Otzolotepec, México.- Juana reprime las lágrimas. Prometió ser fuerte y tener coraje hasta conseguir justicia para su hija Jessica.
“Yo le prometí a mi hija en el panteón que iba a ser fuerte, le dije, no te voy a llorar más, hasta lograr que paguen los que te mataron”, repite la madre de Jessica Sevilla Pedraza, doctora de 29 años de edad, asesinada el 5 de agosto de 2017, y hallada en la comunidad El Hielo del municipio de Huixquilucan.
Juana y su esposo Abel Sevilla platican de la batalla que han dado durante los últimos 12 meses. Ambos lucen enteros en la pequeña sala de su casa.
“Nos han juzgado en la calle porque no nos miran llorar, no saben que aguantamos porque no es tiempo de sentarnos a llorar”, sostiene Abel. Su activismo no permite lágrimas porque la impunidad no llora, eso lo saben.
Desde el hallazgo del cuerpo de su hija ambos debieron ser fuertes, a Juana le tocó el primer golpe que fue reconocer el cuerpo de Jessica en la morgue.
“Yo fui quien entró al cuarto, y desde que la miré aunque mi hija estaba irreconocible dije que era ella, una madre no se equivoca, le reconocí los pies, porque le pintaba las uñas, aunque ya estaba grande”, relata la mujer.
Abel revela que duraron más de una semana sin dormir, ni comer, sólo hubo tiempo de sepultar a su hija mayor, porque de inmediato buscaron respuestas.
“Después de encontrarla, el dolor se volvió rabia, aunque se nos vaya la vida no vamos a parar hasta dar con los responsables”, coinciden ambos.
HALLAZGO
El viernes 4 de agosto de 2017, alrededor de las 18:00 horas, Jessica desapareció y su muerte se habría registrado a las 22:00 horas, resume Abel en su hipótesis.
“El cuatro de agosto del año pasado (2017), yo me levanté en la madrugada como de costumbre para irme al trabajo con el taxi, la desperté y le di un beso en la frente, y esa fue la última vez que la miré viva”, recuerda Don Abel. Hoy su dolor es el mismo.
Fueron tres días de búsqueda, pues la pareja acudió el domingo 6 de agosto al Servicio Médico Forense de Naucalpan para identificar el cuerpo.
BATALLAS
La pareja recuerda que los primeros tres meses fueron de vivir en la Fiscalía estatal, repartiendo el tiempo con las manifestaciones que los compañeros de Jessica organizaron y entrevistas fortuitas con periodistas. Luego sobrevino el olvido.
“Al principio se nos acercaban muchos activistas, pero luego ya no tanto y nosotros debimos seguir”, recuerda Juana.
Aceptan que en ese lapso hubo intentos de extorsión por parte de agentes de investigación.
¿Tienen confianza en la Fiscalía?, se les pregunta.
“Sí la tenemos, porque estamos seguros que vamos a resolver el caso”, sostiene Abel, quien confía en las pruebas que han cosechado.
En su andar contabilizan al menos 13 marchas y foros a los que han asistido en la búsqueda de justicia. En ese camino han conocido otros casos y a otros padres en situaciones similares.
“Ahora a mi esposa la buscan otras madres del municipio, se le acercan para decirle que también les han matado a sus hijas, de eso antes no nos dábamos cuenta”, detalla Abel.
SECUELAS
La semana anterior le recordaron a Juana que su salud es débil, el ojo derecho tuvo un derrame por el estrés y Don Abel no logra conciliar el sueño. Los cuerpos se es atrofian, resultado de la violencia que castiga al Estado de México.
“Me dijeron que tenía que descansar”, repite Juana, “cuando todo pase tendremos tiempo de enfermarnos, entonces sí podremos llorar”.
En la chimenea de su casa resalta un altar para Jessica: dos cuadros donde la doctora luce sonriente, llena de vida, junto a una cruz morada de madera, en ella se talló su nombre, en el otro extremo una en color rosa.
Son los pedazos de recuerdos y las únicas armas con las que dan la batalla los padres activistas.
ANTES
La casa de la familia Sevilla Pedraza es pequeña. Ahí Juana y Abel criaron a sus cinco hijas, Zurizadai, Nancy, Diana Laura, Alejandra y Jessica, la mayor de todas. A cada una le dieron educación a pulso para que terminaran su carrera.
“Yo soy taxista y mi esposa es costurera, sepa cómo le hicimos pero a todas les dimos estudio”, sostiene don Abel. También esa ha sido su batalla.
“Seguimos la vida, me sigo levantando a las cinco de la mañana para manejar mi taxi, porque hay que seguir con la más chica que apenas está estudiando”, comenta.
Junto al pasillo, en un rincón, está la maquina de coser de Doña Juana, permanece abandonada por el momento. Cose de a ratos para no pensar en Jessica y sacar un poco de dinero para sostener los gastos del proceso.
“Mi hija la menor estudia Medicina, le prometió a su hermana estudiar la misma carrera”, explica Juana.
En la segunda planta de la casa, la habitación de Jessica se mantiene intacta. Ahí está la ropa, libros de la escuela, e incluso los juguetes de su hijo de ella, quien ahora está bajo la tutoría de Juana y Abel. “Ya somos sus padres y lo vamos a crecer”, sostienen los activistas.
En medio de la habitación repiten que no es momento de llorar, aunque la nostalgia los consume.