/ martes 28 de noviembre de 2017

Carlos, el ‘Pollito’, repara las morenitas del Tepeyac

En su oficio ayuda a avivar la fe con el arte de sus pinceles

Los pinceles del "Pollito" pareciera que se mueven con la fe en la morenita del Tepeyac. Siempre que comienza con la reparación de una figura de la Virgen se persigna, le pide permiso y buen pulso para que su trabajo reluzca.

Antes de empezar le platico para que me dé permiso de restaurarla, le digo que es para que se vea guapa en su día revela Carlos Macedo Martínez.

Él es un restaurador de arte sacro toluqueño que lleva la mitad de su vida en su oficio, y cada año previo al festejo del 12 de diciembre, recibe a la mayoría de sus clientes.

En la calle Gómez Pedraza, a las afueras del barrio de Zopilocalco, con una mesa sobre la banqueta se monta el taller del "Pollito". Allí relucen siempre sus pinceles que guarda en un bote cilíndrico y con los que le da ese toque de arte a la vestimenta y sobre todo al rostro de la Virgen de Guadalupe.

Restauramos todo el año unas cien virgencitas, los clientes nos buscan todo el año pero más estos días, pero si no estoy yo, no la dejan, por la confianza que me tienen asegura el "Pollito".

Según cuenta don Carlos, el oficio lo aprendió de sus abuelos y su padre, también restauradores y de los “buenos”, asegura. Sus tiempos buenos fueron en el antiguo mercado Juárez que fue reubicado hace años.

“Quedamos pocos en este oficio de los que estábamos en el mercado Juárez, ya algunos fallecieron, sólo yo estoy en el día a día aquí en mi taller”, recuerda el artesano.

Esta mañana reparaba la estatuilla de una virgen de un metro de alto, para lo cual ocupa unas tres horas para dejarla como nueva. Hubo que pintar manto, detallar ojos y las manos, parte del proceso con su compresora y los detalles con pincel en mano.

“Hay que darle el tono en el que viene la pintura original, para una virgencita como esta hay que mezclar unos diez colores, el color que gusten se los puedo hacer”, explicó don Carlos.

La mezcla para hacer los colores debe saberse calcular, precisa el “Pollito”, en ello radica la técnica de un buen restaurador y lo que da los clientes que tiene.

“Hay que ponerle sus sombritas, las cejas y hasta pestañas si se necesita, es según lo que pida el cliente”.

Las figuras que maneja don Carlos son la resina, el yeso y hasta la madera, que tienen sus propias técnicas para trabajarlo.

“Platicamos con ella como si fuera una persona normal y si no nos da permiso repararla, el trabajo no sale bien”, refiere el restaurador, creyente en que la Virgen le ayuda a mover los pinceles.

Las manos del “Pollito” lucen siempre impregnadas con la pintura y los barnices, usa un viejo mandil de mezclilla que lo asemeja a un pintor, sólo que él su oficio lo hace para hacer lucir a los santos.

“Yo de chavo era futbolista pero me lesioné y lo dejé, mire aquí traigo unos clavos en la tibia”, afirma don Carlos, de las anécdotas que lo llevaron a la restauración de niños dios y vírgenes.

Lo dice con una sonrisa mientras toma un descanso, pues para el oriundo de los barrios altos de Toluca, son pocos ratos en los que no está abocado a su trabajo.

En el local de nombre Cerería San José marcado con el número 13, don Carlos se instala durante el año, pero del 1 de diciembre hasta el 7 de enero su lugar de trabajo está en el Jardín Zaragoza.

—Mire, esta es mi tarjeta, —dice don Carlos, mientras extiende su tarjeta de presentación. —Todos me conocen como el “Pollito”, así me identifican más fácil. Vuelve a sonreír el artesano, luego se vuelve a afanar en su labor sacra.

 

Los pinceles del "Pollito" pareciera que se mueven con la fe en la morenita del Tepeyac. Siempre que comienza con la reparación de una figura de la Virgen se persigna, le pide permiso y buen pulso para que su trabajo reluzca.

Antes de empezar le platico para que me dé permiso de restaurarla, le digo que es para que se vea guapa en su día revela Carlos Macedo Martínez.

Él es un restaurador de arte sacro toluqueño que lleva la mitad de su vida en su oficio, y cada año previo al festejo del 12 de diciembre, recibe a la mayoría de sus clientes.

En la calle Gómez Pedraza, a las afueras del barrio de Zopilocalco, con una mesa sobre la banqueta se monta el taller del "Pollito". Allí relucen siempre sus pinceles que guarda en un bote cilíndrico y con los que le da ese toque de arte a la vestimenta y sobre todo al rostro de la Virgen de Guadalupe.

Restauramos todo el año unas cien virgencitas, los clientes nos buscan todo el año pero más estos días, pero si no estoy yo, no la dejan, por la confianza que me tienen asegura el "Pollito".

Según cuenta don Carlos, el oficio lo aprendió de sus abuelos y su padre, también restauradores y de los “buenos”, asegura. Sus tiempos buenos fueron en el antiguo mercado Juárez que fue reubicado hace años.

“Quedamos pocos en este oficio de los que estábamos en el mercado Juárez, ya algunos fallecieron, sólo yo estoy en el día a día aquí en mi taller”, recuerda el artesano.

Esta mañana reparaba la estatuilla de una virgen de un metro de alto, para lo cual ocupa unas tres horas para dejarla como nueva. Hubo que pintar manto, detallar ojos y las manos, parte del proceso con su compresora y los detalles con pincel en mano.

“Hay que darle el tono en el que viene la pintura original, para una virgencita como esta hay que mezclar unos diez colores, el color que gusten se los puedo hacer”, explicó don Carlos.

La mezcla para hacer los colores debe saberse calcular, precisa el “Pollito”, en ello radica la técnica de un buen restaurador y lo que da los clientes que tiene.

“Hay que ponerle sus sombritas, las cejas y hasta pestañas si se necesita, es según lo que pida el cliente”.

Las figuras que maneja don Carlos son la resina, el yeso y hasta la madera, que tienen sus propias técnicas para trabajarlo.

“Platicamos con ella como si fuera una persona normal y si no nos da permiso repararla, el trabajo no sale bien”, refiere el restaurador, creyente en que la Virgen le ayuda a mover los pinceles.

Las manos del “Pollito” lucen siempre impregnadas con la pintura y los barnices, usa un viejo mandil de mezclilla que lo asemeja a un pintor, sólo que él su oficio lo hace para hacer lucir a los santos.

“Yo de chavo era futbolista pero me lesioné y lo dejé, mire aquí traigo unos clavos en la tibia”, afirma don Carlos, de las anécdotas que lo llevaron a la restauración de niños dios y vírgenes.

Lo dice con una sonrisa mientras toma un descanso, pues para el oriundo de los barrios altos de Toluca, son pocos ratos en los que no está abocado a su trabajo.

En el local de nombre Cerería San José marcado con el número 13, don Carlos se instala durante el año, pero del 1 de diciembre hasta el 7 de enero su lugar de trabajo está en el Jardín Zaragoza.

—Mire, esta es mi tarjeta, —dice don Carlos, mientras extiende su tarjeta de presentación. —Todos me conocen como el “Pollito”, así me identifican más fácil. Vuelve a sonreír el artesano, luego se vuelve a afanar en su labor sacra.

 

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