Durante la pandemia de Covid-19, el reto para los negocios ha sido no romperse, sin embargo, en el taller Franlu saben cómo quebrar sus productos y seguir en el mercado.
María de Lourdes Ortiz Zacarías es artesana del taller Franlu, ubicado en la comunidad de San Marcos Nepantla.
Con más de tres décadas dedicándose a la elaboración de piñatas, María de Lourdes enfrentó la pandemia desde un negocio que requiere del acercamiento social.
Por ello tomó la decisión de “renovarse o morir”.
“Es renovarse o morir y nosotros no queremos morir. Además de la piñata tradicional en olla de barro, siempre hay gente que nos pide algo nuevo, los clientes que vienen a visitarnos nos preguntan que tenemos de novedad. Por eso siempre procuramos crear cosas nuevas y diferentes".
En 2016 ya habían creado piñatas metálicas para la decoración de exteriores. Fabricaron 100 piezas hechas con metal y utilizando la técnica de repujado. En cada una de ellas se utilizaron 400 cables de luz que conectan 200 focos tipo led, diseño que fue del gusto de los visitantes y que aún perdura.
Entre las innovaciones de este año se encuentran “piñatitas” decorativas también para exteriores, los materiales utilizados repelen la lluvia y la humedad. Además realizan piñatas artísticas o personalizadas, ya sea con una marca o un diseño en especial de alguna imagen.
Relató que el apoyo de las herramientas digitales como Facebook, donde se encuentra su página Piñatas Franlu, también le ha permitido recuperar en gran porcentaje a sus clientes.
“En estos tiempos, el artesano que quiere progresar es aquel que está atento, que innova, que se reinventa. Ahora sus productos se pueden comercializar en línea”, explicó.
Refirió que las nuevas tecnologías les han ayudado a mantenerse en operación, aunque no es lo mismo que antes de la pandemia.
“Han sido tiempos muy difíciles desde que inició la pandemia. Apenas nos vamos recuperando, poco a poco nos hemos tenido que reinventar en muchas situaciones, como el uso de las herramientas virtuales que en el negocio no acostumbrábamos, hemos tenido que aprender y acoplarnos”, apuntó.
Precisó que con el uso de la tecnología han recuperado a un 80% a sus clientes que debido a la pandemia se habían alejado.
Indicó que antes de la alerta sanitaria su producción anual era de aproximadamente 25 mil piezas. Ahora espera que logren un 50% de esa cantidad.
VARIANTES
Comentó que para evitar el cierre del taller, la reinvención no sólo fue en las piñatas tradicionales, sino también en las catrinas que realizan en octubre.
Éstas llegan a medir entre 30 centímetros y más de 15 metros de altura en pedidos especiales para ferias, ayuntamientos, empresas y festivales como la “Cumbre de Catrinas” en Teotihuacán.
Precisó que antes de la pandemia realizaban hasta mil catrinas pequeñas, principalmente para las escuelas en Días de Muertos, y entre 5 a 10 catrinas monumentales. Además impartían hasta mil 200 cursos en escuelas de nivel básico para la elaboración de las mismas.
María de Lourdes recordó que en los meses más intensos de la pandemia, su producción, que era de más 25 mil piezas al año, bajó en un más de 30%.
Presentía que para diciembre de 2020 toda su producción o al menos más de la mitad se les quedaría. Afortunadamente, pudieron vender todo.
El taller de Piñatas Franlu es de los pocos que trabaja todo el año, siempre cumpliendo con todas las medidas sanitarias, los clientes también han sido muy responsables.
La artesana destacó que aun cuando no hay reactivación económica, han podido mantener a las personas que los ayudan.
ACOLMAN, DONDE NACIERON LAS PIÑATAS
La pandemia por la Covid-19 ha impactado en la economía de artesanos de todo el país. Acolman, considerado la cuna de las piñatas en el continente americano, no es la excepción.
El 30 de octubre de 2009, Acolman fue denominado “Pueblo con Encanto” y se presume orgullosamente como el lugar donde hace más de 400 años inició la tradición de las piñatas en México.
Según la historia, fue en el exconvento de San Agustín donde se elaboró la primera piñata, tal y como la conocemos en estos días.
Actualmente, la pandemia ha disminuido, pero no ha detenido la producción de piñatas. Los 10 talleres que se encuentran en el municipio se atrevieron a luchar para mantener la tradición que nació aquí en el siglo XVI y que es reconocida internacionalmente.
Esta tradición llegó a México en el año 1586, cuando los frailes agustinos de Acolman, cerca de la zona arqueológica de Teotihuacán, recibieron la autorización del Papa Sixto V para celebrar las “misas de aguinaldo”, que más tarde se convertirían en las posadas.
La piñata original era una olla de barro, se le agregó papel de china de colores para hacerla más vistosa y representar los placeres superfluos.
Los siete picos simbolizan los pecados capitales y debían ser destruidos con los ojos vendados, con la ayuda de un palo que simboliza a la virtud terminando con las tentaciones.
Los caramelos y otras golosinas dentro de la piñata representan las riquezas del reino de los cielos, por lo tanto es que con fe se podía vencer el pecado y recibir todas las recompensas del cielo.
Otras teorías
Otras versiones sobre cómo llegó la piñata a México señala que Marco Polo llevó un concepto parecido a Italia y posteriormente con la conquista de España a México, en el siglo XV, se introduciría en este país con un fin evangelizador.
Simón Allende, cronista de Acolman perteneciente a la Asociación Mexiquense de Cronistas Municipales (AMECROM), señaló que la primera piñata se rompió después de la Conquista, pues los españoles tenían una costumbre llamada “domingo de piñatas”, que se llevaba a cabo el primer Domingo de Cuaresma.
El cronista aseguró que había una fiesta prehispánica dedicada al nacimiento de Huitzilopochtli. En esa celebración, los antiguos mexicanos colgaban una olla llena de plumas y piedras preciosas en lo alto de un palo y la rompían en el solsticio de invierno para que ésta cayera a los pies del templo del dios Huitzilopochtli.