Toluca, México.- En el crucero de Gómez Farías y Sor Juana, Isabel permanece por horas maniobrando un par de pelotas entre las manos. Carga a sus espaldas a una de sus pequeñas que come una rodaja de naranja. Junto con otro grupo de mujeres llegó a Toluca proveniente del estado de Chiapas, engañadas para trabajar en fábricas, pero en realidad se encontraron en medio de una situación difícil.
“Aquí estamos todos los días, sólo venimos a trabajar”, dice entre los cortos diálogos que entabla la joven chiapaneca. Le resulta difícil darse a entender en castellano, habla más en su lengua natal.
Junto con ella, vienen dos pequeñas, una de apenas un año que permanece en un rebozo en la espalda de Isabel, la otra aguarda sobre la banqueta entretenida con un jugo.
“Venimos desde Chiapas, nos quedamos en un cuarto con otras (mujeres)”, revela la joven, quien no supera los 23 años de edad.
Su explicación es corta, se le hace evidente el temor en el rostro y las palabras cortadas, su caso encaja en otros similares, en las que grupos del crimen acarrean migrantes y personas de comunidades a las ciudades, bajo engaños de ofrecerles trabajo estable.
La intención que hay detrás, es la trata de personas, sostienen especialistas.
El Consejo Estatal de la Mujer, explicó que este tipo de casos sólo los analiza y aborda, cuando la Fiscalía General de Justicia del estado se los solicita, por lo que se requiere de una denuncia interpuesta para constatar que las malabaristas chiapanecas, son explotadas laboralmente.
En otro extremo de la ciudad, en los cruceros de la Maquinita se instala Patricia con su cuñada Maribel, ambas cargan también a sus pequeños a las espaldas.
“Yo vine con mi suegra, sólo a trabajar”, responde Patricia a las preguntas hechas. También sus diálogos son cortos.
Las mujeres, todas jóvenes, visten de forma común, vestidos largos tipo enaguas, con blusas con decorados en morado, así se les distingue.
Por lo regular usan huaraches y llevan a un bebé cargado a las espaldas. Todas provenientes del estado de Chiapas, según los testimonios recopilados.
“Nos ponemos a las diez y nos vamos como a las cinco” contesta Patricia. Coinciden con los relatos de Isabel, a ambas se les ha cambiado su nombre real para evitar represalias en su contra.
Ambas mujeres chiapanecas, se instalan en puntos distintos de las ciudad, sin embargo las dos piden monedas haciendo malabares, ninguna revela cómo lo aprendieron.
“Solita me enseñé, allá en el pueblo”, revela Isabel, con una sonrisa nerviosa. Ella igual que Patricia, en el supuesto, debieron recorrer cerca de mil 500 kilómetros para llegar hasta la capital mexiquense para buscar trabajo.
Las mujeres dominan poco el castellano, se les miran desarregladas y siempre con las mismas ropas, saltando a los semáforos en rojo, buscan su suerte para atraer unas monedas que les permita subsistir.
Para tomar en cuenta:
Unas 20 mujeres trabajan en semáforos
De 18 a 24 años tienen de edad
1 niño cargan en las espaldas
FRASE
Venimos desde Chiapas, nos quedamos en un cuarto con otras mujeres.
Patricia, mujer chiapaneca.