Toluca, México.- Debajo de una carpa improvisada con un pedazo de tela como techo, frente al hospital Nicolás San Juan, un grupo de mujeres se resguarda del sol seco. Aguardan una buena noticia que les indique que la espera culminará. Pero es ambiguo. La paciencia es su mejor aliada cuando de enfermedad se trata en este nosocomio.
"Tengo ya una semana aquí afuera, tres noches me dormí allí sentada en la banqueta", señala Lizbeth Aurora Ávila Romero. Ella es madre de un pequeño de año y medio internado de urgencia por neumonía.
En su mayoría son mujeres. Son las más fieles en el entorno de tragedia. Junto con Aurora, se resguardan del calor su hermana Isela y doña María de los Ángeles Castrejón. Permanecen sentadas sobre pedazos de cartón y unas cobijas dobladas que son de vital importancia cuando cae la noche.
"Aquí entre todas nos ayudamos, como dice el dicho, la desgracia nos une", expresa doña María.
Ella viene desde San Bartolo del Progreso, municipio de Santiago Tianguistenco. Desde allá hasta Toluca son dos horas de traslado y cada tres días se han turnado junto con otros familiares para hacer guardia a las afueras del Nicolás San Juan.
"Nos encontramos estos cartones y con eso pasamos la noche, de día pues hay que buscar una sombrita para lo duro del sol, por eso hicimos esta carpita", dice doña María.
En toda la plancha de acceso al hospital, se instalan las pequeñas carpas, aunque otros sin más, se conforman con ponerse un reboso o chamarra en la cabeza.
Los rostros en su mayoría se chorrean de grasa y polvo. Pese a que son docenas de familias que van y vienen de forma interminable, en esa sala de espera improvisada, no existe un espacio para atender a quienes esperan.
"A hora que cayó la tormenta, nos dejaron meternos un rato, pero no dan permiso hasta que no te toca la hora de visita", indica Isela.
Desde el altavoz de la bocina, se indica una instrucción: la hora de visita se retrasará este día. Eso molesta a las mujeres. Porque hay que aguantar otra hora el sol.
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Aurora, tiene un poco más de suerte, que el resto de sus compañeras, su hermana Isela le llevó comida y un poco de té. Ya no tuvo que pasar el día con el estómago vacío.
"Como puede ver, ni si quiera me he bañado", externa con un poco de pena, "no me quiero mover porque en cualquier momento me llaman para entrar", agrega.
Sobre el camellón desde hace años se instaló un altar para el Santo Niño Divino. Es un refugio que todo el tiempo tiene veladoras encendidas y flores. Le adorna tres imágenes de la Virgen de Guadalupe y del San Judas Tadeo.
"Allí se celebran las misas", comenta doña Mari. La fe, es un elemento intrínseco a la espera a las afueras del hospital. "Toda ayuda es buena, aunque a mí no me ha tocado", repite Aurora, para referirse a las personas que llegan en las mañanas para ofrecerles pan y café de forma gratuita.
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La mañana se hace larga en medio de la espera. Las mujeres intentan distraerse en platicas vagas.
"Primeramente Dios, el lunes me lo dan de alta", dice Aurora, debajo de su carpa improvisada, que luce como un pequeño hogar en medio de un desierto desolador.