La guardia pintaba tranquila aquel día en la base de servicios de emergencia del Sistema de Urgencias del Estado de México (SUEM). Era una noche fría pero el viento se comportaba dócil como si se preparará para arrullar al sueño.
Los teléfonos de la caseta del radio-operador dejaron de sonar y sólo escuchaba el movimiento normal de la actividad nocturna policíaca. La media noche casi tocaba la puerta, cuando llegó la llamada de emergencia.
El radioperador tomó nota. Se trataba de una paciente que tenía un embarazo de alto riesgo y se encontraba hospitalizada en el Hospital General de Tejupilco. Su traslado era una urgencia y se priorizó dicha atención.
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Para el auxilio se alistaron dos paramédicos y un médico. Una vez con todos los aditamentos necesarios, la unidad del SUEM salió con rumbo a este municipio del sur mexiquense.
La jornada sería larga tomando en cuenta la distancia a recorrer. Eran poco más de 100 kilómetros, pues el traslado de la paciente se haría a un hospital de esta ciudad de Toluca.
En minutos, la ambulancia ya había cruzado la ciudad que lucía tranquila. El radioperador y una paramédico viajaban en la cabina de la unidad de emergencia y el médico preparaba todo en la parte de atrás.
Una vez que tomaron la vía Calzada Al Pacífico y cruzar por la comunidad de San Juan de las Huertas, tomaron la carretera Toluca-Ciudad Altamirano. Sin alcanzar una velocidad considerable, comenzaron a internarse en la zona boscosa de la vía.
Apenas pasaron la comunidad de Buenavista y unos tres kilómetros antes de llegar al paradero conocido como El Mapa, la ambulancia comenzó a fallar.
–Ah caray, algo está fallando no despega la unidad, dijo el radioperador a su compañera que viajaba como copiloto
Sin parar, continuaron avanzando, pero el jaloneo de la ambulancia se hacía cada vez más constante
—¿Pasa algo?, preguntó la médico que también viajaba a bordo de la unidad
—Es que se viene jaloneando la ambulancia doctora
—Si se siente, contestó
La espesa oscuridad se acentuó en esta parte de la carretera. Sin autos sobre la vía, la ambulancia se neutralizó y su velocidad no alcanzaba los 20 kilómetros por hora.
—No, parece que la unidad se nos descompuso. Ya no avanza, quizá se tapó la bomba de gasolina, dijo el radioperador, quien a su vez le pidió a su copiloto comunicarse a la base para reportar el problema.
—Vea doctora, el acelerador está hasta el fondo y la ambulancia no despega, enfatizó el conductor
Ante ello y debido a la falla cada vez más puntual, optaron por orillarse específicamente en el paraje El Mapa y esperar instrucciones de la base.
Después de platicarle lo sucedido, el jefe de turno de esa noche les pidió que permanecieran en el punto mientras trataban de resolver el problema. Las opciones eran solicitar el apoyo de un Relámpago o en su caso enviar una nueva ambulancia.
Un silencio total se apoderaba del lugar y sólo se escuchaba las ramas de los árboles que abalanzaba el viento helado. La visibilidad era nula y solo los faros de la ambulancia daban luz al terrorífico escenario del paraje.
Una vez que el silencio rodeó el momento después de la instrucción recibida para quedarse en el lugar o abandonar el traslado. Un ruido en el techo de la ambulancia asustó a la tripulación, quienes al voltear que pasaba, descubrieron un enorme guajolote que saltó de la ambulancia y se internó en el bosque soltando una carcajada maligna.
—Vieron eso, mencionó asustado el radioperador y sin pensarlo volvió a encender la ambulancia y emprendió el regreso.
Una vez que ese ser maligno bajó de la unidad, la falla mecánica desapareció y los paramédicos regresaron a su base.
Tras platicar lo sucedido a sus compañeros, todos coincidieron que una bruja los había interceptado y ya no les permitió seguir su ruta para cumplir con el traslado asignado.