Una de las consecuencias de la Guerra de Reforma (1858-1861) fue la suspensión temporal del pago de las deudas contraídas con las potencias europeas; en respuesta Francia, Inglaterra y Francia acordaron usar su fuerza militar para intervenir el país.
Pese a la presencia de tropas extranjeras en costas mexicanas, el gobierno del presidente Benito Juárez logró pactar con ellos los Tratados de La Soledad, en los cuales se negoció el pago de la deuda a cambio no invadir el país; no obstante solo Francia avanzó con su intervención al mando del General Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez.
En tanto, las tropas mexicanas se movilizaron y el General en Jefe del Ejército de Oriente, Ignacio Zaragoza ( 1829-862), concentró sus fuerzas en Puebla mientras las fuerzas enemigas avanzaban.
La madrugada del 5 de mayo de 1862 el ejército francés, considerado el más fuerte del mundo en esa época, lanzó un ataque al último bastión del gobierno de Juárez sin saber que ese día "las armas mexicanas se cubrirían de gloria".
Zaragoza, cuyo ejército en su mayoría eran voluntarios sin mucha experiencia en el manejo de las armas, se dirigió a sus hombres de la siguiente manera:
Soldados, os habéis portado como héroes combatiendo por la Reforma. Vuestros esfuerzos han sido siempre coronados por el éxito. Hoy vais a pelear por un objeto sagrado, vais a pelear por la Patria y yo os prometo que en la presente jornada conquistaréis un día de gloria. Vuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México. Soldados, leo en vuestras frentes la victoria y la fe. ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la patria!"
La batalla culminó con una contundente victoria mexicana; no obstante Napoleón III envió 30 000 soldados más, que finalmente lograron tomar la ciudad de Puebla al siguiente año, en tanto el general Zaragoza murió de tifo poco después de la victoria mexicana.