Y siempre llega el día en que la vejez se convierte en gozo, alegría. Es la fiesta de los Viejos de Corpus, es el día en que desde niños hasta adultos se cubren su rostro con máscaras de maguey y salen a las calles para pedirle a su santo que aparezcan las nubes, se rompan y el agua comience a regar sus tierras.
Días antes del Jueves de Corpus, comienzan a salir los viejos y aunque bailan al ritmo del sonido del tambor y violín, las mejores notas salen del arrastre de los botes que traen colgados de sus vistosos trajes elaborados a base de ixtle.
El ruido, revive a sus antepasados y aquellos hombres que en la antigüedad llegaban a la zona centro del municipio de Temascalcingo, lugar que estimulo la mano del gran pintor y paisajista, José María Velasco.
Esta festividad, quizás la más importante de la entidad mexiquense, tiene su magia que se hace visible una que los habitantes de los diferentes barrios que conforma el municipio, tapizan sus cuerpos con esos imponentes trajes y sus rostros se esconden detrás de esas máscaras labradas a mano por verdaderos artistas que transforman el corazón de un maguey.
Esas máscaras muestras las arrugas del tiempo y el desgaste propio de los años, pero también se esconde la necesidad de embriagarse de su pasado. Es en este paseo donde los niños envejecen y debajo de ese rostro ataviado por la edad, surge la esencia de la alegría, del baile, de la locura.
Sólo los participantes pueden vivir ese trance. Son los únicos que pueden sentir esa transformación. Cantar, bailar y festejar a la vejez. Los Viejos de Corpus, son la sonrisa misma de la vida, aunque salga de una dentadura derrumbada por el paso del tiempo.
Este jueves de nueva cuenta envejeció Temascalcingo y los asistentes pudieron apreciar el sincretismo entre el cristianismo y las culturas ancestrales indígenas.
So origen se remonta muchos años atrás, cuando el municipio vivió una de las sequías más terribles, por tanto los cultivos y sembradíos estaban prácticamente muertos. Ello, provocó que los más viejos del lugar se reunieran para platicar y buscar una solución a este problema, para muchos en aquel entonces un castigo divino.
Tras quedarse dormidos, en su sueño apareció un enviado de Dios y les pidió que realizaran una danza para llamar la atención. Así, surgió la tradición y para ello se cubrieron el rostro con máscaras de arrugas, como símbolo representativo de sabiduría.
De esta forma consiguieron la aceptación de su divinidad y ya con el paso del tiempo se convirtió en una tradición. Acompañados por la música del violín y el tambor, lograron que su petición fuera aceptada, pues el agua cayó del cielo y causó la prosperidad de sus cultivos.
La fiesta comienza con las vísperas un día anterior al Jueves de Corpus, misma que se realiza en toas las capillas de los barrios y comunidades cercanas a la cabecera municipal. En las calles, los viejos bailan sin cesar hasta las altas horas de la noche.
Los grupos de viejos están integrados por “El Viejo”, “La Vieja” y los hijos. Además se hacen acompañar por un toro que es la representación del ganado.
Esta festividad también representa la unión de los pueblos originarios otomí y mazahua a través de la danza que se realiza a lo largo de su camino.