Toluca, México.- En la esquina de Sebastián Lerdo de Tejada con la calle 21 de Marzo en el barrio de la Retama, la Laudería “El Guitarral”, propiedad de Álvaro León Ramos, sobrevive al tiempo. Su oficio como el de pocos, es reparar de alguna forma el alma de la música.
“Nuestro trabajo es poco conocido, la gente desconoce qué es un laudero, aunque hemos existido desde hace siglos”, explica el músico.
En su actual local lleva unos tres años, aunque en su labor suma más de 23 años. Es parte de los únicos cinco reparadores de instrumentos acústicos que hay en la capital mexiquense.
“Yo estudié la laudería en el Conservatorio de Música, me llamó la atención y me empeñé en aprender, aunque con muchas dificultades”, recordó Álvaro.
Oriundo de Valle de Bravo, nació en el seno de una familia abundante, fue el mayor de 10 hijos y tuvo que sortear como ocurre en muchas familias mexicanas, con las carencias intrínsecas de la pobreza.
“Yo ayudaba a mi padre en la albañilería para poder pagar mis estudios y en un momento cuando no hubo dinero tuve que dejar la música, en mi casa era más importante comprar un kilo de tortillas que un libro”, relata Álvaro.
Las amistades que hizo primero en la Escuela de Bellas Artes y luego en el Conservatorio, permitieron que Álvaro pudiera terminar sus estudios y meterse de lleno a la laudería.
“Como quiera que se pudo, pasaron tres años en el Conservatorio y se instaló la cátedra de la laudería y a partir de ahí nace el cómo es que llegué a ser laudero; puse mi primer tallercito, aquí a la vuelta, sin herramientas, sin clientes con pocos estudios”, recordó.
El laudero asegura que reparar y restaurar instrumentos conlleva el amar la música, eso le ha permitido mantenerse, sobrevivir de su oficio y comer de éste.
“Aquí no necesitas tener muchos clientes, sólo con uno que llegue al día puedo sacar para comer, como laudero te puedo decir que tengo unos mil clientes que vienen durante el año”, explicó.
Desde las mandolinas, los guitarrones, tololoches, violines y guitarras lucen siempre desarmados en el taller de Álvaro.
Un viejo piano de madera recibe en el acceso a sus clientes, algunas guitarras colgadas sobre los aparadores a la espera de que el especialista les vuelva a dar vida.
“Curiosamente se llama 'El Guitarral' pero tengo pocas aquí, por seguridad, por eso todo el material lo tengo en mi taller de Valle de Bravo”, comentó el laudero.
Entre los instrumentos favoritos para el laudero, está el violín, al que considera el más complicado, tanto para tocarse como repararse.
“Hay que tener hormas para armar un violín, a la que se van integrando las tapas del violín y el brazo, mientras que en la restauración lo que se hace es quitar todo el barniz y volver a poner las capas de pintura”, dijo el especialista.
“Tienes que desmontar pieza por pieza el instrumento, una vez que identificas la madera, lo dejas desnudo para saber qué hay detrás de las capas del instrumento y de ahí comienzas a reconstruir”, añadió.
Según su experiencia, para un buen trabajo de restauración, los lauderos usan la cola de res y cola de conejo, que son los tendones del animal que sirve como pegamento.
Su estancia en su antiguo taller, le acompañan papeletas de notas musicales, partituras que lucen extendidas sobre un atril que usa a diario para dar clases a un grupo de alumnos.
En las mañanas dedica su tiempo a la reparación de instrumentos, mientras que en la tarde y noche se concentra en repasar las partituras con sus discípulos. Así se le mira pasar el tiempo al laudero tierracalenteño, quien es humilde y sencillo por vocación.
Un par de huaraches estilo Valle de Bravo, camisa y pantalón atiborrado del aserrín de sus instrumentos, así se le mira a diario al laudero, que pese a las malas temporadas le sonríe a su oficio.