Toluca, México.- Un sol que aturde, cae sobre las láminas de los techos en el Bordo de las Canastas. Asemeja a la pobreza que calcina los espíritus de las familias que han llegado a este ejido olvidado por los gobiernos que van y vienen.
En este barrio la vida pasa sin prisa. En temporada de secas, sólo se ve pasar el polvo en sus calles de terracería, y en tiempo de lluvias el lodo y las aguas negras, que se desbordan de sus múltiples canales que lo rodean.
"Llegamos hace dos años con mi esposo y mis hijas, antes rentábamos, poco a poco levantamos dos cuartitos", explica Dalia de la Cruz, ama de casa del barrio.
Este viernes lavaba los pellejos del medio kilo de pollo que serviría a su familia en la comida. Mueve sus manos entre trastes apilados que esperan en el fregadero, mientras su hija atiende el resto de quehaceres domésticos y el tiempo les da tregua.
Accede para pasar a su patio, que no es más que un terreno sin cercas en medio de un predio enorme en el que son vecinos de otras 22 familias que se han instalado con chozas de cartón y lonas, sobre un predio de una hectárea.
Dalia tiene mejor suerte. Ella ya pudo levantar sus dos cuartos con tabicón, aunque sin pisos firmes ni trabes.
"Ya ahorita estamos mejor pero si da miedo que se caigan las paredes", dice, para referirse al sismo del año pasado.
Ubicado en la zona norte de Toluca, a las afueras de San Pedro Totoltepec, a este viejo barrio, sólo se llega mediante mototaxis, que son el único transporte e invaden las calles de terracería.
La pobreza es evidente en todo el barrio, pero a las afueras, en las cercanías del bordo es más tajante
El terreno donde Dalia y otras familias se asentaron, se ubica entre la calle Luis Donaldo Colosio, la 28 de Diciembre y Niños Héroes. Todos son predios irregulares, sin escrituras y sin servicios de luz, agua y drenaje.
“Han llegado apoyos pero a nosotros no nos ha tocado, hemos pedido pero nada, ahora que vino este señor Fernando Zamora nos prometió apoyos, ya vé que se va a reelegir pero pues a ver si nos cumple”, explica Dalia y sonríe incrédula.
El agua le llega a Dalia desde un pozo que perforaron y la luz con un par de postes improvisados que traen desde San Miguel, el barrio vecino y llega hasta su cuarto. A eso se reduce su hogar.
Allí vive con José Juan, su esposo y de oficio taxista, Carmen, una pequeña de 10 años y Paloma, de 19, quien regresó con ellos hace un año al fracasar en su matrimonio.
“Pásele, es pobre pero aquí vivimos”, invita Dalia, al abrir la puerta de la habitación donde duermen. Sus únicos muebles es un ropero en rosa pastel con docenas de muñecas acomodadas sobre el techo.
“Son de mi nieta, le gustan mucho”, alude la mujer. El resto de la casa se decora de la misma forma, con ventanas y paredes recubiertas de hule para soportar las lluvias y los fríos.
Al cruzar la calle Niños Héroes, que sólo es imaginaria, se divisan frente a otra choza dos pequeñas con cabellos sueltos y desarregladas. Juegan en torno a un viejo sillón. Dos mujeres se apresuran al interior en preparar el almuerzo, se les pregunta pero rechazan las entrevista, se cohíben con el bochorno de su pobreza.
Del otro costado de la calle, doña Lidia Rosendo, una mujer de 66 años, que llegó hace un año a hospedarse con sus hijas, pero decidió quedarse.
“Dejé mi casa en la Constitución (Totoltepec), me vine con mis hijas, aquí apenas están construyendo”, recuerda la vecina.
Lidia se muestra atenta, no quiere perder la oportunidad que la entrevista sea de la gente de gobierno que llegan a darles ayuda. Se afana en charlar. Cualquier ayuda es buena en este barrio.
¿Se siente bien aquí? Se le cuestiona. “La vida aquí no es tranquila, se vienen los muchachos a drogarse, luego roban, todo eso pasa, pero aquí vamos a estar”, lo dice resignada.
El esposo de Lidia es albañil y ayuda a sus hijas en la obra de la casa, en el pequeño cuarto levantado de cartón y polines, duermen y cocinan. Allí resguardan los bultos de cemento para evitar que una noche se los roben.
“Me traje lo que pude, mi ropa, aquí me compré mi estufita, también mi tele para ver mis novelas, para no extrañar mi casa”, menciona. Las pocas pertenencias de doña Lidia es esa pantalla de mil 900 pesos que compró en abonos, tuvo que adelgazar su gasto pero no se imagina sin sus novelas.
En el resto del barrio, es la misma realidad.
Las paredes de adobe dominan las casas de techumbres improvisadas a donde docenas de familias llegaron a encontrar un hogar hace más de 20 años. Se miran las marcas del nivel del agua que subía a más de un metro hasta hace pocos años. Son los recuerdos de aquellas inundaciones que todo se lo llevaban.
"De poco en poco hemos metido drenaje y las tomas a cada casa para no inundarse tanto, pero aún así el agua se mete a las casas", dice José Antonio, integrante de la familia Santiago, vecinos de la calle Laguna de Zempoala, de las pocas calles donde ya hay drenaje.
También es evidente la falta de alumbrado público y son contadas las casas con techo de losa. Hay unas dos o tres de doble planta que contrastan con el resto.
“¡Eso es un lujo de pocos!”, reprochan los vecinos, “es de los delegados que se quedan con el material que llega”.
Una cancha y un área de juegos en terracería, sobresalen solitarias, unas resbaladillas, llantas mal puestas para improvisar juegos que son el único espacio público con que cuenta el barrio.
Más adelante en otro callejón se divisan las pandillas de perros que descansan perezosos a mitad de calle, sin prisa y con la panza vacía. Una tienda aislada de abarrotes, como el único negocio del Bordo.
Las calles sin marcar, sin la nomenclatura que las distinga. Es un barrio perdido en la zona norte de Toluca.
En tierra de nadie
Roberto Dorantes Torres, delegado del Bordo de las Canastas explicó que la totalidad de los terrenos están sin escrituras que los acredite como dueños de sus domicilios. Ese problema lo acarrean desde siempre.
“Tenemos algunos servicios, pero lo que no contamos es un papel oficial en el que pueda acreditar que soy dueño no solo posesionario”, expone la autoridad auxiliar.
El problema de la regulación de la tierra, lo han padecido siempre debido a que sus terrenos son ejidales, por lo que no pueden vender, ni acceder a programas de ayuda por carecer de comprobantes domiciliarios.
“No tenemos ni agua ni drenaje, por falta de documento, que vamos a solicitar un crédito y no podemos, porque sólo tenemos una constancia de posesión”, reitera Dorantes.
Actualmente en el barrio son un aproximado de mil 500 viviendas, son contar las chozas que se levantaron a las afueras y donde viven las nuevas familias.
“Eso es lo que no queremos, que un día nuestros hijos y nietos no puedan acceder a sus terrenos porque nadie es dueño”, reprocha el delegado.
En los últimos meses una empresa ha pasado casa por casa invitando a los inquilinos de las Canastas a ofrecerles sus servicios para regularizar sus lotes pero que no muestran identificaciones ni plantean propuestas claras. Temen que sean estafadores.
“Han venido los de una empresa a que les demos un dinero y nos sacan las escrituras, muchos por la necesidad de tener su documento han aceptado, pero no sabemos si es real”, advierte Roberto.
La autoridad auxiliar asegura que el problema de las inundaciones, se ha resuelto con la instalación de drenaje en algunas de las zonas, también la luz eléctrica y el agua, pero aún las partes aledañas lo padecen.
El oasis perdido del Bordo
Hace 100 años, el pequeño valle de las Canastas, era una especie de oasis en medio de los pastizales secos, el agua brotaba de su canal y alimentaba todos los cultivos de la zona, incluida la antigua hacienda de San Miguel, conocida el siglo pasado como la Hacienda Canaleja.
Roberto Dorantes explica que el agua del volcán bajaba hasta esa zona en ríos y se almacenaba en la parte baja.
“Nuestros abuelos, hicieron el bordo con yuntas y dejaron canales para dejar pasar el agua limpia que llegaba a los cultivos”, explicó Roberto.
Años después, con la sobrepoblación del Barrio de las Canastas, sobrevinieron las inundaciones, entonces se catalogó a la zona como de riesgo, e incluso se buscó reubicar a las familias ahí se asentaban.
“En algún tiempo protección civil consideró que era zona de riesgo porque era pantanoso pero luego vinieron los ingenieros de la universidad, hicieron un estudio y dijeron que no, que la tierra estaba dura”, recordó Dorantes.
Aunque las inundaciones se fueron, en las Canastas quedó la pobreza que llevan a diario a cuestas, pero más el olvido. Eso es lo que más le cala.
Servicios carentes
Drenaje
Agua
Luz eléctrica
Para tomar en cuenta
El bordo recibió su nombre del alud que levantaron para evitar los desbordes del canal.
El bordo tiene más de 100 años, antes se alimentaba con ríos de volcán.