Toluca, México.- El taller de la familia Ramírez instalado en el barrio de Coaxustenco, se ubica hasta el fondo de un pasillo largo adornado por paredes de adobe, de las que cuelgan figuras de barro e hileras de cazuelas recostadas unas sobre otras que se secan al sol.
Su labor de forma metafórica, es hornear la tradición del antiguo pueblo de Metepec.
“Mi esposo se enseñó desde niño, yo cuando me casé con él y luego mis hijos aprendieron”, relata Andrea Valero, la encargada de dirigir el taller.
En el acceso de su casa, sus nietos instalan las cazuelas recién sacadas del horno que secan al sol, mientras la mujer mueve sus manos con los moldes en forma de figuras para decorarlas. El trabajo familiar conlleva en sí el sustento económico y la tradición de los cazueleros de este municipio.
“Este es nuestro trabajo todo el año, todos hacemos algo, desde mi esposo y yo, hasta los hijos y nietos”, comenta la artesana.
El taller lo inició don Margarito Ramírez, un cazuelero sobreviviente al siglo pasado. Su casa ubicada en el número 275 de la calle Ignacio Manuel Altamirano, es el taller familiar. Allí en punto de las 8:00 horas, Marco Antonio Serrano, su yerno, tiene la labor de mezclar, quemar y hacer el proceso de copinar, que es darle la forma a las cazuelas con ayuda de moldes.
“Las cazuelas empiezan como una tortilla de barro, van en dos partes, primero se hace la base y se van empalmando a puras vueltas hasta que quede”, explica el artesano especialista en cazuelas grandes.
Marco pasa largas horas en acariciar el barro negro y rojo, del que hace un mezcla especial para las cazuelas.
“Se debe hacer la mezcla entre los dos tipos de barro, es la técnica, sino se parten”, explica el artesano.
El taller luce siempre atiborrado por las piezas en crudo, que se enfilan en los rincos, mientras Marco sobre un tronco instala su molde, que no es otra cosa más qu una cazuela sin quemar, y sobre l aue va imponiendo las capas del barro espeso.
“Al barro cernido se le echa agua, luego lo ponemos en un rincón, se mezcla con las plumillas del tule para que amarre”, enlista Marco. La plumilla hace la función de la paja en el adobe, agrega el cazuelero.
La paciencia es una virtud en el taller de los Ramírez, pues el secado de las cazuelas puede demorar de dos a cinco horas.
En un pequeño patío del taller, don Margarito y su familia instaló su horno, hecho de adobe y tabicón que usa leña y debe calentarse a los mil grados para obtener el quemado de las cazuelas.
Este proceso de horneado tiene dos etapas, la primera denominada primer fuego al horno, en la que las cazuelas frescas obtienen su dureza.
La segunda se hace después de unas cinco horas de secado y luego que los ayudantes barnizan las piezas. Este es el proceso que lleva más tiempo.
“Para una sola cazuela desde preparar el barro y todo, el tiempo es como de unas dos horas, yo me hago seis piezas en un día”, comenta Marco.
Los cazueleros producen para clientes que llegan a comprar al mayoreo, pero su proceso aún es muy artesanal.
“Ya mañana vamos a quemar, lo hacemos todo el día”, refiere doña Andrea, ella es la patrona y quien guía cuando no está su esposo a unos 10 trabajadores.
Esta parte del año, los artesanos la aprovechan al máximo, es la mejor, porque no llueve y el clima les da tregua para el secado de las cazuelas.
“¡Este tiempo es el mejor, todos los cazueleros se apuran!”, sostiene el cazuelero.
La escena del taller de los Ramírez, se repite en otras de las calles estrechas de los barrios de Metepec en la época de calor. Un día soleado, es el mejor para hornear su suerte de buenas ventas durante año.