la sociedad se mantiene unido incluso por el contacto físico más pequeño.
Por su parte Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, señala que el concepto de ‘hambre de piel’ resume una combinatoria paradójica entre la necesidad y el deseo; es decir, expresa bien la metáfora de una necesidad (el alimento) que involucra algo de la supervivencia inicial en ese contacto humano.
Agregó que el contacto ocupa un lugar central en la estructuración de lo psíquico y la constitución del sujeto, el ser humano al nacer requiere del contacto piel a piel cuando el otro acude a su llamado.
Francis McGlone, neurocientífico de la Universidad John Moores, en Liverpool, Reino Unido, externó que el tacto es una característica de muchos otros mamíferos porque todos los primates humanos están programados para el tacto, guste o no.
Alberto Gallace, de la Universidad de Milán-Bicocca, coincidió en que nuestro cerebro y sistema nervioso está diseñado para hacer que el tacto sea una experiencia placentera, la naturaleza creó esta modalidad sensorial para aumentar los sentimientos de bienestar en ambientes sociales, por lo tanto sólo está presente en los animales sociales que necesitan juntarse para optimizar sus posibilidades de sobrevivir.
Los beneficios del tacto son amplios, actualmente se sabe que el toque tierno de los demás estimula el sistema inmunológico, reduce la presión arterial, disminuye el nivel de hormonas del estrés como el cortisol y desencadena la liberación del mismo tipo de opiáceos que los analgésicos.
Los bebés prematuros aumentan de peso cuando se les frota ligeramente de la cabeza a los pies, los masajes reducen el dolor en mujeres embarazadas, las personas con demencia que son abrazadas y acariciadas son menos propensas a la irritabilidad y la depresión.
El toque humano real es sutil e intrincado, la piel, que constituye casi el 20% de nuestro cuerpo es nuestro órgano más grande y sensible, un área de piel del tamaño de una moneda contiene 50 terminaciones nerviosas y 3 pies de vasos sanguíneos. El trabajo del tacto lo realizan receptores sensoriales, enterrados en la piel a diferentes profundidades según el tipo de estímulo que detecten, como calor, frío o dolor.
En medio de la pandemia surgieron los “abrazos virtuales” que no reemplaza el abrazo piel a piel, esto refleja la necesidad de encontrar nuevas formas de expresar afecto, de hacer saber a quien queremos que lo llevamos dentro nuestro y esto también es muy importante para el funcionamiento vincular y emocional de las personas, indicó María Fernanda Rivas, psicoanalista integrante del Departamento de Pareja y Familia de la APA y autora del libro La familia y la ley.